No
tengo ni la menor intención de polemizar sobre el tan cacareado TIL,
o decret de Tractament Integrat de Llengües, hace demasiado calor
para eso. Sólo os diré que, aunque entiendo que a nivel
organizativo y en las precarias condiciones actuales nos arriesgamos
a que su aplicación inmediata siembre el caos en las aulas,
considerándolo en abstracto, el decreto TIL no me parece mal.
No
entraré a juzgar aquí quién -los que me conocen saben que yo, de
pepera, nada de nada- y por qué lo ha implantado; dicen las malas
lenguas que más para fastidiar a los catalanistas que para promover
el inglés. Como toda batalla estéril y puramente ideológica, no
me interesa. Pero la idea de repartir equitativamente y de forma
alternada la mayor parte de las asignaturas de que consta el
currículo de Primaria y Secundaria -con la sola excepción de las
escuelas de adultos que, una vez más, se han quedado fuera- entre el
castellano, el catalán y el inglés me parece no sólo buena, sino
también justa y necesaria.
Los
españoles hablamos un inglés lamentable, todo hay que decirlo. La
gente se mofa de que a estas alturas de nuestra democracia todavía
no hayamos tenido ningún presidente del Gobierno capaz de prescindir
del intérprete, pero es que la ignorancia de nuestra clase política
no hace más que reflejar la ignorancia de la población en general.
Somos perezosos a la hora de aprender cualquier lengua, hay que
admitirlo, aunque sea la propia de la comunidad autónoma en la que
vivimos o en la que nos criamos. El criterio parece ser “cuantas
menos lenguas sepa, mejor, y sólo aprenderé alguna más si es
estrictamente necesario”.
Siempre
recordaré el orgullo que sentí al “desembarcar” en Roma hace
unos años gracias a una beca y encontrarme con que la mayoría de
Erasmus españoles ya eran capaces de chapurrear el italiano, a pesar
de llevar únicamente un mes en la ciudad. En ese mismo lapso de
tiempo, los pobres alemanes -segundo colectivo de Erasmus en Roma más
numeroso aquel año, seguido de cerca por los portugueses- sudaban la
gota gorda hasta para construir la frase más sencilla. Por supuesto,
ninguno de nuestros ilustres paisanos se había preparado
previamente, ¡a quién se le ocurre!, pero supieron aprovechar el
cursillo intensivo que les brindaba una asociación de acogida para
aprender los rudimentos del idioma. A los pocos meses, mi orgullo
patrio se había trocado en vergüenza ajena: casi ningún español
había ido más allá de dicho nivel inicial. La mayoría seguían
hablando siempre en presente, evitando las frases compuestas y
utilizando un vocabulario más bien básico aunque, eso sí, adornado
con muchos gestos, risitas y codazos. Como los italianos no son muy
exigentes y los españoles les caemos bien a
priori,
la convivencia con ellos no sólo era pacífica, sino de lo más
estrecha. Pero, a pesar de ello, hay que reconocer que los alemanes
nos ganaron por goleada. Aun con un acento horroroso y un físico de
rubiales que no favorecía su integración con los “aborígenes”,
todos ellos eran capaces de hablar en pasado, utilizar el condicional
como es debido e incluso dar lecciones de subjuntivo a los propios
italianos, que lo tienen olvidado. La mayoría incluso solía llevar
algún cuaderno o dispositivo móvil para apuntar vocabulario.
¿Cuándo se ha visto a “uno de los nuestros” hacer algo
parecido? El resultado es que, más de diez años después, los
españoles con los que sigo en contacto ya no son capaces de hablar
en italiano con mi marido -yo me llevé un souvenir
autóctono, sí, ¿qué pasa?- más allá de la simple gracieta,
mientras que el único alemán al que todavía veo de vez en cuando
habla y escribe en un italiano modélico (aunque con acento de
“empujen-estrujen”, eso sí es verdad).
Con
el inglés sucede algo parecido. Dicho sea sin ánimo de ofender a
nadie, repito, somos unos chapuceros. En cuanto conseguimos hacernos
entender en una lengua, consideramos que ha llegado el momento de
aparcarla. ¿Para qué más? La palabra perfeccionismo no se inventó
para describirnos a nosotros. Obviamente, estoy exagerando. Ya sé
que existen excepciones y todos conocemos a alguien que vive
obsesionado con sacarse el título de los niveles más altos de la
EOI, pero en general es así.
Y
eso lo demuestra el hecho de que aún haya tantos maestros y
profesores, y con esto sé que me voy a ganar el odio eterno de mis
compañeros de profesión, quejándose amargamente de que la
Conselleria d'Educació nos obligue a sacarnos el B2 de inglés antes
del 2020. Siempre es desagradable que te obliguen a hacer algo, y da
mucha rabia que sea por algo en lo que encima no estás de acuerdo
-como la implantación del decreto TIL-, pero si los propios docentes
no damos un ejemplo de superación personal e interés por el
estudio... ¿quién lo hará?
¡Ánimo,
compañeros! Aunque actualmente casi ningún centro educativo tenga
suficiente personal cualificado para impartir tantas asignaturas en
inglés, aunque el nivel del alumnado no le permita seguir con
facilidad las asignaturas impartidas en dicha lengua y aunque las
motivaciones que han impulsado la implantación del decreto TIL sean
más que discutibles, pienso que el resultado final valdrá la
pena... ¡más adelante!
Algún
día será estupendo poder viajar sin apuros, ver películas en
versión original sin hacer caso de los molestos subtítulos o leer
las novelas de Jane Austen tal como su autora las concibió. Gracias
a nuestro esfuerzo, que sin duda debería ir acompañado de un cambio
de mentalidad con respecto los idiomas y a la cultura en general
(¡padres, echadnos una mano, por favor!), sin duda será posible...
Algún día lo será.
No
me lapidéis demasiado y hasta dentro de dos martes.
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