capaz de
leerme hasta cuando no escribo.
Sorprendentemente
mi último artículo en esta misma sección, titulado “It’s English time!”, ha
provocado una halagadora avalancha de comentarios en mi blog (que aprovecho,
entre otras cosas, para “prolongar” la vida de los artículos que publico en el Menorca). La mayoría de estos
comentarios hablan sobre la crisis, con la que mi artículo apenas tenía
relación, pero que todo lo cubre con su opaco velo. El primero, sin embargo,
que es de una antigua compañera del cole, otra profesora de lengua y
literatura, no versa sobre la crisis, sino sobre algo mucho más divertido. Transcribo
un significativo fragmento a continuación: “Definitivamente, tenemos gustos literarios
diferentes. ¡Con lo que molan las hermanas Brontë! ¿No me negarás que esos
páramos ingleses no son también una típica estampa otoñal? :D”. A lo cual respondí:
“¡Lo cortés no quita lo valiente! Heathcliff es uno de los grandes tíos buenos
de la Historia de la Literatura anglosajona y yo lo vi primero, aunque sólo sea
porque tengo más años. ;-P”.
Todo
esto, que puede parecer un simple intercambio de chorradas entre dos profes locas,
tiene un digno colofón en la contrarrespuesta de mi ex compañera: “Los
personajes victorianos llaman la atención por ser oscuros, y precisamente en
esa oscuridad radica su atractivo; ésta es la conclusión que saqué después de
estudiar, leer y releer literatura anglosajona de los siglos XIX y XX durante
todo un curso. ¡Vivan las optativas suicidas!”.
Dejando
aparte los gustos personales de cada uno, mi pregunta de hoy es: ¿es posible
enamorarse de un personaje literario? Yo pienso que sí, por qué no. De la misma
manera, y en el mismo grado, en que existe mucha gente prendada del
protagonista de una película –aunque esto es mucho más fácil, ya que lo encarna
un actor de carne y hueso, como Robert Pattinson- o incluso del mamarracho
asesino de un videojuego. Por no hablar de todos los ilusos capaces de
“colgarse” de un mentiroso perfil de Facebook…
Por más
que la vida se empeñe en malearnos, la candidez sigue siendo parte inherente
del ser humano, no me cabe duda, especialmente durante la adolescencia y
primera juventud. Sólo así se explican los madrugones que se pegan ciertas fans
para conseguir una foto o una dedicatoria de su héroe, llámese Justin Bieber o
Tom Cruise… Fotos cuya calidad nada tiene que ver con las tropecientas mil que
podrá conseguir por cualquier otro medio a su alcance -empezando por algo tan
pedestre como Google Imágenes-, pero que tienen la gracia de estar tomadas por
ellas con su propia cámara. ¡Le vi, me miró, se acercó a mí para hacerse un
autorretrato! Ay, cuánto le quiero, me tiene loca…
Si yo tuviera
que elegir a los personajes más atractivos de la Historia de la Literatura
anglosajona, por ejemplo, siguiendo la deriva anglófila del artículo que citaba,
destacaría al sensato Gabriel Oak de Lejos
del mundanal ruido –que en mi imaginación siempre tendrá la melena oscura,
las facciones rotundas y los ojos de color aguamarina de Alan Bates-, al nostálgico narrador de Retorno a Brideshead, al apasionado y
apasionante Heathcliff de Cumbres
borrascosas, al enigmático Mr Darcy de Orgullo
y prejuicio o al guardabosques de El
amante de lady Chatterley (por razones que no escaparán a nadie que haya
leído el libro). ¿Qué es el tal Mr Grey, de Cincuenta
sombras…, sino un descolorido alfeñique en comparación con todos los que
acabo de citar? Según mi corresponsal, “A mí me parece mucho más erótico el
Henry de Adiós a las armas, o el
pobre desgraciadito de La sombra del
ciprés es alargada, que muchos de los protagonistas a los que se muestra
casi como semidioses, tal vez sea porque, una vez más, se trata de un personaje oscuro”.
Querida
Bel, seguramente lo nuestro tiene un nombre que empieza por las palabras
“complejo de” y se estudia en las facultades de Psicología. Quizá algún día nos
lleven al manicomio con las manos atadas a la espalda, pero entretanto… ¿quién
nos impide ser felices cual adolescentes sonadas? ¿No es hermoso vivir de
ilusión, enamorarse de un rayo de luna, como el pobre Bécquer?
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