Cumpliendo
con mis propósitos de Año Nuevo, que ya detallé en esta misma sección, hoy me
propongo hablaros de mi compositor preferido, Henry Purcell (1659-1695). Absténgase
de leerlo cualquier mente cargada de prejuicios malsanos contra la música
clásica, o contra la cultura en general. Si alguna vez os habéis sentido tan
marcianos como yo misma a causa de vuestros gustos y aficiones, si alguna vez
habéis abominado del pop facilón y similares, este artículo es para vosotros,
pedantes sin remisión.
Hoy
no pienso andarme con tonterías ni disimulos. No sólo me encanta leer –sí, ¿qué
pasa?-, sino que además me chifla la música clásica, tururú. ¡Ojalá se pudiera
hablar de ello con la misma despreocupada naturalidad con la que se comenta un
partido del Barça o del Real Madrid…! Pero, en nuestro país, haciendo
confesiones de este tipo te expones, como mínimo, a la conmiseración ajena.
Si todos los músicos de todos los tiempos formaran una liga yo sería, sin
duda alguna, del Purcell Fútbol Club. Como algunos
ya sabéis, Purcell –pronúnciese “pársel”, no como “porcell”- no sólo fue un
músico genial, sino que tiene un repertorio tan variado como apasionante.
Hace unos años
pasamos quince días en el suroeste de Inglaterra, concretamente en Cornualles y
Gales, siguiendo las supuestas huellas del rey Arturo. Tanto a mi marido como a
mí nos sorprendió la simpatía y la calidez con que nos acogieron los británicos
a pesar de que nuestro rudimentario inglés apenas nos permitía comunicarnos con
ellos. Los amables dueños del pub a
las afueras de Exeter donde estuvimos alojados unos días, por ejemplo, siempre
tenían un rato para piropear a nuestra hija, enseñarle un cachorrillo,
interesarse por nuestra procedencia o sugerirnos alguna visita. Pero lo que más
nos impresionó fue que no se dejaran abatir por la continua llovizna que bañaba
las ferias costeras ni por el viento que azotaba inmisericordemente las playas,
en las que eran capaces de permanecer horas y horas cazando cangrejos con una
facilidad pasmosa. De hecho, demostraban estar siempre de un humor excelente
aun en mitad del temporal.
Purcell no era
galés ni de Cornwall, sino londinense. Pero, a juzgar por su música, debía de
ser tan vitalista, excéntrico y charlatán como sus actuales compatriotas, ya
que resulta alegre hasta cuando escribe música para funerales (véase la marcha
que escribió para las exequias de María I de Inglaterra, apodada “Bloody Mary”
por su afición a mandar quemar en la hoguera a sus acérrimos enemigos, los anglicanos).
A continuación,
trazaré un breve, desordenado e incompleto itinerario por su obra, que aún no
conozco lo suficiente para ser rigurosa ni exhaustiva, y que tengo la impresión
de que es un pozo sin fondo de diversión y enriquecimiento intelectual. Si
queréis seguirme, deberíais armaros de un ordenador con una buena conexión a
Internet y, sobre todo, que tenga o se le puedan acoplar unos altavoces de
calidad. Una columna musical necesita banda sonora. ¡Poned YouTube a trabajar,
vamos!
La
primera vez que me hablaron de Purcell fue en un cursillo de iniciación a la
ópera que impartía Juan Mercadal, más conocido como “Nito Xuquí”. Fue él quien
me descubrió el final de Dido y Eneas,
una ópera de la que había oído hablar, pero que no había escuchado jamás. Hay
que tener el corazón de piedra para no conmoverse hasta las lágrimas con la sentida
interpretación que Maria Ewing hace de la muerte de Dido en su “When I am laid
in earth”…
Pocos años
después llegó “We the spirits of the air”, un precioso duetto para dos sopranos que descubrí gracias a un concierto
participativo y que posteriormente he tenido el placer de cantar junto a mi
profesora de la Escuela Municipal de Música de Maó, Montse Mercadal. Mascullada
en una iglesia románica, a la luz de las velas, como la encontraréis en
YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=qqZviYJ94Q8), resulta sin duda impresionante.
A continuación
vino “Cold song”, primero en la interpretación del contratenor alemán Andreas
Scholl, insuperable desde el punto de vista técnico, y luego en la del cantante
punk ya fallecido Klaus Nomi -con la
que suelo ilustrar el Barroco ante mis queridos alumnos-, tan desconcertante
como su propio atuendo: mocasines de hebilla y tacón, medias tupidas, capa
oscura, jubón acuchillado de color rojo sangre, una gorguera digna de Felipe II
y maquillado como un payaso triste, pero cantada con toda la contenida emoción
de un hombre que se sabía tan moribundo como el genio del frío que protagoniza
dicha aria. “Cold song”, de todas maneras, no es más que una de las numerosas perlas
de la semiópera King Arthur, entre
las que aconsejo el dueto patriótico “Round thy coasts”, seguido de las
fanfarronadas del bajo y de la delicada balada “Venus song”, que también he
perpetrado en algún concierto.
Últimamente
escucho a menudo las Canciones de taberna
y capilla, una divertidísima
colección de cánones, fugas y rondós de aire goliárdico.
¡Alé, alé, alé Purcell
F.C.!
Ana, si algun dia vaig a Maó, et trucaré!.. m'agrada com escrius, i sí Purcell, es pronuncia"Parsel", i el que escrius.
ResponderEliminarI t'agraeixo el coneixement del amic "Parsel", jajaja...., perquè no el conec. Només 3 peces que toca Jordi Savall, en el cd INVOCATION A LA NUIT, i una tocada amb una flauta, que és preciosa, sembla de conte de fades...
fins aviat!
Moltes gràcies, Laura!!! Purcell mereix ser conegut, reconegut i adorat, doncs és meravellosament emocionant i està ple de talent, tant quan es posa seriós com quan vol fer-nos riure. T'enviaré un parell d'entrades antigues per tal que en facis una acurada coneixença, eheheh
EliminarImpossible enviar-te res! No tens Google+... quina llastimeta. De tota manera, si encara no l'has llegida, et recomano tota la nissaga de "Nosotros, los fantasmas", inspirada en un duet de Purcell que m'agrada molt.
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