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martes, 19 de abril de 2016

Diario de un jardín (2)


Aquí tenéis el fantástico reportaje de Isaac Pons de Rosa -con semejante apellido, estaba predestinado a glosar mi El jardín de las delicias-, del periódico MENORCA (http://menorca.info/), con el que me he levantado esta mañana... ¡Muchísimas gracias por vuestra atención y delicado mecenazgo!
Así como agradezco también la magnífica labor de difusión que está haciendo la librería Espai 14 de Maó:

viernes, 4 de marzo de 2016

Muy pronto, con todos ustedes... ¡tachán tachán!

jueves, 17 de septiembre de 2015

Jardín cerrado

Un agradable lecho de hierba (por cortesía de La Repubblica)
            Dos años largos han pasado desde que mi “delicioso” jardín sus puertas al público. La propuesta de Josep Pons Fraga, entonces director de Última Hora Menorca y actual editor de Menorca Es Diari, tras echar una ojeada casual a mi blog, fue de lo más halagadora y tan abierta que me produjo cierta sensación de vértigo: “Posam les pàgines d'UHMENORCA a la teva disposició per si tens il.lusió en dur endavant una secció d'opinió com a col.laboradora. Lògicament, la temàtica és lliure. Ho deixam al teu criteri, amb plena llibertat d'expressió”. Tanta libertad es el sueño de cualquier columnista que se precie, aunque sólo sea un simple aficionado como yo, pero por otra parte resulta inquietante. Muchas eran las preguntas que me asaltaban: ¿Lo haré bien? ¿Y ahora de qué hablo? ¿Hasta qué punto puedo ser personal, sincera, peleona...? ¿He de adaptarme a los presuntos intereses de los lectores, o bien tratar de contagiarles mis propios gustos?
            Acordé con Josep que mis colaboraciones serían quincenales, que se publicarían bajo el paraguas genérico de “El jardín de las delicias” –como homenaje a la miscelánea homónima de Francisco Ayala, que tanto me gusta- y que abarcarían unos 4.200 caracteres. Pero no fue hasta la fusión del Menorca Diari Insular y el Última Hora isleño cuando mis artículos empezaron a aparecer junto a una fotografía mía y el apelativo de “Novelera” con el que a menudo me toman el pelo mis amigos y conocidos desde entonces, que elegí tras descartar el de “Profesora” que me proponía el periódico, ya que me parecía más bien pedantesco –yo sólo me siento profesora en clase, una vez fuera del aula no puedo ni quiero dar lecciones de nada-, y el de “Lletraferida”, que me había birlado otro colaborador.

            Mucho ha llovido desde entonces, pero aún más días soleados han lucido desde aquel martes 21 de mayo de 2013 en que apareció mi primer artículo, intitulado precisamente “El jardín de las delicias”. Dos semanas más tarde salió la primera entrega del folletín “Crónica del halconero” y sufrí el primer cariñoso ataque de una fan enfurecida por haberla dejado con la intriga de saber cómo terminaba.
            Tras “Crónica del halconero II y III”, empecé a publicar artículos sobre los temas más peregrinos, llevada por la inspiración del momento: varios sobre el TIL (no siempre ni del todo en contra), literatura (los más numerosos, empezando por uno de mis preferidos: “Wilkie Collins con hielo”), contra la LOMCE y su decidido propósito de acabar con la Música y la Educación Plástica, Albert Camus y el exilio menorquín en Argelia (“Camusiènne”, “Todo era perfecto I y II”), retórica, propósitos navideños, el aborto (“Un mal necesario”, que fue uno de mis artículos más celebrados hasta por quien no estaba de acuerdo), mi idolatrado Purcell (“Purcell F.C.”), la abominable Ley de Extranjería del PP (“¡Alto ahí, forastero!”), los escritores represaliados durante y tras nuestra guerra civil (“Verde que te quiero verde”), algunos lugares en los que he vivido y he sido feliz (Madrid, Barcelona, Roma, Menorca…), las huellas del tiempo (“Aquel trueno”), la importancia de tener una mente bien amueblada, pedagogía y enseñanza, el sistema educativo finlandés (“Algo huele a podrido en Finlandia I y II”), el Mediterráneo (“Mar de mares”), otro folletín llamado “Nosotros, los fantasmas” (una adaptación del cual ha sido emitida por radio recientemente), ortografía (“Perdón imposible, ejecución inminente”), los superventas (“¡Suéltame, bicho!”), Agatha Christie y mi indisimulada anglofilia (“It’s English time” y tantos otros), los grandes tíos buenos de la historia de la literatura (que aparecen citados en “El rayo de luna”), la dificultad de salir de la isla (“#nosinmisecador”), el terrorismo islamista (“Doble rasero”), Cervantes (“La canción de Clavileño” y “Cincuenta sombras de Cervantes”), las alergias, Sant Jordi, el amor a los cuarenta (“¿Continuará?”), las danzas de la muerte (“Pasacalle de la vida”), la sinestesia (¿A qué huele mi isla?” o “Verde carruaje”), las campañas de fomento de la lectura, la génesis de Frankenstein (“El verano del fin del mundo”)… hasta llegar al de hace dos semanas, sobre los Proms de la BBC. Si a alguno de ustedes le apetece repescar viejas lecturas o aturdirse con semejante batiburrillo, todos estos artículos y muchos más siguen estando accesibles a través de mi blog, cuyo enlace encontrarán al pie de estas líneas.

            Hoy este jardín cierra durante al menos un par de mesecillos para atender las obras de ampliación (familiar) que nos esperan de forma inminente. Con la insensato optimismo que me caracteriza, espero encontrarlo florido a mi regreso, aunque sea a las puertas del invierno… Visítenlo cuantas veces quieran, mi jardín es el suyo, pero acuérdense siempre de cerrar la cancela con cuidado para no despertar al bebé que duerme. ¡Chist!

viernes, 6 de junio de 2014

Primer artículo de "El jardín de las delicias"

Algunos seguidores me han pedido que recupere el primer artículo de "El jardín de las delicias", que aún no estaba colgado en mi blog. No recuerdo la fecha exacta en que fue publicado, pero debió de ser a finales de abril o principios de mayo 2013, poco después de Sant Jordi, en el extinto Última Hora Menorca. No es gran cosa, pero al menos sirve para entender el título de dicha sección.

Presentación

            ¿Qué es una miscelánea? Según Wikipedia, se trata de un “género literario perteneciente a la didáctica que se dio principalmente durante el Renacimiento y el Barroco en España (...), y consiste en una colección de materiales heterogéneos que sólo tienen en común suscitar el interés del compilador y del público (...), mezclando la opinión, la instrucción y la diversión”.
            Esta nueva sección quincenal llamada “El jardín de las delicias” no pretende ser didáctica, no… ¡tranquilos! La didáctica la dejo para mi trabajo como profesora de educación secundaria. Tampoco estamos ya en el Renacimiento, aunque estemos asistiendo al renacimiento de valores trasnochados como el trueque o el reciclaje a ultranza; ni en el Barroco, aunque la desesperanza y el pesimismo de nuestra época nos acerquen a él. Lo más acertado de la definición de Wikipedia aplicada a esta sección es la parte que dice que una miscelánea es “una colección de materiales heterogéneos que sólo tienen en común suscitar el interés del compilador”, ya que no me propongo consagrar esta sección a un único tema, y ni muchísimo menos a uno de los tradicionalmente considerados femeninos -salud, belleza, cocina…-, que no me interesan gran cosa y de los cuales no entiendo lo suficiente para atreverme a pontificar sobre ellos. El tema de esta sección irá variando en función de lo que atraiga mi peregrina atención en cada momento. Y si con ello consigo “suscitar el interés del público” de vez en cuando... ¡mejor que mejor, claro! Tema sorpresa, por lo tanto, aunque es previsible que os aturda a menudo cotorreando sobre libros, música o viajes, que es lo que más me gusta en esta vida, después de estar con mis hijos.

            Para empezar, me gustaría contaros una anécdota literaria que me parece un excelente punto de partida para esta sección, que no se llama así en homenaje al precioso tríptico de “El Bosco” que ilustra estas líneas, sino por la deliciosa -¡nunca mejor dicho!- miscelánea homónima de mi admirado escritor granadino Francisco Ayala, fallecido en 2009 a los 103 años.
            El jardín de las delicias de Francisco Ayala consta de dos secciones. No me extenderé divagando acerca de la primera, “Diablo mundo”, que es divertidísima, a ratos incluso tronchante; sino acerca de la segunda, “Días felices”, que me resulta intensamente conmovedora. En ella, su autor va desgranando recuerdos de infancia, de amor o de viajes, breves pinceladas de vida que se apoyan en las ilustraciones y fotografías incluidas en la parte central del libro.
            Entre estas últimas está la que da lugar a la anécdota que os quiero contar en este artículo. En ella se ve a un Francisco Ayala cincuentón frente a la verja de un ruinoso palacete modernista. “¡Qué dolor, esa decrepitud, ese abandono! La casa tiene mi misma edad: en lo alto de su frente ostenta la cifra de 1905; y no tanto esa fecha como el estilo del edificio evoca el mundo aquel en que, hace tantísimo tiempo, vi yo la luz primera. En vano procuraría describirla con palabras”. El texto concluye diciendo: “Probablemente, ya el año que viene no existirá más mi chalet secreto, y nadie ha de recordar su pasada existencia. Acaso perdure todavía un poco su imagen en aquella fotografía que yo tengo, y en la memoria que tú puedas guardar de esta tarde en que te he llevado a presenciar su final decadencia”.
            En una visita a Salamanca, hará unos quince años y teniendo yo poco más de veinte, me di de bruces con él tras la catedral antigua de Salamanca, escondido en un callejón de bajada. Su estado seguía siendo tan desolador y lamentable como lo describía Francisco Ayala en “El chalet art nouveau, pero lo más alarmante es que ya había superado la fina línea imaginaria que separa una encantadora propiedad algo ajada, pero susceptible de reforma, de una inversión a fondo perdido. Tras acariciar levemente su verja herrumbrosa, me alejé con el corazón encogido de tristeza.
            Pero, a pesar de lo mal que hablan de ella, la vida también te da sorpresas agradables de vez en cuando. Pocos años después volví a Salamanca y lo encontré completamente remozado, convertido en un coqueto Museo de Art Nouveau y Art Déco (www.museocasalis.org). Por aquel entonces acababan de abrir y tenían tan pocos visitantes que aún les preguntaban a través de qué medio habían sabido de la existencia de dicho museo. Al llegar mi turno, dije que gracias a una miscelánea de Francisco Ayala. La chica de la taquilla me miró de hito en hito. “¿Qué es eso?”, me preguntó. Hasta me daba vergüenza explicarlo, ya que por un momento me sentí como una de esas histéricas que todavía lloran frente a la tumba de Jim Morrison en el cementerio parisino de Père-Lachaise. Algo más tarde, mientras contemplaba la magnífica colección de muñecas novecentistas del museo, noté que alguien me espiaba tras uno de los expositores más cercanos a la puerta. Y, al marcharme, la taquillera me retuvo diciendo: “Perdona, ¿te importaría esperar un momentito? El director quiere hablar contigo”. Éste apareció de inmediato, se presentó –yo volvía a sentirme tan avergonzada que fui incapaz de retener su nombre ni su aspecto físico- y me dijo que él también era un ferviente admirador de Francisco Ayala, que yo era la primera y única persona que había acudido al museo atraída por El jardín de las delicias hasta el momento, que había invitado al propio Ayala a la inauguración y el pobre no había podido asistir por motivos de salud, pero que le había prometido visitar el museo en cuanto se repusiera… ¡y me hizo una entrada gratuita a perpetuidad! No creo que en toda la historia de la museística se ha visto jamás a una mujer tan coloradota y feliz con una entrada en la mano.