lunes, 25 de agosto de 2014

W Liberty!

La única manera de superarse a sí mismo y hacer realidad tan paradójica expresión es duetar consigo mismo como lo hace Andreas Scholl -contratenor, barítono y todo lo que le echen...- en su espléndida versión de la popular balada escocesa "The Wraggle-Taggle Gypsies, O!", a cuya incendiaria letra recomiendo prestar (casi) tanta atención como a la preciosa melodía que la acompaña.

viernes, 22 de agosto de 2014

Nosotros, los fantasmas (y IV)


Él le lanzó una mirada indescifrable. Por un instante, incluso pareció a punto de echarse a llorar tras el reflejo protector de las gafas. Luego se sobrepuso: sus facciones se relajaron y una especie de mueca que sin duda querría haber sido una sonrisa se extendió por su rostro.
-¿Tú no deberías dormir para estar en plena forma esta noche, durante el concierto? –le preguntó retomando derroteros previsibles y civilizados.
-Sí, desde luego. ¿Y tú?
-Ya sabes que duermo poco.
-¿Sigues sufriendo de insomnio?
-Puede que acabe echando una cabezadita, pero no creo. Tengo demasiadas cosas en que pensar…
-Así pues -titubeó ella, poco deseosa de proseguir dicha conversación-, ¡buenas noches!
-Buenas noches –asintió él.

A la mañana siguiente, se encontró sola en el compartimento. La familia marroquí había desaparecido junto a todos sus bártulos y sobre la rejilla del maletero sólo quedaba un viejo petate militar que tanto podría ser de él como llevar allí desde tiempos inmemoriales, ya que parecía a punto de fundirse con el abigarrado diseño de las paredes del vagón. El tibio sol de la mañana se colaba por la rendija inferior de la persiana, que no recordaba que nadie hubiera bajado la noche anterior. A pesar de haber dormido, todavía tenía muchísimo sueño y le dolía la espalda. En algún momento de la noche anterior recordaba haber apoyado la cabeza sobre algo blando. Quizá él había acabado sentándose a su lado, o fabricándole un almohadón con su sempiterna cazadora de cuero. Por un momento, se dejó invadir por una vaga sensación de vértigo. ¿Y si jamás volvían a encontrarse? Sólo sabía que seguía viviendo en Vitoria, la ciudad natal de ambos, y que fabricaba lámparas art nouveau. Quizá fuera suficiente para retomar el contacto, en el supuesto de que quisiera volver a hacerlo.
-Buenos días –oyó que decía él con su voz inconfundiblemente ronca desde el pasillo.
-Buenos días –susurró ella.
-Me he tomado la libertad de ir a tomarme un café sin contar contigo. Parecías dormir tan profundamente… ¿Te sientes descansada? –preguntó atravesando la puerta cristalera que separaba el pasillo de su compartimento.
-Me siento como si el tren me hubiera pasado por encima en lugar de llevarme a M*** –respondió estirando los brazos por encima de su cabeza.
De repente, el tren empezó a ralentizar. Ella levantó la persiana y dejó que la cálida luz del Sur inundara el vagón. En lontananza, tras una curva, se veía un modesto apeadero de color rojo desteñido, rodeado de álamos.
-¿Dónde estamos? –preguntó.
-La tuya es la siguiente… Pero yo me bajo aquí –manifestó él mientras echaba mano de su equipaje.
-¿Ya? –exclamó ella, con sobresalto.
-Sí, claro. Aquí es donde se celebra la feria de anticuariado.
-¿Volveremos a vernos? –quiso saber ella, poniéndose en pie.
El tren detuvo su marcha con un inquietante chirrido.
-Eso depende de ti. Esta noche iré al teatro a escucharte. Si quieres volver a verme, yo lo sabré.
-¿Cómo lo sabrás?
-Te conozco.
-Pero, ¡han pasado más de veinte años desde entonces...!
-Te conozco.
-¿Y si…?
Ella entreabrió la boca para añadir algo.
-¡No! –la detuvo él, alzando una mano y adentrándose en el pasillo- No digas nada ahora. Piénsalo bien y actúa en consecuencia. No quiero que vuelvas a romperme el corazón.
-Pero, ¿cómo…?
-Lo sabré. En cualquier caso, y aunque suene como una bobada de esas que se escriben en los periódicos, ha sido un verdadero placer volver a charlar contigo –musitó tendiéndole una de sus manos encallecidas de artesano como si se despidiera de un posible socio. Sólo un vago temblor traicionaba sus sentimientos.
Ella tenía un nudo en la garganta y no pudo, o no supo, contestar. Lo último que vio de él aquella mañana fue su viejo petate verde grisáceo alejándose por el pasillo del vagón, frente a la ventana intensamente iluminada.

We the spirits of the air
That of human things take care.
Out of pity, now descend
To forewarn what woes attend.

FIN

miércoles, 20 de agosto de 2014

Mísera belleza

Que nadie se llame a engaño: la música clásica no es como el pop, que no hace más que recombinar loops sintéticos de una simpleza pasmosa...
Con la música clásica, a menudo hace falta escuchar varias veces una misma pieza para lograr apreciarla en lo que vale. Eso es lo que me ha sucedido recientemente con este inefable "Miserere" de Allegri che molto allegro non è -si se me permite el chiste fácil-, pero cuya delicada belleza envuelve el corazón y eleva el espíritu. ¡Gracias, Maria Antonietta y Alexander, del dúo "La Galatea", por habérmelo recomendado!
Ahora ya sólo queda disfrutarlo...

viernes, 15 de agosto de 2014

Nosotros, los fantasmas (III)


Durante un par de minutos, volvió a cantar para él como cuando eran jóvenes y soñaban con viajar por todo el mundo, colmándolo de belleza. Él sería su representante y ella actuaría en los mejores teatros del país, ante un público sensible y rendido ante su arte. Creadores de belleza, eso es lo que querían ser; aquella sería su misión en la vida. Y, en cierta manera, lo habían conseguido. Pero ni ella solía actuar en grandes teatros ni pasaba de ser una sopranillo competente a la que sólo llamaban para dar la réplica en un dueto a alguna cantante famosa, reforzar cuerdas de coro en grandes producciones o rellenar el segundo reparto de una ópera. Quizá él tuviera más suerte con sus lámparas modernistas y fueran realmente apreciadas.
-We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend
Terminó su improvisada actuación repitiendo el estribillo con acento lúgubre, como un espectro.
-Bravissima! –exclamó él, batiendo las palmas en un sordo aplauso- Casi das miedo.
-La oscuridad ayuda a que suene más tétrico. ¿Sabes? Hace unos años interpreté este mismo dueto a la luz de las velas, en una pequeña iglesia románica del suroeste de Francia. Fue algo excepcional… ¡Jamás había cantado tan bien! Y no creo que vuelva a hacerlo, el tumor me ha dejado bastante desballestada.
Ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays.
-¿Tienes hijos? –preguntó ella, deteniendo su mirada sobre los dos niños magrebíes con los que compartían compartimento, que dormían plácidamente junto a su madre.
-Tengo una chiquilla de once años, el año que viene irá al instituto, pero apenas la veo. Su madre no hace más que ponerme pegas.
-¡Vaya! Lo siento.
-Ya ves, cosas que pasan. De hecho, creo que nunca figuré entre sus planes.
-¿Cómo se llama la niña?
-Lucía.
-Un nombre precioso.
-Ella también lo es. ¿Y tú…?
-Yo no tengo hijos. Al parecer, mi marido y yo no éramos incompatibles en ese sentido. Supongo que por eso acabamos separándonos.
-¿Era tu representante?
-No, ni siquiera le gustaba la música. La verdad es que regentaba una farmacia.
Sin saber muy bien por qué, ambos se echaron a reír al mismo tiempo.
-¿Un farmacéutico? –inquirió él, tratando de contener las carcajadas.
-¡Un farmacéutico, sí! –repuso ella en pleno ataque de hilaridad- ¿Qué te esperabas?
-Nunca te habría imaginado casada con alguien que no tuviera relación con la música…
-La verdad, yo tampoco –confesó mientras se secaba las lágrimas con una esquina de su pañuelo-. ¿Aún eres fiel a nuestra vieja y querida ciudad?
-Pues claro –afirmó con orgullo-. Y tú, ¿dónde vives ahora?
-Tengo un pequeño apartamento en un burgo medieval rehabilitado, cerca de Pamplona. No es muy espacioso, pero…
-¿Por qué me dejaste? –la interrumpió él.
-¿Cómo?
-Ya me has oído –añadió endureciendo su tono de voz.
¿Cómo había podido ser tan ingenua?, ¿cómo había podido pensar ni por un momento que se libraría de su interrogatorio? Los perros de caza jamás sueltan su presa. Cease to languish now in vain since never be loved again. Al contrario de lo que parecía haberle sucedido a él, con el correr de los años tenía la sensación de haberse ido volviendo cada vez más frágil, y tan transparente como el cristal; ya ni siquiera se sentía segura de su talento, que en ocasiones se le antojaba únicamente fruto de la técnica.
-No lo sé. Quizá porque me querías demasiado –aventuró con voz temblorosa.
-¿Y eso es malo?
-Con veinte años puede llegar a parecer peligroso.
Al escucharla decir esto, él se encerró en un mutismo teñido de rencor.
-Oye –le espetó tras unos instantes de indecisión, inclinándose hacia él y apoyando una mano sobre su rodilla-, ¿qué más da eso ahora? ¡Han pasado veinte años! No seas chiquillo, no le des más vueltas.
-Nunca he querido a nadie tanto como a ti –confesó él, ablandándose.
-Ni yo –se oyó decir a sí misma con estupefacción-. Pero, ¡a quién le importa eso ahora…!

Primer capítulo en: "Nosotros, los fantasmas (I)"
Segundo capítulo en:  "Nosotros, los fantasmas (II)"

jueves, 14 de agosto de 2014

Dindirindin

Merci encore, Christine! J'aime Jordi Savall et Montserrat Figueras, mais je préfère The King's Singers. Comme vous savez, j'adore les contre-ténors... Une merveille pour partager.


jueves, 7 de agosto de 2014

Nosotros, los fantasmas (II)


-Perdóname. No quería ser tan brusco –le oyó mascullar de improviso.
Ella abrió los ojos, aunque tardó en acostumbrarse de nuevo a la penumbra algodonosa que envolvía el compartimento.
-¿Qué has dicho?
-Que me perdones. No pretendía asustarte.
Ella asintió. Y algo parecido a una sonrisa aleteó sobre la comisura de sus labios. Él le devolvió el gesto abiertamente.
-¿Cómo estás? –le preguntó él tras una pausa en la que sólo se oyó el traqueteo del tren y la respiración acompasada de sus acompañantes, que parecían a punto de conciliar el sueño.
-Bastante bien. Aunque he estado enferma últimamente.
-¿Qué fue?
-Un tumor. Benigno, por suerte.
-Lo siento.
A continuación, ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes.
-No te preguntaré si te has convertido en cantante profesional porque ya lo sé. Hoy en día es muy fácil seguir la vida de una persona…
Al oír esto, experimentó una leve sensación de mareo, aunque no supo identificar si era debida al desconcierto que le producía que hubiera continuado interesándose por ella o por la vergüenza que sentía a causa de la mediocridad incontestable de su carrera.
-¿Te he asustado? –preguntó él.
-Un poco –respondió ella, azorada.
-No hablemos más.
-No, no… Cuéntame de ti. ¿Sigues doblando anuncios?
-No. Eso se acabó. Ahora soy artesano. Hago lámparas art nouveau e incluso alguna que otra vidriera por encargo. No me va mal, parece que ese tipo de objetos se han puesto de moda últimamente. Donde mejor se venden es en las ferias de anticuariado. Ahora mismo voy a una. Llevo los catálogos y unas muestras en el furgón de cola. Y tú, ¿adónde te diriges?
-A M***. Me han contratado para que actúe en la reapertura del teatro lírico. Lleva un montón de años cerrado por obras.
-Sí, ya lo sé. Concursé para hacerles los nuevos apliques de los palcos… Era un diseño muy bonito, en forma de tulipán translúcido, pero no ganó. ¿Y qué vas a cantar?
-La carta de amor de Monteverdi y un dueto de Purcell que canto desde hace años.
-¿Lo conozco yo? –inquirió con avidez.
-Puede que sí. Se llama “We the spirits of the air”, de Purcell.
Tarareó la primera estrofa de la segunda voz pianissimo para no despertar a la familia árabe, que ya dormía plácidamente:
-We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend.
Justo en ese momento, se apagaron las luces del pasillo y tan sólo quedaron encendidas las de emergencia. En la semipenumbra ambarina del vagón, ambos parecían más jóvenes.
-¿Qué hora es? –se sorprendió ella.
-Las doce, creo. ¿Cómo sigue? –quiso saber él, con aire soñador.
Apenas había cambiado desde los últimos veinte años. Seguía llevando el pelo largo y recogido en una coleta, unas gafas de montura ligera y ropa oscura, desastrada e informal. Con los años parecía haber adquirido consistencia: no sólo físicamente, sino también a nivel moral. Ya no se le veía tan torpón y atolondrado como veinte años atrás. Al parecer había empuñado el timón en el último momento, virando frente a la escollera.
-¿Cómo sigue el qué?
-Tu dueto.
-¿De verdad quieres que te lo cante?
-Sí.
Ella aspiró con firme delicadeza, como si quisiera llenarse los pulmones de un exquisito aroma volátil, o polvo de hadas.
--We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays…
Su hermosa voz, algo más grave, impostada y artificial que antaño, pero sin duda no lo suficiente para sofocar la intensa emoción que producía escucharla, se deslizó con dulzura en el interior del vagón, inundándolo gradualmente como si de una gigantesca pecera se tratara. Las notas de Purcell aleteaban en su interior como peces colorados y ávidos de movimiento.
-Cease to languish, cease to languish then in vain, since never, never, never, never, never to be loved again… 

Primer capítulo en: "Nosotros los fantasmas (I)"