viernes, 6 de junio de 2014

Primer artículo de "El jardín de las delicias"

Algunos seguidores me han pedido que recupere el primer artículo de "El jardín de las delicias", que aún no estaba colgado en mi blog. No recuerdo la fecha exacta en que fue publicado, pero debió de ser a finales de abril o principios de mayo 2013, poco después de Sant Jordi, en el extinto Última Hora Menorca. No es gran cosa, pero al menos sirve para entender el título de dicha sección.

Presentación

            ¿Qué es una miscelánea? Según Wikipedia, se trata de un “género literario perteneciente a la didáctica que se dio principalmente durante el Renacimiento y el Barroco en España (...), y consiste en una colección de materiales heterogéneos que sólo tienen en común suscitar el interés del compilador y del público (...), mezclando la opinión, la instrucción y la diversión”.
            Esta nueva sección quincenal llamada “El jardín de las delicias” no pretende ser didáctica, no… ¡tranquilos! La didáctica la dejo para mi trabajo como profesora de educación secundaria. Tampoco estamos ya en el Renacimiento, aunque estemos asistiendo al renacimiento de valores trasnochados como el trueque o el reciclaje a ultranza; ni en el Barroco, aunque la desesperanza y el pesimismo de nuestra época nos acerquen a él. Lo más acertado de la definición de Wikipedia aplicada a esta sección es la parte que dice que una miscelánea es “una colección de materiales heterogéneos que sólo tienen en común suscitar el interés del compilador”, ya que no me propongo consagrar esta sección a un único tema, y ni muchísimo menos a uno de los tradicionalmente considerados femeninos -salud, belleza, cocina…-, que no me interesan gran cosa y de los cuales no entiendo lo suficiente para atreverme a pontificar sobre ellos. El tema de esta sección irá variando en función de lo que atraiga mi peregrina atención en cada momento. Y si con ello consigo “suscitar el interés del público” de vez en cuando... ¡mejor que mejor, claro! Tema sorpresa, por lo tanto, aunque es previsible que os aturda a menudo cotorreando sobre libros, música o viajes, que es lo que más me gusta en esta vida, después de estar con mis hijos.

            Para empezar, me gustaría contaros una anécdota literaria que me parece un excelente punto de partida para esta sección, que no se llama así en homenaje al precioso tríptico de “El Bosco” que ilustra estas líneas, sino por la deliciosa -¡nunca mejor dicho!- miscelánea homónima de mi admirado escritor granadino Francisco Ayala, fallecido en 2009 a los 103 años.
            El jardín de las delicias de Francisco Ayala consta de dos secciones. No me extenderé divagando acerca de la primera, “Diablo mundo”, que es divertidísima, a ratos incluso tronchante; sino acerca de la segunda, “Días felices”, que me resulta intensamente conmovedora. En ella, su autor va desgranando recuerdos de infancia, de amor o de viajes, breves pinceladas de vida que se apoyan en las ilustraciones y fotografías incluidas en la parte central del libro.
            Entre estas últimas está la que da lugar a la anécdota que os quiero contar en este artículo. En ella se ve a un Francisco Ayala cincuentón frente a la verja de un ruinoso palacete modernista. “¡Qué dolor, esa decrepitud, ese abandono! La casa tiene mi misma edad: en lo alto de su frente ostenta la cifra de 1905; y no tanto esa fecha como el estilo del edificio evoca el mundo aquel en que, hace tantísimo tiempo, vi yo la luz primera. En vano procuraría describirla con palabras”. El texto concluye diciendo: “Probablemente, ya el año que viene no existirá más mi chalet secreto, y nadie ha de recordar su pasada existencia. Acaso perdure todavía un poco su imagen en aquella fotografía que yo tengo, y en la memoria que tú puedas guardar de esta tarde en que te he llevado a presenciar su final decadencia”.
            En una visita a Salamanca, hará unos quince años y teniendo yo poco más de veinte, me di de bruces con él tras la catedral antigua de Salamanca, escondido en un callejón de bajada. Su estado seguía siendo tan desolador y lamentable como lo describía Francisco Ayala en “El chalet art nouveau, pero lo más alarmante es que ya había superado la fina línea imaginaria que separa una encantadora propiedad algo ajada, pero susceptible de reforma, de una inversión a fondo perdido. Tras acariciar levemente su verja herrumbrosa, me alejé con el corazón encogido de tristeza.
            Pero, a pesar de lo mal que hablan de ella, la vida también te da sorpresas agradables de vez en cuando. Pocos años después volví a Salamanca y lo encontré completamente remozado, convertido en un coqueto Museo de Art Nouveau y Art Déco (www.museocasalis.org). Por aquel entonces acababan de abrir y tenían tan pocos visitantes que aún les preguntaban a través de qué medio habían sabido de la existencia de dicho museo. Al llegar mi turno, dije que gracias a una miscelánea de Francisco Ayala. La chica de la taquilla me miró de hito en hito. “¿Qué es eso?”, me preguntó. Hasta me daba vergüenza explicarlo, ya que por un momento me sentí como una de esas histéricas que todavía lloran frente a la tumba de Jim Morrison en el cementerio parisino de Père-Lachaise. Algo más tarde, mientras contemplaba la magnífica colección de muñecas novecentistas del museo, noté que alguien me espiaba tras uno de los expositores más cercanos a la puerta. Y, al marcharme, la taquillera me retuvo diciendo: “Perdona, ¿te importaría esperar un momentito? El director quiere hablar contigo”. Éste apareció de inmediato, se presentó –yo volvía a sentirme tan avergonzada que fui incapaz de retener su nombre ni su aspecto físico- y me dijo que él también era un ferviente admirador de Francisco Ayala, que yo era la primera y única persona que había acudido al museo atraída por El jardín de las delicias hasta el momento, que había invitado al propio Ayala a la inauguración y el pobre no había podido asistir por motivos de salud, pero que le había prometido visitar el museo en cuanto se repusiera… ¡y me hizo una entrada gratuita a perpetuidad! No creo que en toda la historia de la museística se ha visto jamás a una mujer tan coloradota y feliz con una entrada en la mano.

4 comentarios:

  1. No he leído nada de Ayala pero tal vez lo busque en el futuro. En cualquier caso, enhorabuena. Quizá no visites el museo con frecuencia pero seguro que guardas tu entrada vitalicia como un tesoro.

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    1. ¡Buenos días, José Luis alias "Pelus"! Te recomiendo que empieces por "El jardín de las delicias" o "La cabeza del cordero". En mi opinión, son lo más accesible de la estupenda obra de Ayala.
      En cuanto a mi entrada vitalicia a la Casa Lis... He de confesar que, cinco traslados después, la he perdido. ¡Qué lástima!

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  2. Es fascinante ver los mundos a los que nos puede llevar un simple libro, y las historias que de él se derivan no son menos apasionantes. No en vano, pese a que a veces lo que se lee es pura ficción, el sentimiento que nos evoca es plenamente real.

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    1. ¡Totalmente de acuerdo, queridísima Isabel! "El jardín de las delicias" es capaz de evocar una amplia gama de sentimientos: desde la exaltación -por no decir otra cosa- provocada por una orgía en "Gaudeamus" a la intensa melancolía que tiñe otros relatos, como el dedicado a un querube difunto...

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