“El llanto de las virtudes y coplas a la muerte de
don Guido” es un divertido poemilla de Antonio Machado que narra la vida y la
muerte de un señoritingo andaluz “muy jaranero, muy galán y algo torero; de
viejo, gran rezador”. Como Miguel Mañara –aristócrata sevillano del siglo XVII
al que se atribuye el dudoso honor de haber inspirado el personaje de don
Juan-, don Guido decide sentar cabeza “a la manera española”, que no es otra
que “casarse con una doncella de gran fortuna” y “repintando sus blasones” con
una serie de acciones purificadoras que incluyen hacerse “hermano de una santa
cofradía”. Tanto es así que “el Jueves Santo salía, llevando un cirio en la
mano -¡aquel trueno!-, vestido de nazareno”.
Algo parecido pensé hace un par de semanas cuando,
a raíz de mi último artículo en esta sección, que versaba sobre la “gran
belleza” de Roma, algunos de los antiguos erasmus que compartieron conmigo aquellos
años me contactaron para felicitarme o hacerme llegar sus comentarios.
Han pasado casi quince años desde entonces –ya que
aterrizamos en la ciudad en pleno Giubileo 2000-, pero todavía nos vemos o nos
llamamos de vez en cuando. Algunos han seguido trayectorias deliciosamente
previsibles, de esas que hacen que te congracies con el mundo y sigas creyendo
en la justicia, ya sea poética o no. Era evidente que Martita, que estudiaba
Periodismo Audiovisual en la Católica de Salamanca, acabaría convirtiéndose en
productora televisiva o algo parecido. Tampoco me sorprende en absoluto que
Inma, cuya desbordante imaginación la llevaba a pasearse descalza frente a la
Villa Cellimontana o a lucir unas graciosas gafitas de buceo infantiles por el
metro de Roma, trabaje de creativa para un estudio publicitario. ¡Y qué decir
de nuestro violinista aficionado y químico de pro, alias “el Jesusillo”, que
está hecho todo un señor profesor universitario…!
A otros les he perdido la pista personalmente, pero
algo sé de ellos gracias a los mensajes que se intercambian con mis contactos.
Muchos están casados, casi todos tienen hijos y quién más quién menos trabaja
en algo relacionado con la carrera que estudió; no en vano somos lo bastante
viejos para habernos colocado poco antes de que estallara la crisis. A pesar de
estar ya bien instalados en la treintena –en aquellos tiempos, nuestras edades
oscilaban entre los diecinueve y los veinticuatro años-, algunos mantienen
cierto aire juvenil que me reconforta, mientras que otros… A eso me refería con
lo de “aquel trueno vestido de nazareno”, ya que fue precisamente lo que pensé
al ver que el antiguo rey de la fiesta, que solía autoproclamarse “el p… amo”
(palabras textuales) a voz en grito durante nuestras míticas juergas Erasmus,
es hoy en día un discreto señor regordete con entradas. “¡Qué mal trata la
vida…!”, pensarán algunos. Depende, pienso yo. Como decía una canción simplona,
“todo depende”.
También se dice que “el sentido común es el menos
común de los sentidos”. Yo, sin embargo, soy optimista al respecto. Mi
experiencia en la educación de personas adultas me lleva a pensar que (casi)
todo tiene arreglo y el seny (casi)
siempre acaba prevaleciendo.
Y termina diciendo Antonio Machado: “Hoy nos dice
la campana/ que han de llevarse mañana/ al buen don Guido, muy serio,/ camino
del cementerio.// Buen don Guido, ya eres ido/ y para siempre jamás.../ Alguien
dirá: ¿Qué dejaste?/ Yo pregunto: ¿Qué llevaste/ al mundo donde hoy estás?”.
Pues eso.
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