viernes, 31 de enero de 2014

Un pizzico di follia

Si te apetece escuchar una magnífica interpretación -percusiones sobre caja incluidas- de "La follia" de Vivaldi, un renacentista que ya apuntaba maneras románticas, clica sobre este enlace: The English Concert

http://www.dailybest.it/wp-content/uploads/2011/10/Erik-Johansson-fisk.jpg
Erik Johansson?

sábado, 25 de enero de 2014

Purcell F.C.


http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9a/Edmund_blair_leighton_accolade.jpg          Cumpliendo con mis propósitos de Año Nuevo, que ya detallé en esta misma sección, hoy me propongo hablaros de mi compositor preferido, Henry Purcell (1659-1695). Absténgase de leerlo cualquier mente cargada de prejuicios malsanos contra la música clásica, o contra la cultura en general. Si alguna vez os habéis sentido tan marcianos como yo misma a causa de vuestros gustos y aficiones, si alguna vez habéis abominado del pop facilón y similares, este artículo es para vosotros, pedantes sin remisión.
            Hoy no pienso andarme con tonterías ni disimulos. No sólo me encanta leer –sí, ¿qué pasa?-, sino que además me chifla la música clásica, tururú. ¡Ojalá se pudiera hablar de ello con la misma despreocupada naturalidad con la que se comenta un partido del Barça o del Real Madrid…! Pero, en nuestro país, haciendo confesiones de este tipo te expones, como mínimo, a la conmiseración ajena.

Si todos los músicos de todos los tiempos formaran una liga yo sería, sin duda alguna, del Purcell Fútbol Club. Como algunos ya sabéis, Purcell –pronúnciese “pársel”, no como “porcell”- no sólo fue un músico genial, sino que tiene un repertorio tan variado como apasionante.
Hace unos años pasamos quince días en el suroeste de Inglaterra, concretamente en Cornualles y Gales, siguiendo las supuestas huellas del rey Arturo. Tanto a mi marido como a mí nos sorprendió la simpatía y la calidez con que nos acogieron los británicos a pesar de que nuestro rudimentario inglés apenas nos permitía comunicarnos con ellos. Los amables dueños del pub a las afueras de Exeter donde estuvimos alojados unos días, por ejemplo, siempre tenían un rato para piropear a nuestra hija, enseñarle un cachorrillo, interesarse por nuestra procedencia o sugerirnos alguna visita. Pero lo que más nos impresionó fue que no se dejaran abatir por la continua llovizna que bañaba las ferias costeras ni por el viento que azotaba inmisericordemente las playas, en las que eran capaces de permanecer horas y horas cazando cangrejos con una facilidad pasmosa. De hecho, demostraban estar siempre de un humor excelente aun en mitad del temporal.

Purcell no era galés ni de Cornwall, sino londinense. Pero, a juzgar por su música, debía de ser tan vitalista, excéntrico y charlatán como sus actuales compatriotas, ya que resulta alegre hasta cuando escribe música para funerales (véase la marcha que escribió para las exequias de María I de Inglaterra, apodada “Bloody Mary” por su afición a mandar quemar en la hoguera a sus acérrimos enemigos, los anglicanos).
A continuación, trazaré un breve, desordenado e incompleto itinerario por su obra, que aún no conozco lo suficiente para ser rigurosa ni exhaustiva, y que tengo la impresión de que es un pozo sin fondo de diversión y enriquecimiento intelectual. Si queréis seguirme, deberíais armaros de un ordenador con una buena conexión a Internet y, sobre todo, que tenga o se le puedan acoplar unos altavoces de calidad. Una columna musical necesita banda sonora. ¡Poned YouTube a trabajar, vamos!
            La primera vez que me hablaron de Purcell fue en un cursillo de iniciación a la ópera que impartía Juan Mercadal, más conocido como “Nito Xuquí”. Fue él quien me descubrió el final de Dido y Eneas, una ópera de la que había oído hablar, pero que no había escuchado jamás. Hay que tener el corazón de piedra para no conmoverse hasta las lágrimas con la sentida interpretación que Maria Ewing hace de la muerte de Dido en su “When I am laid in earth”…


Pocos años después llegó “We the spirits of the air”, un precioso duetto para dos sopranos que descubrí gracias a un concierto participativo y que posteriormente he tenido el placer de cantar junto a mi profesora de la Escuela Municipal de Música de Maó, Montse Mercadal. Mascullada en una iglesia románica, a la luz de las velas, como la encontraréis en YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=qqZviYJ94Q8), resulta sin duda impresionante.
A continuación vino “Cold song”, primero en la interpretación del contratenor alemán Andreas Scholl, insuperable desde el punto de vista técnico, y luego en la del cantante punk ya fallecido Klaus Nomi -con la que suelo ilustrar el Barroco ante mis queridos alumnos-, tan desconcertante como su propio atuendo: mocasines de hebilla y tacón, medias tupidas, capa oscura, jubón acuchillado de color rojo sangre, una gorguera digna de Felipe II y maquillado como un payaso triste, pero cantada con toda la contenida emoción de un hombre que se sabía tan moribundo como el genio del frío que protagoniza dicha aria. “Cold song”, de todas maneras, no es más que una de las numerosas perlas de la semiópera King Arthur, entre las que aconsejo el dueto patriótico “Round thy coasts”, seguido de las fanfarronadas del bajo y de la delicada balada “Venus song”, que también he perpetrado en algún concierto.
Últimamente escucho a menudo las Canciones de taberna y capilla, una divertidísima colección de cánones, fugas y rondós de aire goliárdico.
¡Alé, alé, alé Purcell F.C.!

sábado, 18 de enero de 2014

Goliárdico Purcell

 http://coralea.com/wp-content/uploads/2012/11/Goliardos-e1353445815315.jpg

¡Atención a esta nueva maravilla purcelliana que he descubierto gracias al blog de Pablo Rodríguez Canfranc soledadtengodeti.blogspot.com.es (muy recomendable, por otra parte)! Se llama Canciones de taberna y de capilla, y es una auténtica gozada.
Ahí van las dos que más me han gustado. Abrid bien las orejitas... y espero que disfrutéis tanto como yo.


martes, 14 de enero de 2014

Cara sposa

¿Qué versión os gusta más? ¿Andreas Scholl con su voz aterciopelada, aunque algo sorda, y su técnica absolutamente impecable? ¿Philippe Jaroussky con el hilito de voz mejor administrado del mundo? ¿O el más "machote" de los contratenores actuales, David Daniels? Se admiten todo tipo de comentarios y contrarréplicas. Especialmente por parte de Haendel, claro...

jueves, 9 de enero de 2014

Un mal necesario


Qué solas, algunas...
No estoy a favor del aborto, estoy a favor del derecho a abortar, que no es exactamente lo mismo. Al igual que José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura y primer barón del PP en criticar abiertamente la nueva ley sobre el aborto, pienso que “Nadie puede obligar a una mujer a ser madre”. Y menos que nadie, el Estado.
No sé si recordaréis que, cuando Carme Chacón y Soraya Sáenz de Santamaría –que en materia de aborto guarda un inexplicable silencio- renunciaron a parte de su permiso por maternidad para volcarse en sus rampantes carreras políticas fueron muy criticadas; sobre todo por parte de las mujeres que, en mi opinión, son las que más tendrían que haberlas apoyado. Al igual que a nadie se le ocurre criticar a un recién estrenado padre por pasarse ocho horas al día en su puesto de trabajo, ajeno al terrible trajín que conlleva un bebé de pocos meses, tampoco deberíamos ensañarnos con las mujeres que se resisten a ser únicamente gallinas cluecas. Como bien puntualizó por aquel entonces la actual vicepresidenta del Gobierno, disfrutar de un permiso por maternidad es un derecho, no una obligación.
No hace falta ser gay para estar a favor del matrimonio homosexual ni de que las parejas del mismo sexo puedan adoptar un niño. Pues igual sucede con el aborto, que no es ninguna obligación para el que no “comulgue” –nunca mejor dicho- con ello, sino un derecho para quien no encuentre otra solución y tenga redaños para hacerlo. Dudo mucho que yo personalmente fuera capaz: tendría demasiado miedo de arrepentirme a posteriori. Creo que sólo sería capaz de hacerlo en caso de violación o de grave malformación fetal o de que mi primer embarazo me hubiera sorprendido siendo demasiado joven… ¡y ni siquiera estoy segura de ello! Pero ése es mi credo personal, que no tiene por qué ser universal ni obligatoriamente compartido. Sin embargo, estoy a favor de que cada una pueda abortar libremente y siguiendo la voz de su propia conciencia, sin mayor intervención por parte del Estado que la de garantizarle los cuidados necesarios antes, durante y después del aborto en sí.
Abortar no es plato de buen gusto para nadie. Como bien decía Elvira Lindo en una columna reciente, nadie alardea de haberlo hecho. Y, sin embargo, el aborto voluntario –por no hablar del indeseado- es mucho más frecuente de lo que pensamos. Yo misma sería capaz de citar cuatro casos que la discreción me impide nombrar con mayor detalle. Conozco y respeto a las cuatro implicadas; ninguna de ellas me parece especialmente egoísta, y todas han sido madres amorosas y responsables con anterioridad o bien posteriormente. Y para ninguna de las ellas fue una decisión tomada a la ligera.

Por otra parte, ninguna ley sobre el aborto será del todo justa ni estará completa hasta que incluya un paquete de medidas para obligar al padre a ejercer de tal. Obligar a un hombre a reconocer y responsabilizarse de su propio hijo cuesta tiempo, dinero y fortaleza de ánimo, cosa que no está al alcance de cualquiera. Obligar a una mujer a ser madre, no cuesta nada: basta con forzarla a seguir adelante con un embarazo que no ha buscado ni desea. Se nota que la nueva/vieja ley del aborto es una ley pensada y aplicada por hombres, desde el ministro de Justicia español hasta los médicos –y no médicas, que todavía son un bien escaso- que tendrán que dar su beneplácito para que una mujer pueda abortar, aun en unos supuestos que no pueden ser más restrictivos.
José Luis Gallardón ha dicho en conferencia de prensa que él no permitiría que su mujer abortase si estuviera embarazada de un bebé con graves malformaciones. En su caso, no me extraña. Pero, como no es difícil imaginar, muy pocas de las mujeres que abortan tienen detrás a una tan familia rica y poderosa como la de Gallardón. Es más, la mayoría no tienen a nadie que pueda ayudarlas a cuidar de un hipotético niño con malformaciones: ni una santa esposa que haya antepuesto la maternidad a su propia carrera, ni suficiente dinero para contratar los servicios de una interna, ni tan siquiera unos abuelos jóvenes, complacientes y cercanos. Me temo que eso no está en su perfil. Como no está en el perfil de la mayoría de las madres de este país. Con la nueva ley, abortar -como estudiar un grado universitario-, se ha convertido en algo que sólo está al alcance de unos pocos, de los que tengan suficiente dinero para pagarse un billete al extranjero y la estancia en una clínica privada.

Cuando se aprobó la ley sobre el matrimonio homosexual, yo todavía vivía en Italia. Para escándalo de algunos de mis alumnos de entonces, manifesté sentirme muy orgullosa de mi país por haber aprobado dicha ley, así como de la de reproducción asistida, que tanto nos envidian (no en vano los vuelos Roma-Barcelona de la Ryanair estén llenos de parejas italianas en edad fértil). Últimamente, sin embargo, sólo siento vergüenza.

(Si te ha gustado este artículo -recientemente publicado en el periódico MENORCA en mi sección quincenal "El jardín de las delicias"- y estás de acuerdo con él, difúndelo como puedas, por favor: cuantos más seamos, más posibilidades tendremos de cambiar el mundo.)