Tonto el que lo lea... ¿o no? |
Hace un par de semanas se publicaron
los resultados del último informe de la OCDE, que evalúa el nivel de
comprensión lectora y matemáticas de la población en edad laboral. Como no
podía ser de otra manera, estamos en el furgón de cola de los llamados países
occidentales. De hecho, somos los peores en matemáticas y los penúltimos en
comprensión lectora, únicamente superados por mis queridos amigos italianos.
Según este informe, la mayoría de adultos españoles no saben hacer operaciones
matemáticas sencillas con decimales -como sumar o restar precios, por ejemplo-,
ni calcular porcentajes –imprescindibles para comprobar la veracidad de las supuestas
ofertas con que nos tientan continuamente-. También son incapaces de relacionar
textos entre sí y, por lo tanto, de contrastar distintas fuentes de información.
No sé si os dais cuenta, pero todo esto nos convierte en un rebaño de ovejitas
fácilmente manipulables por unos pocos “ilustrados”.
Curiosamente, no parece ser cuestión
de dinero, ya que España invierte en Educación por alumno algo más que la media
europea. Tampoco podemos atribuirlo a la cantidad de horas lectivas que reciben
anualmente los nuestros: a los finlandeses se les imparte un tercio menos y, no
obstante, se disputan los primeros puestos del informe con los nipones. Ni
siquiera nos queda el consuelo de echarle la culpa a la elevada ratio de
alumnos por aula, ya que la nuestra es inferior a la media.
Dichos resultados no me sorprenden
en absoluto, pues sé por experiencia propia que muchos adultos, puestos frente
a un sencillísimo texto periodístico, no saben distinguir las ideas principales
de las secundarias, ni resumirlo sin recurrir al “corta-pega” típico de quien
abusa de los ordenadores, atribuyéndoles cualidades que no tienen (sirven para
ordenar información y además lo hacen estupendamente, pero no para seleccionarla
en nuestro lugar). La mayoría confunden subrayar con colorear al fluorescente, repiten
una y otra vez las mismas expresiones por falta de vocabulario específico, sólo
saben acentuar de forma “intuitiva” –con resultados tan nefandos como los de
los correctores automáticos de los dispositivos móviles- y no conocen otro
signo de puntuación que no sea la coma, salpimentada sin más criterio que “Si
aquí no respiro, me ahogo”.
Todo lo que acabo de decir, en
realidad, no es grave. Hay que ser consciente de que, por desgracia, no todo el
mundo tiene la misma capacidad intelectiva ni las mismas oportunidades
materiales de estudiar. No es grave… ¡siempre y cuando se tenga propósito de
enmienda! El primer paso para ello sería asumir los propios errores y carencias
en lugar de enmascararlos o restarles importancia, como hace mucha gente; sólo
así podremos ponerles remedio. Por eso me niego a sustituir el rotulador rojo por
el verde –menos ofensivo- a la hora de corregir, como propugnan algunas teorías
pedagógicas. Mis alumnos y yo lo llamamos irónicamente “el boli de la
vergüenza”. “¡Venga, sacad el boli de la vergüenza!”, les conmino siempre con voz
cavernosa al terminar un dictado. Se parten de la risa mientras lo extraen de
las profundidades del estuche, pero a continuación se autocorrigen sin hacer
trampa. Avergonzarse de uno mismo cuando uno se lo merece no sólo no tiene nada
de malo, sino que es incluso saludable.
La culpa de todo ello, en mi
opinión, no es únicamente del sistema educativo español, que dista mucho de ser
perfecto, cierto es, sino sobre todo de nuestro aun más deficiente sistema de
valores, cuyo lema podría ser “Leer es de frikis, ser empollón no mola nada”. Lo
guay es tener músculos, no cerebro. Nuestra sociedad no admira a las personas
cultas ni que hacen gala de buena educación, así como los artistas sólo se
juzgan a partir del volumen de negocio que consigan generar a su alrededor. No
está bien visto asistir a un concierto de música clásica que no sea, al mismo
tiempo, un evento social multitudinario, como la ópera. Ni al teatro, a no ser
que vayas a escuchar a los monologuistas de El
club de la comedia y programas similares (que me encantan, la cosa no va
contra ellos). Ir de exposiciones, ¡valiente memez! Sólo visitamos museos cuando
vamos de viaje y únicamente si no hay ningún parque temático en las
inmediaciones. Entre Eurodisney y el Musée d’Orsay de París, el primero gana
por goleada.
Vivimos
en un país de cafres, estoy convencida. Lo más triste es que todo esto no sólo
no va a mejorar con la LOMCE, sino que empeorará sin remedio, ya que la Música
y la Plástica sólo son optativas en cualquier nivel académico, y para colmo
están colocadas en alternativa a una segunda lengua extranjera. ¿Qué padre en
su sano juicio y con los valores de los que acabo de hablar va a permitir que
su adorado hijito aprenda música en lugar de alemán? Y luego nos extrañamos de
que la OCDE nos ponga capirote y hasta orejas de burro…
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