El martes 15 de abril -especialmente
rebautizado para la ocasión como “Sant Jordi anticipat”- asistí a un recital
poético de enorme interés para mí, ya que en él participábamos tanto alumnos
como profesores de la Escola d'Adults de Mahón. Lo que podría haber sido de un aburrimiento
supino, como algunas lecturas públicas a las que asistí cuando iba a la
Universidad, no tardó en convertirse en una divertida celebración de la cultura.
Y es que la poesía no tiene por qué ser considerada siempre una cosa seria. También
puede ser alegre como el “Jardín de Amores”, de Rafael Alberti, que mi alumna
Ana leyó con voz de campanilla y expresión risueña. O el inquietante “Waldgespräch”
de Joseph von Eichendorff (https://www.youtube.com/watch?v=m3KYNrcdgqA&list=UUi5owLH1SKMk8NynU5PSYKg) que declamaron con entusiasmo Margarita y mi
compañero Miquel, entrechocando sus jarras de cerveza bavaresa. O incluso como
“Ma l'amore mio non muore” (https://www.youtube.com/watch?v=XAmbjNMWsG0&list=UUi5owLH1SKMk8NynU5PSYKg), un tronchante alegato contra el matrimonio de
Ettore Petrolini, costumbrista italiano de principios del XX, autor del célebre
Gastone, que escenifiqué yo misma
acompañada por los suspiros del público.
Otros leyeron poemas trágicos, como
Bárbara, actriz en ciernes, rabiosa y evocadora, que nos hizo vibrar de emoción
con la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández. O Armand, que transmitió como
nadie la pena negra de haber perdido un hijo en un par de poemas a la luna de
Federico García Lorca.
La nómina de autores elegidos por
nuestros alumnos fue vasta y heterogénea: Bucowski, Maya Angelou, Taheré,
Schubert, Miquel Costa i Llobera, mi admiradísimo Antonio Machado... ¡Incluso
hubo quien nos contó un relato popular en fang! Casi todos los rapsodas
hicieron una pequeña introducción sobre sus autores antes de empezar a
declamar, pero... ¿cuántas personas de entre nuestro fantástico público del
martes recuerdan todavía quién fue Taheré, a qué se dedicaba principalmente
Schubert o a qué época pertenece Petrolini? La experiencia me lleva a pensar
que casi ninguna. Los siglos, las épocas o los movimientos artísticos nos
resbalan. Como se suele decir: “por un oído me entra y por el otro me sale”.
¿Por qué? Pues por lo mismo que ya
he mencionado aquí en otras ocasiones: porque la cultura en nuestro país no es
precisamente un valor al alza. Nuestra máxima admiración no está reservada a la
gente culta, sino a los macarras de gimnasio. ¿Quién puede envanecerse de
conocer el significado original del término “Romanticismo”? Casi nadie. Cuatro
gatos… ¡Cuatro gatos friquis! Si yo os dijera que “Waldgespräch”, uno de los
poemas que he citado antes, en el que un vanidoso conquistador que pasea por el
bosque se encuentra con lo que parece ser una inocente doncella a la que por
supuesto trata de seducir y a la postre descubre que se trata de la mítica
bruja Lorelei que lo hechiza diciendo “Nunca volverás a salir del bosque”, es
un poema intensa y radicalmente romántico... ¿me creeríais? Pues lo es. El
verdadero Romanticismo, el Romanticismo en sus orígenes, no era rosa ni
estilizado, sino tan crudo y negro como la pez. Como bien explicaba mi profesor
de Literatura del instituto, a quien tanto debo, es mucho más romántico un
barco ruinoso en pleno naufragio que una parejita bien avenida cenando a la luz
de las velas. Para entendernos: son mucho más románticos los heavies, los góticos o los emo, que David Bisbal. ¡Y con gran
diferencia!
En mi opinión, la verdadera cultura
no es saber que Gustavo Adolfo Bécquer nació en 1836 y murió en 1870, sino
utilizar nuestra memoria como un armario... ¡como el gran armario de la
Historia! Al igual que no tenemos los calcetines de media colgados de las
perchas cual bandera ni los abrigos gruesos embutidos a la fuerza en los
cajones finitos, basta con aprender que Bécquer es de mediados del siglo XIX y,
por lo tanto, publicó casi toda su obra durante el realismo -que abarca la
segunda mitad de dicho siglo- y no durante el Romanticismo, al que por temática
y estilo pertenecía. Sólo llegando a este tipo de conclusiones, para lo cual es
imprescindible tener la cabeza bien amueblada, se entiende que no tuviera éxito
entre sus contemporáneos a pesar de la calidad de sus delicados versos. Para
eso sirve “el gran armario de la Historia”: para entender la literatura, el arte y la vida en general, no para memorizar
datos sin más.
P.S.:
En el recital del año que viene, prometo leer “En el mes de athir”, de K.D.
Kavafis.
Mira per on!! Una neo-profe d'història!!
ResponderEliminarAl costat teu, només una simple aficionada...!
EliminarGràcies per llegir el meu bloc