Ni tan sols el meu estimat Purcell aconsegueix relaxar-me, així que... GUERRA SIGUI!!!
"El único hombre que jamás se equivoca es el que nunca hace nada." (J.W. Goethe)
martes, 25 de junio de 2013
Éramos pocos y parió la abuela
Al proper que em digui "Ja s'ha acabat el curs, eh? Ara, a no fotre brot en tot l'estiu... Com sou el mestres, professors, etc!" o quelcom de semblant, el mato. I morirà d'una molt violenta, us ho puc assegurar. D'altres potser no tenen tant de treball, no ho sé, cadascú sap el que fa, però a mi m'esperen les avaluacions, tancar les actes, sol·licitar els títols d'ESPA, les homologacions de Català B1, entregar els certificats de qualificacions, el darrer claustre, la matrícula dels alumnes antics, el darrer Consell Escolar, redactar les actes de tres reunions, lliurar 116 títols de Graduat Escolar arribats amb més de deu anys de retard, pagar un caramull de factures, tancar el "mig any fiscal", deixar-ho tot endreçat pel curs que ve i atendre totes les incidències imprevistes que puguin surgir... Un malson!
Ni tan sols el meu estimat Purcell aconsegueix relaxar-me, així que... GUERRA SIGUI!!!
Ni tan sols el meu estimat Purcell aconsegueix relaxar-me, així que... GUERRA SIGUI!!!
martes, 18 de junio de 2013
Crónica del halconero (II)
Article publicat avui mateix a l'Última Hora de Menorca:
-¿Conocías
el pueblo de tu madre antes de trasladarte a vivir allí?
-Apenas
lo conocía porque no íbamos nunca. A mi madre no le gustaba, decía que sólo le
traía malos recuerdos.
-¿Y cómo
es?
Amalia
suspiró antes de contestar.
-No sé
qué decirte… Es pequeño. Y seco. Los alrededores son puro matojo. ¿Has visto La caza, de Carlos Saura? Se rodó por
aquí.
-¡Entonces
habrá un montón de conejos! –exclamé entre risas, tratando de introducir un
elemento cómico en su narración, más bien desencantada.
-Pobres
animalitos... En el pueblo hay muchos cazadores. Y otros tantos vienen a
propósito desde Madrid cada fin de semana durante la temporada de caza. Después
de una buena batida suelen acercarse al bar. ¡Cómo se pavonean! Ya están
borrachos de sangre y gloria aun antes de emprenderla con su consumición.
-Tal
como lo describes, parece un ambiente brutal, poco adecuado para ti.
-No
creas, ¿eh? Me he adaptado bien -repuso Amalia en tono divertido-. Obviamente,
no tengo con quien hablar de Guido Reni... Pero en el fondo, y a pesar de haber
nacido y crecido allí, Madrid siempre me ha quedado grande.
-¿Por
qué dices eso?
-No
tengo ánimo de luchadora. ¿A qué hubiera podido aspirar allí? ¿A ser la eterna
becaria del departamento de Historia del Arte?
-Creí
que ése era tu sueño.
-¡Pues
ya no lo es! Te parecerá increíble, ¿verdad?, pero he descubierto que me
encanta despertarme con la escandalera de los gallos, desperezarme mientras
oigo pasar los tractores camino de las eras, echarme un chándal barato por
encima y desayunar en mi propio local, justo antes de abrir, cuando los
primeros rayos de sol forman haces luminosos a través de las rejas
polvorientas. Me gusta atender el colmado, hacer tratos con los campesinos que
lo abastecen, escuchar las historias interminables y quién sabe si ciertas de
los viejos que frecuentan el bar, apostar por alguno de ellos para hacer rabiar
a los demás cuando se echan una partida de dominó, vender chucherías a los
chiquillos del pueblo… ¡qué sé yo! Incluso controlar a los borrachuzos
habituales no me pesa. Siento que, por primera vez, formo parte de algo. Creo
que por fin he encontrado mi lugar en el mundo...
Después
de decir esto, Amalia enmudeció. Siguieron un par de segundos en los que
seguramente ninguna de las dos sabía qué decir, cómo continuar.
-¿Y qué
hay de tu vida personal? –le pregunté yo.
-¿Te
refieres al tema novios, hijos, etc.? –contestó con voz alegre- Incluso eso
está resuelto.
-¡Qué
alegría, Amalia! ¿Estás con uno del pueblo?
-No. No
exactamente. Verás, es una historia extraña.
-Si no
quieres contármela…
-Sí, sí,
claro que quiero. De hecho, te llamaba por eso. Como sé que eres tan novelera,
pensé que podría interesarte.
-¡Por
supuesto!
Amalia
hizo una pausa antes de proseguir su narración.
-Hace un
par de mes, un viernes por la noche, cuando ya estaba a punto de cerrar, llegó
un enorme coche negro y aparcó frente al bar. Nunca se había visto un coche tan
bueno en mitad de la plaza: era tan incongruente como un tiburón fuera del
agua. Al cabo de un rato, bajó un tipo alto, delgado, con gafas y pelo
grisáceo, vestido con un traje de excelente calidad y empuñando un lujoso
maletín de ejecutivo. Entró en el local, se dirigió a la barra y me preguntó si
podía cenar. Tenía una voz aterciopelada y quebradiza que no casaba con su
apariencia determinada, y que en cierta medida me emocionó, pues evidenciaba un
cansancio que iba mucho más allá del viaje que lo había traído hasta el pueblo.
“No servimos comidas”, le respondí. “Y, ¿a dónde podría ir?”. “La verdad es que
no hay ningún restaurante en el pueblo y la casa rural está cerrada en este
período”. Una vez dicho esto, una tímida vocecilla que al parecer salía de mi
interior añadió: “Pero si se conforma con cualquier cosa, algo encontraremos”.
“De acuerdo, es usted muy amable”, afirmó sin sentarse ni soltar su aparatoso
maletín. A continuación, me deshice de los últimos parroquianos y eché el
cierre del local. Le preparé una mesa en un rincón discreto, al abrigo de las
miradas de los del pueblo, y me introduje en la cocina de mi casa, separada del
bar por una cortina de gruesos abalorios de colores vivos, a ver qué podía
servirle. Le hice unos huevos fritos con patatas y una salsa de tomate casera,
le corté unas rebanadas de pan de hogaza y un trozo de queso de oveja curado, y
le llené un cuartillo de vino tinto. Antes de volver al bar, aproveché para
peinarme un poquito. Nunca como en aquel momento me había
arrepentido tanto de llevar un chándal viejo y deforme. Cuando por fin entré, lo encontré acodado
sobre la mesa, con la cabeza entre las manos como un desesperado. Se había
quitado las gafas y seguramente no me vio llegar, con lo que al sentir mi
cercanía sufrió un sobresaltó. “Lo siento, no pretendía asustarle”. “No se
preocupe. ¿Ha cenado ya? ¿Por qué no me acompaña?”, sugirió con voz educada. Me
senté frente a él y compartimos todo lo que yo había preparado. “¡Es
delicioso!”, aseguró, “Hacía mucho tiempo que no comía así”. Durante la cena, se
presentó como Eduardo y empezó a tutearme, pero en ningún momento me dijo su
apellido. Tenía una conversación muy agradable y se notaba que hacía esfuerzos
por resultar ameno a pesar del cansancio que teñía sus profundas ojeras. En un
momento dado, se interesó por el pueblo, por lo que pude deducir que había
conducido hasta él a ciegas, sin saber a dónde se dirigía, como si estuviera
huyendo de algo. O de alguien. Cuando le dije que la mujer de Cervantes había
nacido aquí, se mostró impresionado. Sin duda, había leído el Quijote y lo apreciaba. “Y luego está el lago”, añadí.
“¿Un lago?, ¿qué lago?”, repuso irguiéndose sobre su asiento. “El lago del
halconero.” “¿Está cerca de aquí?” “Sí, a unos veinte minutos en coche.” “Me
encantaría visitarlo, pero cuénteme antes su historia.”
Crítica poc crítica al nostre més que criticable concert (publicada als diaris de l'illa)
Els
alumnes de les Escoles Municipals prenen posicions
Crec que no
és cap secret per a ningú que les Escoles Municipals d’arreu de l’illa fan una
feina excel·lent i són una alternativa fantàstica als ensenyaments de caire més
intensiu i professional que s’imparteixen al Conservatori pels aficionats a la
música. I el mateix es podria dir pel que fa als aficionats a les arts, que
també hi troben el seu lloc.
Aquest cap de
setmana, i concretament diumenge 16 de juny, tres alumnes de Cant Líric: Ana
Gomila Domènech (mezzosoprano), Toni Seguí Badia (tenor) i Pau Serra Villalonga
(baix), amb l’ajut inestimable de llur professora Montse Mercadal Ameller, que
també els va acompanyar al piano, varen presentar un concert d’òpera i sarsuela
al Nou Bar de Maó que –malgrat les imperfeccions gairebé inevitables, donada
llur condició d’alumnes- va fer les delícies dels nombrosos assistents, que es
varen emocionar amb àries tan boniques com “Vaga luna” o “Venus song”, varen
riure amb les entremaliadures de don Giovanni i llur criat Leporello, o varen
témer els fantasmes de “We the spirits of the air”, de Purcell. El concert va
acabar amb “El dúo de la africana”, un divertidíssim duet extret de la sarsuela
homònima que va ser una de les peces més aclamades.
Tant de bo
tothom estigués tan compromès amb la cultura com na Montse Mercadal, que va
preparar els alumnes fora del seu horari de feina, i tots els locals tinguessin
prou empenta per oferir llur espai als principiants. Al Nou Bar i sobretot a la nostra
professora volem fer arribar el nostre agraïment més entusiasta!
lunes, 17 de junio de 2013
Concert al Nou Bar
Aquí teniu algunes fotos que ens vàrem fer poc abans del concert líric d'ahir. Si voleu sentir algunes peces, d'aquí a poc les trobareu al meu canal de YouTube que, en ple atac d'originalitat, vaig batejar amb el meu nom (Ana Gomila Domènech: canal de YouTube). Esperem que us agradin!
miércoles, 12 de junio de 2013
Bones notícies
Així s'anomena un article de Moisès Naïm que m'encanta i que utilitzo sovint per practicar el resum amb els meus alumnes. No tot ha de ser patir en aquesta vida. Personalment, confesso que hi ha algunes cosetes més enllà de les habituals -com les ocurrències del meus fills, per exemple- que m'han fet somriure en aquests darrers temps.
En primer lloc, que per fi hagi arribat l'estiu. Ja era hora! No veia el moment de sortir a passejar amb poca roba i sentir el solet escalfant-me la pell...
En segon lloc, haver finalitzat el curs de funció directiva que estava fent i que em va "obligar" a obrir aquest bloc (que els nostres fantàstics tutors anomenen "portfoli", encara no he entès ben bé per què).
I per acabar, malgrat ens trobem a les acaballes del curs 2012-13 i em senti més aviat cansada, també estic molt orgullosa dels meus alumnes en general i, concretament, dels de 3r d'ESPA presencial que, amb poc temps i mitjans, han realitzat uns informatius modèlics i d'allò més divertits (atenció al cop de vent que s'endu un monument emblemàtic de Quito en el primer...!). Aquí els teniu:
En primer lloc, que per fi hagi arribat l'estiu. Ja era hora! No veia el moment de sortir a passejar amb poca roba i sentir el solet escalfant-me la pell...
En segon lloc, haver finalitzat el curs de funció directiva que estava fent i que em va "obligar" a obrir aquest bloc (que els nostres fantàstics tutors anomenen "portfoli", encara no he entès ben bé per què).
I per acabar, malgrat ens trobem a les acaballes del curs 2012-13 i em senti més aviat cansada, també estic molt orgullosa dels meus alumnes en general i, concretament, dels de 3r d'ESPA presencial que, amb poc temps i mitjans, han realitzat uns informatius modèlics i d'allò més divertits (atenció al cop de vent que s'endu un monument emblemàtic de Quito en el primer...!). Aquí els teniu:
lunes, 10 de junio de 2013
Purcell's Song
Purcell és tan absolutament genial que admet tot tipus de lectures. Si esteu una mica deprimits, gaudiu d'aquesta joia i se us passarà: es tan alegre i encisadora com una blava nit d'estiu!
viernes, 7 de junio de 2013
Nou concert líric
Aquí teniu el cartell d'un nou concert líric que estem preparant en Pau Serra (baix), en Toni Seguí (tenor) i jo (mezzo) juntament amb na Montse, sa nostra professora, que a més a més ens sonarà el piano. Hi esteu tots convidats i, òbviament, si poguessiu fer-nos un poquet de propaganda... seria fantàstic!!
martes, 4 de junio de 2013
Crónica del halconero (I)
Fins que estigui actiu l'enllaç de l'Última Hora amb el meu bloc, us aniré reproduïnt els meus articles per aquest mitjà. Aquí teniu el segon:
Crónica del
halconero
Hace unos días tuve ocasión de
hablar por teléfono con una antigua amiga de la Universidad a la que perdí de
vista al terminar la carrera sin motivo aparente -no éramos las mejores amigas,
pero nos llevábamos bien: cosas que pasan- y me contó la siguiente historia,
que reproduciré aquí contando con su permiso porque, además de curiosa, me
parece muy significativa de la situación actual.
Cuando nos conocimos, Amalia
estudiaba Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid y vivía
junto a su madre, más bien anciana, en una tétrica pensión de Tetuán que ambas
regentaban. El padre de Amalia las había
abandonado cuando ella era niña y no había vuelto a dar señales de vida, por lo
que apenas se acordaba de él. Nunca me pareció especialmente traumatizada por
ello. A decir verdad, Amalia nunca me pareció especialmente traumatizada por
nada: tenía muy buen carácter y, aunque no era una alumna brillante, su enorme
fuerza de voluntad la llevó a terminar sus estudios con excelentes resultados. Cuando nuestros caminos se separaron, estaba a punto de empezar
el doctorado. Quería especializarse en pintura renacentista italiana, pues era
una apasionada admiradora de Giotto, Paolo Ucello, Mantegna, Massaccio y demás
autores del Quattrocento. En cierta ocasión estuve en su casa y, para mi
sorpresa, descubrí que su escritorio estaba presidido por una lujosa
reproducción del Guidoriccio da Fogliano
de Simone Martini, que ella sostenía que era la primera pintura nocturna de la
historia, y no por un póster del guaperas de turno. Amalia no tenía novio -“Ni
falta que me hace”, solía decir con cierta sorna-; toda su vida estaba
consagrada al estudio y al cuidado de su madre, que ya por entonces empezaba a
estar algo delicada de salud. Tenía unas facciones menudas y regulares, pero no
sabía ni quería sacar ningún partido de su serena belleza. Los chicos de la
Universidad la ignoraban y, al menos en esto, eran plenamente correspondidos.
Al recibir su llamada, tardé unos
segundos en reconocer su voz, pues ésta se había vuelto más grave con el tiempo
y las circunstancias: nada quedaba ya de su antigua voz en sordina. Tras
dedicar unos minutos al intercambio de nimiedades, le pregunté si había
conseguido terminar el doctorado y, de repente, fue como si se hubieran abierto
las compuertas de un dique caudaloso. Entonces comprendí al fin por qué me
había llamado: Amalia necesitaba desahogarse con urgencia y, dado su carácter
retraído, lo más probable es que tuviera a nadie más con quién hacerlo, a pesar
de los años trascurridos desde nuestro último encuentro. Le habían sucedido
demasiadas cosas desde entonces, cosas que la habían llevado fuera del trazado
recto y más bien monótono que había proyectado para su vida.
Me contó que su pobre madre había
muerto -”Pasó por la vida sin hacer ruido podría haber sido su epitafio”, dijo
Amalia entre sollozos- cuando tan sólo le faltaban unos meses para exponer su
tesis de doctorado. Al principio, Amalia hizo de tripas corazón y trató de
seguir como si nada hubiera sucedido, ocupándose de la pensión y redactando su
tesis, pero los huéspedes pronto empezaron a ponerse pesados -que si este mes
me viene muy mal pagarte, ya veremos si a principios del que viene; que si la
cena de hoy no me ha gustado, es que no sabes cocinar otra cosa; pero qué guapa
te estás poniendo, Amalita, ay, si yo tuviera tus años...- y tuvo que cerrarla.
Para poder mantenerse, pasó por todas las estaciones del joven estudiante sin
recursos: estuvo friendo hamburguesas en el McDonald's y plegando camisetas en
Zara; trabajó de teleoperadora para una oscura compañía de seguros e incluso
poniendo copas en un pub del barrio en el que nunca antes había puesto
los pies. Cuando por fin expuso su tesis, pensó que todo iba a ser diferente,
pero no tardó en darse cuenta de que nada había cambiado. Seguía sin encontrar
un trabajo que le gustara o que, al menos, le permitiera sobrevivir. Algún
incauto le aconsejó prepararse unas oposiciones a Secundaria. La vocación
docente de Amalia era poco menos que nula, pero aun así se las preparó
concienzudamente, como sólo ella sabía hacerlo, y logró aprobarlas con una de
las mejores calificaciones. Pero en la fase de concurso la superaron todos los
aspirantes que ya habían trabajado como interinos anteriormente y, por tanto,
tenían puntos de experiencia, así que a pesar de haber aprobado se quedó sin
plaza.
Antes de agotar sus últimos recursos
económicos, Amalia decidió cerrar el piso de Madrid, dejándolo en manos de una
agencia por si conseguían venderlo, o al menos alquilarlo, y se trasladó al
pueblecillo de su madre, situado en la provincia de Toledo, donde pensó que la
vida sería más barata. Una vez allí, no se le ocurrió otra cosa que tomar en
gestión el bar-colmado que ocupaba los bajos de su nueva casa, un recio caserón
de piedra que le había legado su madre.
-Todo encajaba, ¿entiendes? -me dijo
Amalia- No podía hacer otra cosa. Los antiguos arrendatarios acababan de
jubilarse y el bar parecía estar esperándome con su letrero cutre de
propaganda, sus rejas de hierro forjado a la toledana y las mesas cubiertas por
un tapete de fieltro para que los viejos del pueblo pudieran matar la tarde
jugando a dominó por el precio de un café con leche... Ni siquiera me propuse
modernizarlo, tan sólo le di una mano de pintura al interior, y aun tuve que
soportar las críticas de los clientes más asiduos por haber aclarado
ligeramente el color.
-¿Conocías el pueblo de tu madre?
-¡Qué va...! No íbamos nunca. A mi madre
no le gustaba.