Cuando emprendí esta sección en el Última Hora Menorca, hace ya algunos meses, me proponía –además de
homenajear a mi admiradísimo Francisco Ayala, autor de El jardín de las delicias original e inalcanzable- recuperar el
viejo espíritu bastardo de las misceláneas barrocas, que solían imprimirse en
hojas volanderas y trataban de los argumentos más peregrinos. Por ahora he
hablado mucho del TIL, bastante de arte en general y de literatura en
particular, algo de nuestra querida Menorca e incluso me he adentrado, en un
arranque de pura inconsciencia, en las procelosas aguas del folletín
decimonónico con mi “Crónica del halconero” (he aquí la primera entrega: http://anagomila.blogspot.com.es/2013/06/cronica-del-halconero-i.html).
Hoy tengo ganas de ver el vaso medio lleno. Aunque cueste
encontrar algo positivo en la crisis que nos atenaza, estoy convencida de que siempre se puede encontrar algún destello
de claridad en mitad de la más absoluta negrura. Y ese destello de claridad
podría resumirse en la pregunta: “¿Por qué sí?”. La crisis nos ha traído un
cambio de mentalidad que no sólo no me parece negativo, sino del todo necesario
para nuestra supervivencia. En tiempos de vacas gordas, solíamos preguntarnos “¿Y
por qué no?” antes de darnos cualquier capricho absurdo. Ahora nos lo pensamos
dos veces antes de refocilarnos en el consumismo inútil. Si os fijáis, incluso
las marcas blancas de los supermercados más populares han sacado una especie de
inframarca que algunos llaman “básica”, otros “esencial”, y todos sabemos que
no es más que la versión depauperada y cutre de lo que antes echábamos al carrito
indiscriminadamente.
Hemos recuperado el placer de estar en casa, con la familia
o entre amigos, de disfrutar de las cosas sencillas: un paseo por la playa o
por el campo, organizar una barbacoa improvisada, tumbarse a la bartola, asistir
a un concierto público… Tenerlo todo es un espejismo que sólo está al alcance
de unos pocos ricachones (¿o de ninguno?). Cada uno debería analizar de corazón
cuáles son sus verdaderas prioridades. En mi caso, lo tengo muy claro: prefiero
viajar a cambiar de coche, prefiero devorar una buena novela a ver la tele o
navegar por Internet, prefiero mantener mi privacidad a vivir siempre conectada.
También
prefiero trabajar a vivir del cuento en sentido literal; aunque no en sentido
figurado, ya que soy profesora de literatura y, en cierta manera, me gano la
vida contando historias. Y es que a todo el mundo le gustan los cuentos, aunque
no sirvan para nada. No en vano “hablar” viene de “fabulare”… En tiempos de TIL
y de tal, arrimarse a la buena literatura es como arribar a buen puerto.
La crisis ha favorecido el retorno de la literatura de
evasión. ¿Qué son, sino literatura de evasión de la peor calaña, las novelas
esotéricas (El código Da Vinci),
policíacas (la trilogía Millenium),
de vampiros (Crespúsculo) o eróticas (Cincuenta sombras de Grey) que tanto
éxito han recaudado últimamente? Casi todas las que acabo de nombrar son de
ínfima calidad, pero tienen al menos un equivalente digno (como El nombre de la rosa, Las aventuras de
Sherlock Holmes, Drácula o Fanny Hill)
al alcance de carné de usuario de las bibliotecas públicas. ¿Qué es Downton Abbey, sino una revisitación posmoderna
de Retorno a Brideshead? Incluso la
épica polvorienta y herrumbrosa de los antiguos juglares ha revivido en series televisivas
pseudohistóricas como Águila roja, Isabel
o Juego de tronos.
Por último, un consejo: si queréis evadiros de la crisis,
leed mucha literatura entretenida y, a ser posible, bien redactada. A mí
personalmente nada –salvo las ocurrencias de mis hijos- consigue emocionarme
tanto como las últimas páginas de Dublineses
(“He watched sleeply the flakes, silver and dark, falling obliquely against the
lamplight. The time had come for him to set out on his journey westward”), los
poemas más vitalistas de Alberti (“¿A quién nombraré duquesa/ de la naranja
caída?”) o algún relato de Mercè Rodoreda (“En veu baixa”). Acompañad cualquiera
de ellos de un vaso –medio lleno, por supuesto- de vuestra consumición
preferida y… ¡buena lectura!