viernes, 30 de mayo de 2014

Algo huele a podrido en Finlandia (I)

            ¿O era en Dinamarca? Habría que preguntárselo al centinela del castillo de Elsinor… Bromas aparte, el pasado 9 de mayo Xavier Melgarejo, psicólogo, pedagogo y experto en el sistema educativo finlandés, impartió una ilustrativa conferencia en la sala multifuncional de Es Mercadal a la que no pude asistir pero que, gracias a mi compañero Ramon, he podido ver grabada (disponible en el siguiente enlace de YouTube: http://youtu.be/HoY7DYcUgyI).

            En ella, Melgarejo sorprendió a sus oyentes diciendo que los excelentes resultados de Finlandia en las pruebas PISA no son debidos a la cantidad de dinero por alumno que el Estado invierte en Educación, inferior a la nuestra, ni al número de horas lectivas que se imparten habitualmente. Según el psicólogo, su éxito se basa en una consideración moral, en una cuestión de valores: los finlandeses piensan que la infancia es el bien más preciado del país y que su educación es un asunto prioritario a nivel nacional del que se responsabiliza toda la sociedad en su conjunto, no sólo las familias y la escuela. Aunque sin duda ayuda que la ratio de alumnos por aula sea de diecisiete en lugar de los casi treinta con los que nos encontramos por estos lares, lo fundamental no es eso, sino la importancia que se otorga a la Educación.
Además, los horarios laborales finlandeses contribuyen y no poco a la tan cacareada conciliación familiar. Parece ser que la mayoría de los habitantes de Finlandia sólo trabaja hasta las cuatro de la tarde, en perfecta coincidencia con el horario escolar de sus hijos, ya que “quedarse a comedor” –cuyo servicio es íntegramente financiado por el Estado- es obligatorio: así se aseguran de que todos los niños del país ingieran al menos una comida caliente y equilibrada al día. Por otra parte, las medidas de conciliación familiar de que gozan son pura ciencia ficción al lado de las nuestras, tanto durante el embarazo como una vez nacida la criatura. Y allí nadie da por hecho que la única que debe conciliar es la mujer, lo cual también es fundamental. En nuestro país –y en Italia, y posiblemente en otros países mediterráneos igual de atrasados en este sentido- a nadie se le ocurre preguntarle a un futuro papá si piensa dejar de trabajar por aquel entonces, ni le mira mal si renuncia “motu proprio” a parte de su permiso, ni le sugiere que se acoja a alguna reducción de jornada… Personalmente, sólo conozco a dos hombres que hayan pedido una excedencia para cuidar de sus hijos. Juzguen ustedes mismos en base a su experiencia cercana y ojalá que alguien pueda contradecirme, aunque lo dudo.

            En Finlandia, viene a decir Melgarejo durante su conferencia, el fracaso escolar se considera como una consecuencia directa de la pobreza. Un niño que no duerme en un lugar bien acondicionado, que no come lo suficiente ni de buena calidad… un niño así, no rinde en clase por motivos evidentes. De hecho, su modelo de Estado es tan intervencionista en lo relativo a la infancia que manda asistentes sociales a todos los hogares, no sólo a aquellos con factores de riesgo de exclusión, para controlar que los recién nacidos crezcan en el ambiente más adecuado para su correcto desarrollo. La actuación de los servicios sociales en caso de que no lo sea es inmediata y fulgurante, y generalmente consiste en conceder generosas ayudas.
            Melgarejo se vanagloriaba de haber visto gente con maletas en las bibliotecas de Finlandia y no para salir de viaje, sino para llenarlas de libros en préstamo. He de decir en nuestro descargo que yo, personalmente, nunca he visto “gente con maletas” en la magnífica biblioteca de Maó, pero sí con carritos de la compra y bolsas reciclables… ¡y de las grandes! Es verdad que siempre somos los mismos ratoncillos, pero a base de dar buen ejemplo, quizá lleguemos a popularizar la lectura. Las bibliotecas finlandesas son auténticos centros de agregación social, como el ágora griega. Contaba Melgarejo que los finlandeses van tanto a la biblioteca como nosotros de terrazas; aunque es verdad que, en su caso, la metereología no invita a disfrutar de su tiempo de ocio al aire libre, también he de apostillar que lectura y diversión no son incompatibles: pocas cosas me gustan tanto en la vida como tostarme al sol cual lagartija con un novelón apasionante entre las manos. De hecho, la última vez que devoré uno de un tirón –Cela s’appelle l’aurore, del injustamente olvidado Emmanuel Roblès-, me quemé como un cangrejo de río escaldado. Lo cual me lleva a pensar que cualquier plan, por apetecible que parezca, siempre es susceptible de mejora. En la próxima ocasión: buena lectura, solecito y… ¡protector 25!