miércoles, 3 de julio de 2013

"Hemos soñado tanto que ya no somos de aquí" (Novalis)

En atención a los seguidores de "Crónica del halconero", he aquí otro relato mío. ¡Espero que lo disfrutéis!

Nosotros, los fantasmas

¿Cuánto tiempo tardó en reconocerlo? No lo sabía, pero sin duda no fue hasta después de acomodarse en su asiento de segunda clase del tren regional en el que pensaba cruzar el país durante la noche. Sólo entonces sus ojos se encontraron con los de él, cuando ya era demasiado tarde para fingir que se había equivocado de sitio con naturalidad, sin quedar como una cobarde. Ambos ocupaban los dos asientos que había junto a la puerta del pasillo, situados uno frente a otro. Como veinte años atrás, por puntual que ella llegara a sus citas, él siempre se le había adelantado, como si no tuviera nada mejor que hacer que esperarla en una esquina y regodearse en la idea de volver a estrecharla entre sus brazos. Aunque, en esta ocasión, su encuentro fue puramente fortuito e inesperado.
¿Cuánto tardó en reaccionar? Seguramente su mente, e incluso su aletargado corazón, tardaron mucho menos que su rostro, acostumbrado al fingimiento de la ópera, en evidenciar algo parecido al sobresalto. La mirada de él era inequívocamente hostil, como si lo primero que hubiera recordado al verla fuera la tarde en que lo abandonó; entonces ella, que se había prometido a sí misma no llorar ni perder la calma, había terminado chillando fuera de sí que ya no le aguantaba más, que estaba harta de sus altibajos, que estar con él era todo lo contrario a la estabilidad que andaba buscando y que necesitaba para seguir desarrollando su carrera artística, y que incluso el amor apasionado e incondicional que él le demostraba continuamente habían acabado por agobiarla, como si no tuviera más remedio que quererle, como si no tuviera otra opción que la de permanecer junto a él, amarrada al timón de un barco a punto de estrellarse contra los escollos.
-¿Qué pasa? ¿Es que ya no te acuerdas de mí? –masculló ella torpemente, sonriendo con timidez. Veinte años atrás se habría ruborizado, pero en aquella ocasión estaba segura de que su rostro seguía más bien lívido.
-Hola –respondió él con voz ronca.
Los otros ocupantes del vagón, una familia árabe formada por una joven madre tocada con un pañuelo estampado de anticuado diseño, una niña de unos diez años de ojos oscuros y relucientes como cuentas de ébano y un chiquillo algo menor de aspecto espabilado, no daban muestras de entenderles ni de querer entablar conversación con ellos. El tren acababa de salir de la estación y las últimas luces de la coqueta ciudad de provincias en cuyos alrededores vivía actualmente se alejaban cada vez más al ritmo traqueteante del tren. El crepúsculo cubría las colinas de los alrededores con un manto de terciopelo oscuro con reflejos anaranjados. No tardarían en adentrarse en la meseta. Entretanto, el asiento junto a ella aún permanecía vacío.
-¿Vas hasta la última estación? –le preguntó irracionalmente y deseando con todas sus fuerzas que contestara que no tardaría en apearse.
-No. Pero casi... ¿Te molesta? –le espetó él en tono furibundo.
-¡No, claro que no! –exclamó ella, arrellanándose en su asiento.
-No tenemos por qué hablar.
-Por supuesto.
Exhausta por los ensayos de los últimos días y su inesperado reencuentro, ella cerró los ojos. Quizá si apretaba los párpados con fuerza él desaparecería, se convertiría en una ilusión óptica. Se abandonó al intento, pero fue en vano: incluso a solas con su conciencia, él seguía examinándola con expresión severa. ¡Qué mala suerte había tenido al encontrárselo! No solía reservar jamás, pero en dicha ocasión había temido quedarse sin plaza porque los trenes iban llenos de inmigrantes deseosos de acercarse al Sur para atravesar el Estrecho aprovechando las vacaciones estivales. El calor, que a aquellas horas y en aquellas latitudes no era más que un vago recuerdo, iría aumentando a medida que se acercaran a la costa.
-Perdóname. No he debido ser tan brusco –le oyó mascullar de improviso.
Abrió los ojos.
-¿Qué has dicho?
-Te he pedido que me perdones. No pretendía asustarte.
Ella asintió. Y algo parecido a una sonrisa aleteó sobre la comisura de sus labios. Él le devolvió el gesto abiertamente.
-¿Cómo estás? –le preguntó él tras una pausa en la que tan sólo se oyeron el traqueteo del tren y la respiración acompasada de sus acompañantes, que parecían a punto de conciliar el sueño.
-Bastante bien. He estado enferma últimamente, pero ya me encuentro mejor.
-¿Qué fue?
-Un tumor. Benigno, por suerte.
-Lo siento.
-Ya... -añadió lanzado una risita amarga.
-¿Estás nerviosa?
-Un poco.
-Yo también.
Tras esta confesión, ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes.
-No te preguntaré si te has convertido en cantante profesional porque ya lo sé. Hoy en día es muy fácil seguir la vida de alguien.
Al oír esto, experimentó una leve sensación de mareo, aunque no supo identificar si por el desconcierto que le producía que él hubiera continuado interesándose por su carrera o por la vergüenza que le producía su propia mediocridad.
-¿Te he asustado?
-Un poco.
-No hablemos más –propuso él, apesadumbrado.
-No, no… –replicó ella entonces- Cuéntame de ti. ¿Sigues doblando anuncios?
-No. Eso se acabó. Ahora soy artesano. Hago lámparas art nouveau, y alguna que otra vidriera por encargo. No me va mal, parece que este tipo de objetos se han puesto de moda últimamente. Donde mejor se venden es en las ferias de anticuariado. Ahora mismo voy a una. Llevo los catálogos y unas muestras en el furgón de cola. Y tú, ¿adónde te diriges?
-A Málaga. Me han contratado para que actúe en la reapertura del teatro lírico. No sé si sabes que lleva unos años cerrado por obras.
-¡Claro que sí! Les hice los apliques de los palcos, en forma de tulipán translúcido. ¿Qué vas a cantar?
-Un dueto barroco.
-¿Cuál?
-“We the spirits of the air”, de Purcell. ¿Lo conoces? Yo hago de segunda.
Tarareó la primera estrofa pianissimo para no despertar a la familia musulmana, que ya dormía plácidamente.
-We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend.
Justo en ese momento, se apagaron las luces principales y sólo quedaron encendidas las de emergencia. En la semipenumbra ambarina del vagón, ambos parecían más jóvenes.
-¿Qué hora es? –se sorprendió ella.
-Las doce, creo. ¿Cómo sigue? –quiso saber él, con aire soñador.
Apenas había cambiado desde los últimos veinte años. Seguía llevando su pelo ondulado –ahora surcado de mechones canosos- recogido en la nuca, unas gafas de montura ligera que apenas lograban disimular su mirada violeta y ropa oscura, desastrada e informal. Con los años parecía haber adquirido consistencia: no sólo físicamente, sino también a nivel moral. Ya no se le veía tan torpón y atolondrado como veinte años atrás. Sin duda había tomado el timón en el último momento, virando frente a la escollera.
-¿Cómo sigue el qué?
-Tu dueto.
-¿De verdad quieres que te lo cante?
-Sí.
Ella aspiró con firme delicadeza, como si quisiera llenarse los pulmones de un exquisito aroma volátil, o polvo de hadas.
--We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays…
Su hermosa voz, algo más grave, impostada y artificial que antaño, pero sin duda no lo suficiente para sofocar la intensa emoción que producía escucharla, se deslizó con dulzura en el interior del vagón, inundándolo gradualmente como si de una gigantesca pecera se tratara. Las notas de Purcell aleteaban en su interior como peces colorados y ávidos de movimiento.
-Cease to languish, cease to languish then in vain, since never, never, never, never, never to be loved again…
Durante un par de minutos, volvió a cantar para él como cuando eran jóvenes y soñaban con viajar por todo el mundo, colmándolo de belleza. Él sería su representante y ella actuaría en los mejores teatros, ante un público escogido y arrebatado. Creadores de belleza, eso es lo que querían ser; aquella sería su misión en la vida. Y, en cierta manera, lo habían conseguido. Pero ni ella solía actuar en los mejores teatros ni la mayoría del público acudía para satisfacer sus propios gustos musicales, sino para figurar en un acontecimiento social. Quizá él tuviera más suerte con sus lámparas modernistas y éstas fueran realmente apreciadas.
-We the spirits of the air -picado- that of human things take care –rasgado, imitando el sonido de una viola-. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend
Ella terminó su improvisada actuación repitiendo el estribillo algo más despacio y con acento lúgubre, como un espectro.
-¡Muy bien! –exclamó él, batiendo las manos en un sordo aplauso- Casi das miedo.
-La oscuridad ayuda a que suene más tétrico… ¿Sabes? Hace unos años interpreté este mismo dueto en una pequeña iglesia románica, a la luz de las velas. Fue algo excepcional. Jamás había cantado tan bien. Y no creo que vuelva a hacerlo.
Ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays.
-¿Tienes hijos? –preguntó ella, deteniendo su mirada sobre los dos niños magrebíes.
-Sí, y no. Tengo una chiquilla de once años, el año que viene irá al instituto, pero apenas la veo. Su madre me pone todo tipo de impedimentos.
-¡Vaya! Lo siento.
-Ya ves, cosas que pasan. De hecho, creo que nunca figuré entre sus planes. Me enteré de que tenía una hija casi por casualidad.
-¿Cómo se llama?
-Lucía.
-Es un nombre precioso.
-Ella también lo es. ¿Y tú…?
-Yo no tengo hijos. Al parecer, mi marido y yo no éramos incompatibles en ese sentido. Supongo que por eso acabamos separándonos.
-¿Era tu representante? ¿Tenía algo que ver con la música?
-No, ni siquiera le gustaba. La verdad es que regentaba un estanco.
Sin saber muy bien por qué, ambos se echaron a reír a carcajada limpia.
-¿Un estanco? –repitió él, cloqueando como una gallina histérica.
-¡Un estanco, sí! –apostrofó ella en pleno ataque de hilaridad.
-Nunca te habría imaginado casada con el dueño de un estanco…
-Ni yo –confesó mientras se secaba una lagrimilla con una esquina de su pañuelo- ¿Aún eres fiel a nuestra vieja ciudad?
-Pues claro. Y tú, ¿dónde vives ahora?
-Tengo un pequeño apartamento en un burgo medieval rehabilitado, cerca de Pamplona. No es muy espacioso, pero…
-¿Por qué me dejaste? –la interrumpió él.
-¿Cómo?
-Ya me has oído –añadió endureciendo su tono de voz.
¿Cómo había podido ser tan ingenua?, ¿cómo había podido pensar ni por un momento que se libraría de su interrogatorio? Los perros de caza jamás sueltan su presa. Cease to languish now in vain since never be loved again. Al contrario de lo que parecía haberle sucedido a él, con el correr de los años tenía la impresión de haberse ido volviendo tan frágil y transparente como el cristal, y cada vez estaba menos segura tanto de su belleza como de su talento, que en algunas ocasiones le parecía sólo fruto de la técnica.
-No lo sé. Quizá me querías demasiado –aventuró con voz temblorosa.
-¿Y eso es malo?
-Con veinte años puede llegar a parecer peligroso.
Al escucharla decir esto, él se encerró en un mutismo teñido de rencor.
-Oye –le espetó tras unos instantes de indecisión, inclinándose hacia él y apoyando una mano sobre una de sus rodilla-, ¿qué más da eso ahora? ¡Han pasado veinte años! No seas chiquillo, no le des más vueltas.
-Nunca he querido a nadie tanto como a ti –confesó él, ablandándose.
-Yo tampoco –se oyó decir a sí misma con estupefacción-. Pero, ¡qué más da eso ahora…!
Él le lanzó una mirada indescifrable. Por un instante, incluso pareció a punto de echarse a llorar tras el reflejo de sus gafas. Luego sus facciones se relajaron y una especie de mueca que sin duda querría haber sido una sonrisa se extendió por su rostro.
-¿Tú no deberías dormir para estar en plena forma durante el concierto? –le preguntó retomando derroteros previsibles y civilizados.
-Sí, desde luego. ¿Y tú?
-Ya sabes que yo no duermo.
-¿Sigues sufriendo de insomnio?
-Sí, aunque ahora un poco menos. Esta noche puede que acabe echando una cabezadita, pero no creo que sea enseguida. Tengo demasiadas cosas en que pensar.
-Entonces… -titubeó ella, poco deseosa de proseguir esta conversación- ¡Buenas noches!
-Buenas noches –asintió él.

A la mañana siguiente, se encontró sola en el compartimento. La familia marroquí había desaparecido junto a todos sus bártulos y sobre la rejilla del maletero sólo quedaba una vieja bolsa de deportes que tanto podría ser de él como llevar allí desde tiempos inmemoriales, pues incluso parecía a punto de fundirse con el abigarrado diseño de las paredes del vagón. El pálido sol de las siete se colaba por la rendija inferior de la persiana, que no recordaba que nadie hubiera bajado la noche anterior. A pesar de haber dormido, todavía tenía muchísimo sueño y le dolían todos los huesos. En algún momento de la noche recordaba haber apoyado la cabeza sobre algo blando. Quizá él había acabado sentándose a su lado, o fabricándole un almohadón con su cazadora de cuero. Por un momento, se dejó invadir por una vaga sensación de vértigo. ¿Y si jamás volvían a encontrarse? Sólo sabía que seguía viviendo en Vitoria y que hacía lámparas art nouveau. Quizá fuera sufiente para retomar el contacto, en el supuesto de que quisiera volver a hacerlo.
-Buenos días –oyó que decía con su voz inconfundiblemente ronca desde el pasillo.
-Buenos días –susurró ella.
-Me he tomado la libertad de ir a buscarte un café. Parecías dormir tan a gusto… ¿Te sientes descansada? –le preguntó mientras atravesaba la puerta de su compartimento.
-Me siento como si el tren me hubiera pasado por encima en lugar de llevarme a Málaga –respondió estirando los brazos por encima de la cabeza.
De repente, éste empezó a ralentizar. Ella levantó la persiana y dejó que la clara luz del Sur inundara el vagón. En lontananza, tras una curva, se veía un modestísimo apeadero de color rosa pastel rodeado de álamos.
-¿Dónde estamos? –inquirió con sobresalto.
-Málaga es la siguiente. Yo me bajo aquí –manifestó él mientras echaba mano de su polvorienta bolsa de deportes.
-¿Ya? –exclamó ella, asustada.
-Sí, claro. Aquí es donde se celebra la feria.
-¿Volveremos a vernos? –quiso saber ella, poniéndose en pie.
El tren detuvo su marcha con un chirrido.
-Eso depende de ti. Esta noche iré al teatro a escucharte. Según cantes, sabré si tengo que esperarte a la salida o es mejor que desaparezca.
Ella entreabrió la boca para decir algo.
-¡No! –la detuvo él, alzando una mano y adentrándose en el pasillo de nuevo- No digas nada ahora. Piénsalo bien y actúa en consecuencia. No quiero que vuelvas a romperme el corazón.
-Pero, ¿cómo…?
-No te preocupes, yo te conozco. Yo sabré interpretar tus deseos. En cualquier caso, y aunque suene manido, ha sido un verdadero placer volver a charlar contigo –musitó tendiéndole una de sus manos encallecidas y rugosas de artesano como si se despidiera de un posible socio. Sólo el vago temblor de ésta traicionaba sus sentimientos-. Adiós.
Ella tenía un nudo en la garganta y no pudo, o no supo, contestar. Lo último que vio de él aquella mañana fue su coleta rizada y más bien canosa alejándose por el pasillo del vagón.
We the spirits of the air
That of human things take care.
Out of pity, now descend
To forewarn what woes attend.

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