martes, 16 de julio de 2013

¡Ay, el inglés...!

Article publicat a l'ÚLTIMA HORA d'avui:

No tengo ni la menor intención de polemizar sobre el tan cacareado TIL, o decret de Tractament Integrat de Llengües, hace demasiado calor para eso. Sólo os diré que, aunque entiendo que a nivel organizativo y en las precarias condiciones actuales nos arriesgamos a que su aplicación inmediata siembre el caos en las aulas, considerándolo en abstracto, el decreto TIL no me parece mal.
No entraré a juzgar aquí quién -los que me conocen saben que yo, de pepera, nada de nada- y por qué lo ha implantado; dicen las malas lenguas que más para fastidiar a los catalanistas que para promover el inglés. Como toda batalla estéril y puramente ideológica, no me interesa. Pero la idea de repartir equitativamente y de forma alternada la mayor parte de las asignaturas de que consta el currículo de Primaria y Secundaria -con la sola excepción de las escuelas de adultos que, una vez más, se han quedado fuera- entre el castellano, el catalán y el inglés me parece no sólo buena, sino también justa y necesaria.

Los españoles hablamos un inglés lamentable, todo hay que decirlo. La gente se mofa de que a estas alturas de nuestra democracia todavía no hayamos tenido ningún presidente del Gobierno capaz de prescindir del intérprete, pero es que la ignorancia de nuestra clase política no hace más que reflejar la ignorancia de la población en general. Somos perezosos a la hora de aprender cualquier lengua, hay que admitirlo, aunque sea la propia de la comunidad autónoma en la que vivimos o en la que nos criamos. El criterio parece ser “cuantas menos lenguas sepa, mejor, y sólo aprenderé alguna más si es estrictamente necesario”.
Siempre recordaré el orgullo que sentí al “desembarcar” en Roma hace unos años gracias a una beca y encontrarme con que la mayoría de Erasmus españoles ya eran capaces de chapurrear el italiano, a pesar de llevar únicamente un mes en la ciudad. En ese mismo lapso de tiempo, los pobres alemanes -segundo colectivo de Erasmus en Roma más numeroso aquel año, seguido de cerca por los portugueses- sudaban la gota gorda hasta para construir la frase más sencilla. Por supuesto, ninguno de nuestros ilustres paisanos se había preparado previamente, ¡a quién se le ocurre!, pero supieron aprovechar el cursillo intensivo que les brindaba una asociación de acogida para aprender los rudimentos del idioma. A los pocos meses, mi orgullo patrio se había trocado en vergüenza ajena: casi ningún español había ido más allá de dicho nivel inicial. La mayoría seguían hablando siempre en presente, evitando las frases compuestas y utilizando un vocabulario más bien básico aunque, eso sí, adornado con muchos gestos, risitas y codazos. Como los italianos no son muy exigentes y los españoles les caemos bien a priori, la convivencia con ellos no sólo era pacífica, sino de lo más estrecha. Pero, a pesar de ello, hay que reconocer que los alemanes nos ganaron por goleada. Aun con un acento horroroso y un físico de rubiales que no favorecía su integración con los “aborígenes”, todos ellos eran capaces de hablar en pasado, utilizar el condicional como es debido e incluso dar lecciones de subjuntivo a los propios italianos, que lo tienen olvidado. La mayoría incluso solía llevar algún cuaderno o dispositivo móvil para apuntar vocabulario. ¿Cuándo se ha visto a “uno de los nuestros” hacer algo parecido? El resultado es que, más de diez años después, los españoles con los que sigo en contacto ya no son capaces de hablar en italiano con mi marido -yo me llevé un souvenir autóctono, sí, ¿qué pasa?- más allá de la simple gracieta, mientras que el único alemán al que todavía veo de vez en cuando habla y escribe en un italiano modélico (aunque con acento de “empujen-estrujen”, eso sí es verdad).

Con el inglés sucede algo parecido. Dicho sea sin ánimo de ofender a nadie, repito, somos unos chapuceros. En cuanto conseguimos hacernos entender en una lengua, consideramos que ha llegado el momento de aparcarla. ¿Para qué más? La palabra perfeccionismo no se inventó para describirnos a nosotros. Obviamente, estoy exagerando. Ya sé que existen excepciones y todos conocemos a alguien que vive obsesionado con sacarse el título de los niveles más altos de la EOI, pero en general es así.
Y eso lo demuestra el hecho de que aún haya tantos maestros y profesores, y con esto sé que me voy a ganar el odio eterno de mis compañeros de profesión, quejándose amargamente de que la Conselleria d'Educació nos obligue a sacarnos el B2 de inglés antes del 2020. Siempre es desagradable que te obliguen a hacer algo, y da mucha rabia que sea por algo en lo que encima no estás de acuerdo -como la implantación del decreto TIL-, pero si los propios docentes no damos un ejemplo de superación personal e interés por el estudio... ¿quién lo hará?
¡Ánimo, compañeros! Aunque actualmente casi ningún centro educativo tenga suficiente personal cualificado para impartir tantas asignaturas en inglés, aunque el nivel del alumnado no le permita seguir con facilidad las asignaturas impartidas en dicha lengua y aunque las motivaciones que han impulsado la implantación del decreto TIL sean más que discutibles, pienso que el resultado final valdrá la pena... ¡más adelante!
Algún día será estupendo poder viajar sin apuros, ver películas en versión original sin hacer caso de los molestos subtítulos o leer las novelas de Jane Austen tal como su autora las concibió. Gracias a nuestro esfuerzo, que sin duda debería ir acompañado de un cambio de mentalidad con respecto los idiomas y a la cultura en general (¡padres, echadnos una mano, por favor!), sin duda será posible... Algún día lo será.
No me lapidéis demasiado y hasta dentro de dos martes.

miércoles, 10 de julio de 2013

Libro nuevo, vida nueva

Aquí tenéis la cubierta de mi última "creación". Cual Frankenstein redivivo se apresta a emprender su andadura entre vosotros, queridos alumnos de ESPA. ¡Así sea! Para que luego digan que los profes no trabajamos en verano...
 
¡Ah! Se me olvidaba añadir el lado práctico del asunto: el libro en cuestión ha sido publicado por Edicions Talaiots, de Calvià, y estará disponible en Didasko 2 o por encargo. El director comercial se llama Antonio García, es amabilísimo y os "tomará nota" personalmente a través del número 610 27 20 44 o por email (edicionstalaiots@gmail.com).

miércoles, 3 de julio de 2013

"Hemos soñado tanto que ya no somos de aquí" (Novalis)

En atención a los seguidores de "Crónica del halconero", he aquí otro relato mío. ¡Espero que lo disfrutéis!

Nosotros, los fantasmas

¿Cuánto tiempo tardó en reconocerlo? No lo sabía, pero sin duda no fue hasta después de acomodarse en su asiento de segunda clase del tren regional en el que pensaba cruzar el país durante la noche. Sólo entonces sus ojos se encontraron con los de él, cuando ya era demasiado tarde para fingir que se había equivocado de sitio con naturalidad, sin quedar como una cobarde. Ambos ocupaban los dos asientos que había junto a la puerta del pasillo, situados uno frente a otro. Como veinte años atrás, por puntual que ella llegara a sus citas, él siempre se le había adelantado, como si no tuviera nada mejor que hacer que esperarla en una esquina y regodearse en la idea de volver a estrecharla entre sus brazos. Aunque, en esta ocasión, su encuentro fue puramente fortuito e inesperado.
¿Cuánto tardó en reaccionar? Seguramente su mente, e incluso su aletargado corazón, tardaron mucho menos que su rostro, acostumbrado al fingimiento de la ópera, en evidenciar algo parecido al sobresalto. La mirada de él era inequívocamente hostil, como si lo primero que hubiera recordado al verla fuera la tarde en que lo abandonó; entonces ella, que se había prometido a sí misma no llorar ni perder la calma, había terminado chillando fuera de sí que ya no le aguantaba más, que estaba harta de sus altibajos, que estar con él era todo lo contrario a la estabilidad que andaba buscando y que necesitaba para seguir desarrollando su carrera artística, y que incluso el amor apasionado e incondicional que él le demostraba continuamente habían acabado por agobiarla, como si no tuviera más remedio que quererle, como si no tuviera otra opción que la de permanecer junto a él, amarrada al timón de un barco a punto de estrellarse contra los escollos.
-¿Qué pasa? ¿Es que ya no te acuerdas de mí? –masculló ella torpemente, sonriendo con timidez. Veinte años atrás se habría ruborizado, pero en aquella ocasión estaba segura de que su rostro seguía más bien lívido.
-Hola –respondió él con voz ronca.
Los otros ocupantes del vagón, una familia árabe formada por una joven madre tocada con un pañuelo estampado de anticuado diseño, una niña de unos diez años de ojos oscuros y relucientes como cuentas de ébano y un chiquillo algo menor de aspecto espabilado, no daban muestras de entenderles ni de querer entablar conversación con ellos. El tren acababa de salir de la estación y las últimas luces de la coqueta ciudad de provincias en cuyos alrededores vivía actualmente se alejaban cada vez más al ritmo traqueteante del tren. El crepúsculo cubría las colinas de los alrededores con un manto de terciopelo oscuro con reflejos anaranjados. No tardarían en adentrarse en la meseta. Entretanto, el asiento junto a ella aún permanecía vacío.
-¿Vas hasta la última estación? –le preguntó irracionalmente y deseando con todas sus fuerzas que contestara que no tardaría en apearse.
-No. Pero casi... ¿Te molesta? –le espetó él en tono furibundo.
-¡No, claro que no! –exclamó ella, arrellanándose en su asiento.
-No tenemos por qué hablar.
-Por supuesto.
Exhausta por los ensayos de los últimos días y su inesperado reencuentro, ella cerró los ojos. Quizá si apretaba los párpados con fuerza él desaparecería, se convertiría en una ilusión óptica. Se abandonó al intento, pero fue en vano: incluso a solas con su conciencia, él seguía examinándola con expresión severa. ¡Qué mala suerte había tenido al encontrárselo! No solía reservar jamás, pero en dicha ocasión había temido quedarse sin plaza porque los trenes iban llenos de inmigrantes deseosos de acercarse al Sur para atravesar el Estrecho aprovechando las vacaciones estivales. El calor, que a aquellas horas y en aquellas latitudes no era más que un vago recuerdo, iría aumentando a medida que se acercaran a la costa.
-Perdóname. No he debido ser tan brusco –le oyó mascullar de improviso.
Abrió los ojos.
-¿Qué has dicho?
-Te he pedido que me perdones. No pretendía asustarte.
Ella asintió. Y algo parecido a una sonrisa aleteó sobre la comisura de sus labios. Él le devolvió el gesto abiertamente.
-¿Cómo estás? –le preguntó él tras una pausa en la que tan sólo se oyeron el traqueteo del tren y la respiración acompasada de sus acompañantes, que parecían a punto de conciliar el sueño.
-Bastante bien. He estado enferma últimamente, pero ya me encuentro mejor.
-¿Qué fue?
-Un tumor. Benigno, por suerte.
-Lo siento.
-Ya... -añadió lanzado una risita amarga.
-¿Estás nerviosa?
-Un poco.
-Yo también.
Tras esta confesión, ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes.
-No te preguntaré si te has convertido en cantante profesional porque ya lo sé. Hoy en día es muy fácil seguir la vida de alguien.
Al oír esto, experimentó una leve sensación de mareo, aunque no supo identificar si por el desconcierto que le producía que él hubiera continuado interesándose por su carrera o por la vergüenza que le producía su propia mediocridad.
-¿Te he asustado?
-Un poco.
-No hablemos más –propuso él, apesadumbrado.
-No, no… –replicó ella entonces- Cuéntame de ti. ¿Sigues doblando anuncios?
-No. Eso se acabó. Ahora soy artesano. Hago lámparas art nouveau, y alguna que otra vidriera por encargo. No me va mal, parece que este tipo de objetos se han puesto de moda últimamente. Donde mejor se venden es en las ferias de anticuariado. Ahora mismo voy a una. Llevo los catálogos y unas muestras en el furgón de cola. Y tú, ¿adónde te diriges?
-A Málaga. Me han contratado para que actúe en la reapertura del teatro lírico. No sé si sabes que lleva unos años cerrado por obras.
-¡Claro que sí! Les hice los apliques de los palcos, en forma de tulipán translúcido. ¿Qué vas a cantar?
-Un dueto barroco.
-¿Cuál?
-“We the spirits of the air”, de Purcell. ¿Lo conoces? Yo hago de segunda.
Tarareó la primera estrofa pianissimo para no despertar a la familia musulmana, que ya dormía plácidamente.
-We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend.
Justo en ese momento, se apagaron las luces principales y sólo quedaron encendidas las de emergencia. En la semipenumbra ambarina del vagón, ambos parecían más jóvenes.
-¿Qué hora es? –se sorprendió ella.
-Las doce, creo. ¿Cómo sigue? –quiso saber él, con aire soñador.
Apenas había cambiado desde los últimos veinte años. Seguía llevando su pelo ondulado –ahora surcado de mechones canosos- recogido en la nuca, unas gafas de montura ligera que apenas lograban disimular su mirada violeta y ropa oscura, desastrada e informal. Con los años parecía haber adquirido consistencia: no sólo físicamente, sino también a nivel moral. Ya no se le veía tan torpón y atolondrado como veinte años atrás. Sin duda había tomado el timón en el último momento, virando frente a la escollera.
-¿Cómo sigue el qué?
-Tu dueto.
-¿De verdad quieres que te lo cante?
-Sí.
Ella aspiró con firme delicadeza, como si quisiera llenarse los pulmones de un exquisito aroma volátil, o polvo de hadas.
--We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays…
Su hermosa voz, algo más grave, impostada y artificial que antaño, pero sin duda no lo suficiente para sofocar la intensa emoción que producía escucharla, se deslizó con dulzura en el interior del vagón, inundándolo gradualmente como si de una gigantesca pecera se tratara. Las notas de Purcell aleteaban en su interior como peces colorados y ávidos de movimiento.
-Cease to languish, cease to languish then in vain, since never, never, never, never, never to be loved again…
Durante un par de minutos, volvió a cantar para él como cuando eran jóvenes y soñaban con viajar por todo el mundo, colmándolo de belleza. Él sería su representante y ella actuaría en los mejores teatros, ante un público escogido y arrebatado. Creadores de belleza, eso es lo que querían ser; aquella sería su misión en la vida. Y, en cierta manera, lo habían conseguido. Pero ni ella solía actuar en los mejores teatros ni la mayoría del público acudía para satisfacer sus propios gustos musicales, sino para figurar en un acontecimiento social. Quizá él tuviera más suerte con sus lámparas modernistas y éstas fueran realmente apreciadas.
-We the spirits of the air -picado- that of human things take care –rasgado, imitando el sonido de una viola-. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend
Ella terminó su improvisada actuación repitiendo el estribillo algo más despacio y con acento lúgubre, como un espectro.
-¡Muy bien! –exclamó él, batiendo las manos en un sordo aplauso- Casi das miedo.
-La oscuridad ayuda a que suene más tétrico… ¿Sabes? Hace unos años interpreté este mismo dueto en una pequeña iglesia románica, a la luz de las velas. Fue algo excepcional. Jamás había cantado tan bien. Y no creo que vuelva a hacerlo.
Ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays.
-¿Tienes hijos? –preguntó ella, deteniendo su mirada sobre los dos niños magrebíes.
-Sí, y no. Tengo una chiquilla de once años, el año que viene irá al instituto, pero apenas la veo. Su madre me pone todo tipo de impedimentos.
-¡Vaya! Lo siento.
-Ya ves, cosas que pasan. De hecho, creo que nunca figuré entre sus planes. Me enteré de que tenía una hija casi por casualidad.
-¿Cómo se llama?
-Lucía.
-Es un nombre precioso.
-Ella también lo es. ¿Y tú…?
-Yo no tengo hijos. Al parecer, mi marido y yo no éramos incompatibles en ese sentido. Supongo que por eso acabamos separándonos.
-¿Era tu representante? ¿Tenía algo que ver con la música?
-No, ni siquiera le gustaba. La verdad es que regentaba un estanco.
Sin saber muy bien por qué, ambos se echaron a reír a carcajada limpia.
-¿Un estanco? –repitió él, cloqueando como una gallina histérica.
-¡Un estanco, sí! –apostrofó ella en pleno ataque de hilaridad.
-Nunca te habría imaginado casada con el dueño de un estanco…
-Ni yo –confesó mientras se secaba una lagrimilla con una esquina de su pañuelo- ¿Aún eres fiel a nuestra vieja ciudad?
-Pues claro. Y tú, ¿dónde vives ahora?
-Tengo un pequeño apartamento en un burgo medieval rehabilitado, cerca de Pamplona. No es muy espacioso, pero…
-¿Por qué me dejaste? –la interrumpió él.
-¿Cómo?
-Ya me has oído –añadió endureciendo su tono de voz.
¿Cómo había podido ser tan ingenua?, ¿cómo había podido pensar ni por un momento que se libraría de su interrogatorio? Los perros de caza jamás sueltan su presa. Cease to languish now in vain since never be loved again. Al contrario de lo que parecía haberle sucedido a él, con el correr de los años tenía la impresión de haberse ido volviendo tan frágil y transparente como el cristal, y cada vez estaba menos segura tanto de su belleza como de su talento, que en algunas ocasiones le parecía sólo fruto de la técnica.
-No lo sé. Quizá me querías demasiado –aventuró con voz temblorosa.
-¿Y eso es malo?
-Con veinte años puede llegar a parecer peligroso.
Al escucharla decir esto, él se encerró en un mutismo teñido de rencor.
-Oye –le espetó tras unos instantes de indecisión, inclinándose hacia él y apoyando una mano sobre una de sus rodilla-, ¿qué más da eso ahora? ¡Han pasado veinte años! No seas chiquillo, no le des más vueltas.
-Nunca he querido a nadie tanto como a ti –confesó él, ablandándose.
-Yo tampoco –se oyó decir a sí misma con estupefacción-. Pero, ¡qué más da eso ahora…!
Él le lanzó una mirada indescifrable. Por un instante, incluso pareció a punto de echarse a llorar tras el reflejo de sus gafas. Luego sus facciones se relajaron y una especie de mueca que sin duda querría haber sido una sonrisa se extendió por su rostro.
-¿Tú no deberías dormir para estar en plena forma durante el concierto? –le preguntó retomando derroteros previsibles y civilizados.
-Sí, desde luego. ¿Y tú?
-Ya sabes que yo no duermo.
-¿Sigues sufriendo de insomnio?
-Sí, aunque ahora un poco menos. Esta noche puede que acabe echando una cabezadita, pero no creo que sea enseguida. Tengo demasiadas cosas en que pensar.
-Entonces… -titubeó ella, poco deseosa de proseguir esta conversación- ¡Buenas noches!
-Buenas noches –asintió él.

A la mañana siguiente, se encontró sola en el compartimento. La familia marroquí había desaparecido junto a todos sus bártulos y sobre la rejilla del maletero sólo quedaba una vieja bolsa de deportes que tanto podría ser de él como llevar allí desde tiempos inmemoriales, pues incluso parecía a punto de fundirse con el abigarrado diseño de las paredes del vagón. El pálido sol de las siete se colaba por la rendija inferior de la persiana, que no recordaba que nadie hubiera bajado la noche anterior. A pesar de haber dormido, todavía tenía muchísimo sueño y le dolían todos los huesos. En algún momento de la noche recordaba haber apoyado la cabeza sobre algo blando. Quizá él había acabado sentándose a su lado, o fabricándole un almohadón con su cazadora de cuero. Por un momento, se dejó invadir por una vaga sensación de vértigo. ¿Y si jamás volvían a encontrarse? Sólo sabía que seguía viviendo en Vitoria y que hacía lámparas art nouveau. Quizá fuera sufiente para retomar el contacto, en el supuesto de que quisiera volver a hacerlo.
-Buenos días –oyó que decía con su voz inconfundiblemente ronca desde el pasillo.
-Buenos días –susurró ella.
-Me he tomado la libertad de ir a buscarte un café. Parecías dormir tan a gusto… ¿Te sientes descansada? –le preguntó mientras atravesaba la puerta de su compartimento.
-Me siento como si el tren me hubiera pasado por encima en lugar de llevarme a Málaga –respondió estirando los brazos por encima de la cabeza.
De repente, éste empezó a ralentizar. Ella levantó la persiana y dejó que la clara luz del Sur inundara el vagón. En lontananza, tras una curva, se veía un modestísimo apeadero de color rosa pastel rodeado de álamos.
-¿Dónde estamos? –inquirió con sobresalto.
-Málaga es la siguiente. Yo me bajo aquí –manifestó él mientras echaba mano de su polvorienta bolsa de deportes.
-¿Ya? –exclamó ella, asustada.
-Sí, claro. Aquí es donde se celebra la feria.
-¿Volveremos a vernos? –quiso saber ella, poniéndose en pie.
El tren detuvo su marcha con un chirrido.
-Eso depende de ti. Esta noche iré al teatro a escucharte. Según cantes, sabré si tengo que esperarte a la salida o es mejor que desaparezca.
Ella entreabrió la boca para decir algo.
-¡No! –la detuvo él, alzando una mano y adentrándose en el pasillo de nuevo- No digas nada ahora. Piénsalo bien y actúa en consecuencia. No quiero que vuelvas a romperme el corazón.
-Pero, ¿cómo…?
-No te preocupes, yo te conozco. Yo sabré interpretar tus deseos. En cualquier caso, y aunque suene manido, ha sido un verdadero placer volver a charlar contigo –musitó tendiéndole una de sus manos encallecidas y rugosas de artesano como si se despidiera de un posible socio. Sólo el vago temblor de ésta traicionaba sus sentimientos-. Adiós.
Ella tenía un nudo en la garganta y no pudo, o no supo, contestar. Lo último que vio de él aquella mañana fue su coleta rizada y más bien canosa alejándose por el pasillo del vagón.
We the spirits of the air
That of human things take care.
Out of pity, now descend
To forewarn what woes attend.

martes, 2 de julio de 2013

Crónica del halconero (y III)

“-Me encantaría ir al lago del halconero.
“-Si tienes pensado quedarte unos días -apostillé con aire petulante-, ésa es sin duda una de las mejores excursiones que se pueden hacer desde el pueblo.
“-No lo has entendido, Amalia -al oír mi nombre pronunciado por él, con su voz quebradiza e inolvidable, un escalofrío me recorrió el espinazo-. Me encantaría ir ahora.
“-¿Ahora?, ¿de madrugada? -repuse con estupor- La carretera es muy mala y apenas hay indicaciones. Además, tendrías que dejar el coche en el aparcamiento y para llegar hasta el lago todavía te quedaría un buen trecho a pie por un caminejo de cabras.
“-Esta noche hay luna llena.
“-Imposible -afirmé, dando el asunto por zanjado.
“-¿Y si tú me acompañaras?
“Por primera vez, me pareció descubrir un matiz levemente amenazador en su tono de voz. Sus ojos, grisáceos con motas amarillentas, estaban pendientes de mí. Su cansancio era tan patente como su determinación de llegar hasta el lago.
“-Entonces sí, claro -confesé con voz entrecortada.
“-¡Estupendo! Acompáñame entonces, Amalia. Por favor.
“Eduardo se puso tras de mí para apartarme la silla haciendo gala de la misma educada caballerosidad que había exhibido hasta entonces, pero en aquella ocasión no me sentí halagada en absoluto. Me parecía estar despidiéndome de algo. Antes de levantarme, hice un último y trémulo intento:
“-El lago del halconero es bonito, sí, los de aquí lo apreciamos mucho porque tampoco tenemos otra cosa que admirar, pero a ti, que habrás visto mundo, no creo que te guste demasiado. Es pequeño, redondo y profundo como un pozo.
“-¿Profundo como un pozo? Justo lo que andaba buscando... ¡Vamos! -repitió, empuñando el asa de su sempiterno maletín. Parecía bastante pesado.
“De camino al lago, más por ocultar mi inquietud que por sentirme realmente inclinada a hacerlo, le conté la historia del halconero, recogida en una preciosa crónica medieval que se conserva bajo llave en el Ayuntamiento. Una vez encerrada en aquel coche inabarcable, con los asientos forrados de piel clara, salpicado de accesorios cromados de utilidad ignota y que se abría paso tan sigilosamente como un escualo, sentí vértigo. Toda mi vida había estado siempre bajo control; incluso la temprana muerte de mi madre era previsible, dado su escaso interés por vivir. Pero en aquellos momentos dicho control parecía escurrírseme entre los dedos.
“Eduardo conducía como si estuviera habituado a hacerlo a menudo y seguía mis indicaciones con precisión, aunque sin dejar de prestar atención a mi relato, en el que aparecían un barón famoso por su fantasía y presteza a la hora de ejecutar a sus vasallos, un castillo envuelto en sombras y el descubrimiento improviso del robo de su halcón favorito. Según cuenta la leyenda, el halconero encargado de custodiarlo prefirió llenarse los bolsillos de piedras y ahogarse en el lago a la muerte lenta, segura y cruel que le habría reservado el barón.
“Al terminar mi relato, Eduardo parecía conmovido. Entretanto, habíamos llegado al aparcamiento del lago. Alcanzar la orilla no fue tan difícil como esperaba, pues la luna brillaba con fuerza en mitad del cielo sereno. El silencio nos envolvía como una caricia. Las manos de Eduardo, que me tendía solícito en los trechos más abruptos de la cañada, eran insospechadamente firmes. El aire olía a brezo y musgo blanco. Ya no tenía miedo.
“-¡Es perfecto! -exclamó él, escrutando con avidez la plateada superficie del lago- Qué hermoso es todo, Amalia... Me alegro de que sea aquí.
“A continuación hizo algo que me sorprendió, pero que no desentonaba con la historia que acababa de contarle: se echó hacia atrás como para tomar impulso y arrojó su pesada carga, de la que aún no se había separado. El maletín describió una perfecta parábola antes de hundirse en el centro exacto del lago.”
-¿Y luego? -la interrumpí ansiosamente. El relato de mi antigua amiga de la Universidad me tenía sobre ascuas. Quién sabe cuánto tiempo llevaríamos hablando por teléfono...- ¿Qué pasó después?
-Que volvimos a casa -replicó Amalia con sencillez.
-¿Quieres decir que aún estás con él?
-Sí. No se ha movido de mi lado desde entonces. Aquella misma noche, al volver al pueblo, encerramos el coche en el establo, oculto por una espesa lona. A la mañana siguiente, Eduardo compró ropa nueva y empezó a ayudarme en el bar. Como no llevaba mucho tiempo por aquí y siempre he sido reservada con mi vida privada, a nadie le extrañó demasiado. Ni siquiera parecen notar la diferencia de edad. Todos le han tomado por un antiguo novio de Madrid con el que me he reconciliado, o algo parecido.
-Pero, ¿quién es? ¿De dónde ha salido? ¿A qué se dedicaba? Y, ¿qué contenía el maletín?
-Ni lo sé -suspiró Amalia-, ni me importa. Sólo sé que me hace feliz y que él también parece feliz a mi lado. Somos almas en precario, pero hoy en día... -añadió haciendo una reflexiva pausa- ¿quién no lo es? Todo pasa y nada queda. En el fondo -casi podía verla encogiéndose de hombros-, ¡qué más da!
FIN

lunes, 1 de julio de 2013

A la porra

¡A la porra la Operación Biquini! Aborrezco las fajas y los corsés, pero aun así yo quiero ser como ELLA, la gran Sofia Loren, evasora fiscal y actriz de primera. Eso es una mujer y las demás, a su lado, tan sólo repugnantes sardinas. Yo ya lo he decidido: esta noche, pizza nappuletana.