lunes, 18 de noviembre de 2013

Crónica del halconero (IV)

           Desde que publiqué la historia de una antigua compañera de facultad en esta misma sección, muchos han sido los que me han preguntado, a veces incluso con ansia, qué ha sido de Amalia desde entonces. Me sorprende tanto interés por alguien a quien sólo yo conozco personalmente, pero me halaga que su historia, muy representativa de los tiempos aciagos que nos ha tocado vivir, haya logrado suscitar la curiosidad de tantos menorquines a pesar de no tener nada que ver con la isla y sus circunstancias.

            Como ya conté en su día, conocí a Amalia en la Universidad Complutense de Madrid. Ella estudiaba Historia del Arte, por lo que compartíamos facultad, pero sólo teníamos algunas asignaturas en común. Era una alumna excelente, apasionada y voluntariosa, aunque no lo bastante brillante como para encontrar trabajo de algo relacionado con su carrera, cuyo porcentaje de desempleo era descorazonador.
            Amalia vivía en una pensión de mala muerte regentada por su madre, una mujer más bien callada y algo depresiva a la que apenas conocí, con vistas al cruce elevado de Cuatro Caminos. A poco de terminar la carrera, su madre murió y Amalia se vio obligada a vender la pensión. Con el dinero que sacó de la venta, se trasladó a Esquivias (Toledo), de donde provenían sus ancestros, y puso un bar en los bajos del caserón familiar, que también había heredado. Sorprendentemente, la dulce y paciente Amalia, habituada al trabajo intelectual del más alto nivel, se adaptó sin dificultades a su nueva ocupación y al pueblo de su madre, que describía como un lugar lleno de tractores y cazadores de conejos.
Una noche de principios de abril, cuando ya estaba a punto de cerrar el bar, se presentó un hombre maduro, bien trajeado y con gafas que conducía un cochazo descomunal y jamás se parecía separarse de su maletín de ejecutivo. Tras darle de cenar y ofrecerse a hospedarlo en su propio cuarto de invitados, el desconocido –que se había presentado únicamente como Eduardo- se empecinó en que mi amiga lo acompañara a visitar el lago del halconero, una atracción turística local que ella había mencionado durante su conversación en el bar desierto y apenas iluminado.
Eran las tres de la madrugada y en aquel momento, tras haberse mostrado extrañamente confiada con él hasta entonces, Amalia empezó a sentir miedo. Pero, una vez allí, lo único que hizo Eduardo fue arrojar su maletín en mitad de las aguas exclamando algo así como: “¡Qué hermoso es todo…!”.
Mi amiga no me dio muchos detalles sobre lo que sucedió luego. Sólo sé que ocultaron el coche, Eduardo compró ropa nueva, más juvenil y deportiva, y se quedó a vivir en el pueblo. Con ella, pero sin contarle nada de su existencia anterior. A Amalia no parecía importarle demasiado: era feliz así. “Somos almas en precario”, me dijo hace unos meses, “pero hoy en día, ¿quién no lo es?”.

A petición de mis lectores, hace unos días la llamé por Skype. A pesar de la imagen tan poco definida que me devolvía la pantalla del portátil, pude observar que Amalia tenía un aspecto radiante. Llevaba el pelo recogido al desgaire y una de sus sudaderas informes, pero aun así me pareció más hermosa que nunca, algo rellenita y sin duda muy risueña. Mientras hablábamos de nimiedades, eché un vistazo a la habitación en la que se encontraba, pintada de amarillo limón e iluminada por una ventana lateral que quedaba fuera de campo. Al fondo, pude entrever un tapiz de lana gruesa que pendía sobre un sofá acarminado de aspecto acogedor.
-¡Qué bonito!- dije, refiriéndome al tapiz.
-Lo he hecho yo. ¿Reconoces el motivo?- me preguntó con una risita coqueta.
-No, mujer, desde aquí…
-Es el Guidoriccio da Fogliano de Simone Martini.
Yo también lancé una carcajada. Mientras nos reíamos, alguien interpeló a mi amiga desde su izquierda. Era un hombre de voz aterciopelada y rica en matices; supuse que sería Eduardo. Apenas pude entender lo que decía, pero hablaba en un tono pausado que me gustó. Cuando al fin se fue, Amalia se acercó al monitor y me guiñó un ojo.
-No sólo me ha dado por hacer tapices últimamente, ¿sabes?
Cuando se puso en pie y luego de perfil, entendí qué quería decir y me alegré por ella. “Aunque estamos a las puertas del invierno y el cierzo azota con fuerza los campos, nunca había sentido menos frío”, se despidió diciendo.

8 comentarios:

  1. Ciertamente, el retrato de Eduardo tiene trazos diferentes a lo que yo esperaba. Me preguntas si creo que es un tipo en quien se puede confiar. Tu respuesta es:

    - Sí, ¿Por qué no? tanto como se puede confiar en el propio esposo, o en el mejor amigo.

    También se puede ver a Eduardo como a la Bestia del famoso cuento "La Bella y la Bestia". Al romperse su hechizo levanta en brazos a la Bella y le anuncia que volarán por los aires hasta su reino, puesto que él también es un rey en el exilio.

    - ¿Tendréis miedo?
    - Me gusta pasar miedo... con vos.

    Tu historia me ha dado mucho en que pensar y me ha recordado muchas situaciones de mi propia vida. No me extraña que haya tenido éxito. Es muy buena. Es tan buena que no estoy completamente seguro de creérmela completamente, pero esto, es lo de menos.

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    1. ¡Muchísimas gracias por detallarme tu opinión! Es interesantísima. La influencia de "La Bella y la Bestia" -que es un relato que detesto- me parece un poquito traída por los pelos, pero tiene su porqué. Lo que más me inspiró fue pensar en mis alumnos del centro penitenciario, que son tan normalitos como tú y como yo (es un decir, al menos en mi caso) y mucho más agradecidos que los alumnos que tengo en la escuela.

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  2. Bien sabe el Dios de los Ateos que me gusta llevar la contraria pero tengo que darte la razón. La referencia a "La Bella y la Bestia" está "un poquito" traída por los pelos y no creo que haya sido una influencia en tu caso. Aunque te la tengo que llevar -la contraria- cuando dices que detestas ese relato. Lo que detestas es la película de Walt Disney y el espectáculo musical que se hizo a su costa :-). No tiene nada que ver con el cuento original.

    (Bueno, no sé... en tu caso... te creo capaz de haber leído el cuento de Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont. Creo, incluso, que puedo imaginar por qué este cuento no gusta a una mujer del siglo XXI. Otro día y con más tiempo tal vez intente hacerte cambiar de opinión sobre el asunto.)

    Eduardo es un hombre que intenta iniciar una nueva vida escondiéndose de otra anterior en la que llegó demasiado lejos en algo. Pero, en realidad, la protagonista de "La crónica del halconero" es Amalia. Una mujer que encuentra la felicidad aceptando las cosas como le vienen, renunciando a elegir. Tu eres una mujer de letras, yo soy un aficionado al cine. Seguro que entiendes que me guste encontrar autores que intentaron contar la misma historia en otras circunstancias. Esto no significa que hayan sido copiadas o versionadas, sino que la Humanidad afronta una y otra vez problemas que, en el fondo, son siempre los mismos.

    Por cierto ¿Qué significa "lo que más me inspiró fue pensar en mis alumnos del centro penitenciario, que son tan normalitos como tú y como yo"?

    ¿Lo que te inspiró no es la historia de Amalia? ¿La historia es inventada? ¿Los "alumnos" (presos) del "Centro penitenciario" (cárcel) son personas normales? ¿Son personas de fiar, como Eduardo?

    ¡Pero qué veo!
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    ¡Hay un enlace a mi página en la columna de la derecha!
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    ¿Significa eso que fue de tu gusto?
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    Puesquesepas que eres la primera en hacerlo. Muchas gracias.

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  3. Te agradezco la confianza pero te pido que borres el comentario anterior. La Comunidad de Internet no necesita saber lo que revelas sobre la historia de Natalia. El cuento es muy bueno, permite que su imaginación se vea estimulada por el misterio.

    Sin ir más lejos, y pese a mis sospechas, yo mismo estuve mirando el mapa de Esquivias preguntándome si podría encontrar el bar de Amalia.

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    1. Aunque sé por experiencia que muy poca gente lee los comentarios -y menos aun las respuestas a comentarios de otro-, te he hecho caso y lo he "oscurecido". No he eliminado el tuyo para incrementar ese misterio del que hablas, a lo Cide Hamete Benengeli. Un detalle relacionado con el individuo que acabo de citar: Esquivias es el pueblo de la mujer de Cervantes.

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  4. Sí, es posible que nade escuche nuestra conversación, pero para qué aguarle la fiesta.

    (¡Cide Hamete Benengeli! hacía tiempo que nadie me lo mentaba)

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  5. Por cierto,

    ¿Volverás a visitar a Amalia? o, dicho de otro modo ¿"Continuará"?

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    1. No creo, aunque un escritor "se debe a su público". Tampoco pensaba ir a visitarla durante el puente de Mayo. Y fui.

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