"El único hombre que jamás se equivoca es el que nunca hace nada." (J.W. Goethe)
jueves, 18 de septiembre de 2014
Di, perra mora
Aunque políticamente incorrecta en los tiempos de vivimos, he aquí otra maravilla del Renacimiento que quiero compartir con vosotros, a pesar de la truculencia tanto de la letra de la canción en sí como de los cuadros de Julio Romero de Torres que ilustran esta excelente versión. Así que, sólo por esta vez, cerrad los ojos ante la barbarie y... ¡simplemente gozad!
lunes, 15 de septiembre de 2014
TIL-ilar
¿La luna rielaba sobre el agua? |
Muy
poca gente conoce el significado del verso “titilar”, que no tiene nada que ver
con el TIL –sólo es uno de mis juegos de palabras-, sino que quiere decir algo
así como: “centellear con ligero temblor un cuerpo luminoso”, como las
estrellas a través de las lágrimas. Tampoco es fácil encontrar a alguien que
sepa traducir al lenguaje común una oración sintácticamente tan sencilla, pero
poéticamente tan significativa como “La luna rielaba sobre el agua”.
Sin
llegar a estos extremos, y según un reciente artículo de M.A. Bastenier
publicado en El País, el vocabulario
del español medio se reduce a unos 2.000 vocablos, que por cierto son muchos más
que los que maneja habitualmente un inglés tipo (aproximadamente 700, según
Bastenier), pero aun así… ¡pocos me parecen! Y no es que en otras épocas de nuestra
Historia tuviéramos mucho más vocabulario, pero también es verdad que el
analfabetismo real estaba generalizado. Hoy en día, el analfabetismo funcional
campa por doquier ayudado por una serie de instrumentos informáticos –como los correctores
automáticos- que serían magníficos si nos limitáramos a utilizarlos como apoyo
en lugar de como sustitutos del raciocinio humano.
Mucho
se está hablando últimamente de los pobres resultados del TIL en su primer año
de andadura. Este mismo periódico, sin ir más lejos, publicó un artículo
recientemente cuyo titular rezaba “Los menorquines del primer año de TIL
empeoran en catalán y castellano”. A bote pronto, parece grave, pero si uno
tiene la curiosidad y, sobre todo, el rigor de leer el grueso del artículo con
detenimiento –en lugar de lanzarse a comentar barrabasadas con una ortografía
infame, bien protegido por el anonimato-, se encontrará con que la diferencia
con respecto al curso pasado en mínima, sólo se ha dado en Menorca y en dos
cursos de los tres estudiados. En cualquier caso, para mí la verdadera noticia es
el bajísimo nivel lingüístico de nuestros estudiantes, que ni siquiera alcanza
el aprobado en catalán o castellano. Por lo tanto, me reafirmo en lo dicho en
otros artículos sobre este tema: ampliar nuestro conocimiento de una lengua
extranjera no implica perder facultades en la propia. Bien enseñadas y aprendidas,
no tienen por qué estorbarse.
Bien
enseñadas por docentes preparados y competentes, y no habilitados a la buena de
Dios. Con tiempo para prepararse sus clases en una lengua que no dominan y que
en ningún caso es su lengua materna. Con medios suficientes a su alcance para
que puedan aprender inglés –y todo lo que se tercie- y evitando disparates lingüísticos
como “relegar” el inglés a materias no instrumentales como la Plástica y la Música.
En primer lugar, porque todas ellas son dignas del mayor interés, de muchas más
horas de impartición que las previstas por la LOMCE y de la obligatoriedad de
su estudio en todas las etapas educativas. Y sobre todo porque, si queremos que
el estudio del inglés sea considerado “importante”, habría que impartirlo a
través de las materias tradicionalmente consideradas “importantes”… cuando haya
suficientes docentes preparados para ello, eso sí. Uno mi voz a los que gritan “TIL
sí, però no així!”.
Que
nuestros chavales sepan tan poco inglés como nosotros mismos no es excusa para
que no puedan estudiar Sociales o Naturales en dicha lengua. Tampoco nacen con
rudimentos de Matemáticas y bien que les amueblamos la cabeza con conocimientos
cada vez más elevados de dicha materia, ¿no? ¡A aprender se aprende aprendiendo,
no hay otra manera! El caso de Portugal, donde todos hablan un inglés excelente,
lo demuestra. ¿Es que nuestros alumnos son más tontos que los portugueses? Aquí
nos conformamos con demasiado poco… Nunca seremos un país de primera mientras
sigan existiendo menorquines que no sepan escribir en catalán (ni tengan la
menor intención de aprender); catalanoparlantes que miren con desdén el
castellano, como si fueran sobrados de nivel; castellanoparlantes que se
nieguen a aprender el mínimo de catalán que dicta la buena convivencia entre
vecinos, o sea, que al menos alcancen a entenderlo sin problemas; padres que encuentren
normal exigir a sus hijos que lean, que estudien o que aprendan inglés cuando
ellos en su tiempo libre no hacen más que dormitar frente a la tele o hacer el
chorra por Internet; gente que desprecia a los hablantes de otras lenguas que
no sean el inglés, mofándose de ellos como si el árabe o el chino –así como los
propios hablantes- no merecieran un respeto... ¡Basta de cutrerío ambiente, en
definitiva! ¡Más tililar y menos babear, ea!
miércoles, 10 de septiembre de 2014
The Hercule's Poirot murderer
Narrado por la cadenciosa y oxfordiana voz de David Suchet, el Hercule Poirot televisivo, aquí tenéis un entretenidísimo y bien fundado documental sobre la misteriosa vida de la reina del misterio... ¡Agatha Christie! Nada mejor para ir abriendo boca ante la inminente publicación de Los crímenes del monograma. ¿Habéis reservado ya vuestro ejemplar? Obviusly, I do it.
lunes, 8 de septiembre de 2014
Perdón imposible, ejecución inminente
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme... |
Dar
clase es divertido. No siempre ni a cualquiera, pero sí muy a menudo, al menos
para mí. Uno de los aspectos que más me divierten es que, aunque impartas el
mismo temario y con materiales parecidos a dos grupos de nivel académico
similar, los alumnos no suelen reaccionar de la misma manera. En otras palabras, ¡nunca
sabes por dónde te van a salir! Casi siempre te sorprenden,
convirtiendo la enseñanza en una actividad que, aunque a priori pueda parecer algo monótona, para mí y para muchos otros resulta apasionante.
Los signos de puntuación es uno de los temas más repetitivos y menos innovadores del temario de mi asignatura y, al mismo tiempo, uno de los que suscitan más dudas, observaciones delirantes y controversias estériles. Recuerdo con ternura, por ejemplo, a cierto aspirante a guardia civil que, mientras yo hacía malabares con un doble rango de comillas sobre el texto de un dictado en la pizarra, me apostrofó: “¡Qué guay, profe, así has tuneao to’ el párrafo!”.
Los signos de puntuación es uno de los temas más repetitivos y menos innovadores del temario de mi asignatura y, al mismo tiempo, uno de los que suscitan más dudas, observaciones delirantes y controversias estériles. Recuerdo con ternura, por ejemplo, a cierto aspirante a guardia civil que, mientras yo hacía malabares con un doble rango de comillas sobre el texto de un dictado en la pizarra, me apostrofó: “¡Qué guay, profe, así has tuneao to’ el párrafo!”.
Otra
cuestión espinosa es la conveniencia de limitar el número de
puntos suspensivos a los tres canónicos. Especialmente las chicas jóvenes,
adoran las líneas enteras de puntos suspensivos, sobre todo si están trazadas -¡ay!- con
bolígrafo lila o verde esmeralda. Así como tampoco ven la necesidad de introducir las preguntas y exclamaciones con el signo inicial correspondiente. “Como en inglés no se ponen…”, se
atreve a aducir siempre algún energúmeno que de inglés sabe casi tanto como de chino mandarín. Y
entonces me toca explicar que en inglés, señores míos, se escribe de forma
mucho más sintética y compartimentada que en castellano o catalán. Dicho de
otra manera, las oraciones subordinadas son la base de nuestro discurso, no del
de los anglófonos, aunque esporádicamente sean capaces de grandes derroches de
oratoria como el antológico principio de Lolita
o el de la dickensiana Historia de dos
ciudades:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.
.
Pero
nada mejor que la conocida anécdota sobre las comas que se le atribuye a Carlos
V para ilustrar la importancia de los signos de puntuación. Aquí la tenemos en
palabras de José Antonio Millán, autor del delicioso librillo Perdón, imposible:
Estando el rey en el teatro, le recordaron que tenía que decidir si indultaba o no a un condenado a muerte. Decisión que había dejado para más adelante en su última audiencia para meditarlo mejor y que corría prisa, pues la ejecución estaba prevista para la mañana siguiente. Como respuesta, escribió en un billete «Perdón imposible ejecutar al reo». El secretario que llevaba el papel se dio cuenta de que la vida del prisionero estaba en sus manos y dependía de dónde se añadiese la coma que evidentemente faltaba. Si se decía «Perdón imposible, ejecutar al reo», el condenado era hombre muerto, pero si se escribía «Perdón, imposible ejecutar al reo», se salvaba.
¿Y
qué creéis que hizo el secretario de Carlos V? Pues poner la coma en el lugar
debido en lugar de manchar su pluma con sangre ajena. ¡Olé por él!