¿O era en Dinamarca?
Habría que preguntárselo al centinela del castillo de Elsinor… Bromas aparte,
el pasado 9 de mayo Xavier Melgarejo, psicólogo, pedagogo y experto en el
sistema educativo finlandés, impartió una ilustrativa conferencia en la sala
multifuncional de Es Mercadal a la que no pude asistir pero que, gracias a mi
compañero Ramon, he podido ver grabada (disponible en el siguiente enlace de
YouTube: http://youtu.be/HoY7DYcUgyI).
En ella, Melgarejo
sorprendió a sus oyentes diciendo que los excelentes resultados de Finlandia en
las pruebas PISA no son debidos a la cantidad de dinero por alumno que el
Estado invierte en Educación, inferior a la nuestra, ni al número de horas
lectivas que se imparten habitualmente. Según el psicólogo, su éxito se basa en
una consideración moral, en una cuestión de valores: los finlandeses piensan
que la infancia es el bien más preciado del país y que su educación es un
asunto prioritario a nivel nacional del que se responsabiliza toda la sociedad
en su conjunto, no sólo las familias y la escuela. Aunque sin duda ayuda que la
ratio de alumnos por aula sea de
diecisiete en lugar de los casi treinta con los que nos encontramos por estos
lares, lo fundamental no es eso, sino la importancia que se otorga a la
Educación.
Además, los horarios laborales finlandeses
contribuyen y no poco a la tan cacareada conciliación familiar. Parece ser que
la mayoría de los habitantes de Finlandia sólo trabaja hasta las cuatro de la
tarde, en perfecta coincidencia con el horario escolar de sus hijos, ya que
“quedarse a comedor” –cuyo servicio es íntegramente financiado por el Estado-
es obligatorio: así se aseguran de que todos los niños del país ingieran al
menos una comida caliente y equilibrada al día. Por otra parte, las medidas de
conciliación familiar de que gozan son pura ciencia ficción al lado de las
nuestras, tanto durante el embarazo como una vez nacida la criatura. Y allí
nadie da por hecho que la única que debe conciliar es la mujer, lo cual también
es fundamental. En nuestro país –y en Italia, y posiblemente en otros países
mediterráneos igual de atrasados en este sentido- a nadie se le ocurre
preguntarle a un futuro papá si piensa dejar de trabajar por aquel entonces, ni
le mira mal si renuncia “motu proprio” a parte de su permiso, ni le sugiere que
se acoja a alguna reducción de jornada… Personalmente, sólo conozco a dos
hombres que hayan pedido una excedencia para cuidar de sus hijos. Juzguen
ustedes mismos en base a su experiencia cercana y ojalá que alguien pueda
contradecirme, aunque lo dudo.
En Finlandia, viene a
decir Melgarejo durante su conferencia, el fracaso escolar se considera como
una consecuencia directa de la pobreza. Un niño que no duerme en un lugar bien
acondicionado, que no come lo suficiente ni de buena calidad… un niño así, no
rinde en clase por motivos evidentes. De hecho, su modelo de Estado es tan
intervencionista en lo relativo a la infancia que manda asistentes sociales a
todos los hogares, no sólo a aquellos con factores de riesgo de exclusión, para
controlar que los recién nacidos crezcan en el ambiente más adecuado para su
correcto desarrollo. La actuación de los servicios sociales en caso de que no
lo sea es inmediata y fulgurante, y generalmente consiste en conceder generosas
ayudas.
Melgarejo se vanagloriaba
de haber visto gente con maletas en las bibliotecas de Finlandia y no para
salir de viaje, sino para llenarlas de libros en préstamo. He de decir en
nuestro descargo que yo, personalmente, nunca he visto “gente con maletas” en
la magnífica biblioteca de Maó, pero sí con carritos de la compra y bolsas
reciclables… ¡y de las grandes! Es verdad que siempre somos los mismos
ratoncillos, pero a base de dar buen ejemplo, quizá lleguemos a popularizar la
lectura. Las bibliotecas finlandesas son auténticos centros de agregación
social, como el ágora griega. Contaba Melgarejo que los finlandeses van tanto a
la biblioteca como nosotros de terrazas; aunque es verdad que, en su caso, la
metereología no invita a disfrutar de su tiempo de ocio al aire libre, también
he de apostillar que lectura y diversión no son incompatibles: pocas cosas me
gustan tanto en la vida como tostarme al sol cual lagartija con un novelón
apasionante entre las manos. De hecho, la última vez que devoré uno de un tirón
–Cela s’appelle l’aurore, del
injustamente olvidado Emmanuel Roblès-, me quemé como un cangrejo de río
escaldado. Lo cual me lleva a pensar que cualquier plan, por apetecible que
parezca, siempre es susceptible de mejora. En la próxima ocasión: buena lectura,
solecito y… ¡protector 25!
(CONTINUARÁ)
Otras entradas relacionadas con la Educación y el mundillo educativo (que no con Finlandia):
¿El fracaso escolar se considera consecuencia de la pobreza?
ResponderEliminarEn el comentario borrado sobre tus alumnos de la prisión escribiste algo parecido. Era algo como que eran caraduras más o menos como los que uno se puede encontrar en la calle pero se había dejado atrapar porque sus padres tenían problemas y no supieron educarles ¿Es así de simple? ¿es solo cuestión de dinero?
"una ilustrativa conferencia en la sala multifuncional de Es Mercadal a la que no pude asistir pero que, gracias a mi compañero Ramon, he podido ver grabada"
¿Está en internet? ¿Podemos verlo los que vivimos "aislados" en la península?
Que el fracaso escolar es consecuencia directa de la pobreza no lo digo yo, sino los finlandeses por boca de Melgarejo. En cualquier caso, estoy de acuerdo. No sólo de la pobreza material, a la que me refiero en mi artículo, sino también de la espiritual. De hecho, y según las estadísticas, el porcentaje de fracaso escolar es mucho más alto en hijos de analfabetos y semianalfabetos que en hijos de titulados universitarios. ¿Por qué? Pues porque los segundos suelen recibir mucha más ayuda, personalmente o en forma de profesor particular, a la hora de estudiar y hacer los deberes que los primeros. Por eso no suelo poner deberes. No me da la gana de agrandar el hoyo.
EliminarDe todas maneras, no es una ecuación matemática.
Otra cuestión que también influye es la atención a la diversidad, que aquí es cada vez más insuficiente. Y no por falta de buenos profesionales, sino de recursos materiales (una vez más). Nuestro sistema educativo no es inclusivo, sino compensatorio. En mi opinión, no hay que salir a rescatar a la ovejita cuando se ha perdido, sino procurar que no salga del redil. Aquí sólo actuamos cuando el mal ya está hecho, no sé si me explico.
Más información en próximas entregas de "Algo huele a podrido en Finlandia" (más o menos cuando me toque volver a entregar un artículo).
Por lo que respecta a la conferencia, prueba a través de la web de Menorca Edu21, ellos le invitaron. De todas formas, he de advertirte que la conferencia fue en catalán, no sé si lo entiendes
Comentario levemente pesimista, el tuyo. Yo, sin embargo, veo una maestra generosa que no pone deberes a sus alumnos y se molesta en dar explicaciones a un desinformado. Esto me hace ser optimista.
ResponderEliminarOtro signo de mi optimismo es que me esfuerzo en entender el catalán aunque no lo haya aprendido nunca. Suelo conseguirlo solo si la conversación es sencilla y pobre en conceptos. Mira, creo que este es el enlace de la conferencia:
http://youtu.be/HoY7DYcUgyI
Me permito sugerirte que lo incluyas en tu texto donde tus lectores lo encontrarán más fácilmente que en este comentario.
Y en el apogeo del optimismo -lindando ya con la inconsciencia- me permito, además, sugerirte un final para tu serie "Algo huele a podrido en Finlandia". Es levemente pesimista pero igualmente shakespeariano, no termines tus artículos en la playa leyendo un libro algo pringado de protector solar. Termína vestida de negro con una calavera en la mano, y preguntándote:
"¿Ser (maestra) o no ser? ¿Cuál es más digna acción del espíritu? ¿sufrir los acerados dados de la adversa fortuna? ¿u oponer los brazos a este torrente de calamidades para darles fin con atrevida resistencia?" (más difícil todavía: cantando y en italiano ;-)
--
José Luis Campos
El leve pesimismo siempre es necesario: si todo va bien, ¿para qué molestarse en mejorarlo? En cualquier caso, gracias por lo de "generosa". Procuro serlo, sí, cosas de la vocación docente...
EliminarY gracias por el enlace, ya lo he incluido en la entrada del blog y en su hermanito, el artículo del jueves, que por suerte aún no había entregado.
En cuanto al final de "Algo huele a podrido en Finlandia", vete a saber por qué me dará en su momento: suelo ser bastante anárquica en mis artículos, pero acepto la sugerencia.
Creo recordar que eres realizador de televisión, ¿no? Cuanto tengas un rato, si te apetece reírte un rato, echa un vistazo a la entrada "Yo he venido aquí a hablar de mi corto". Se trata de un proyecto interdepartamental que hicimos en la escuela el año pasado. Resultado: de los todos los participantes NINGUNO abandonó el curso, todos los titulables titularon y todo el mundo quedó contentísimo, cuando lo normal es perder un 20-30% de asistencia antes de junio.
Gràcies, Ana, per aquest post i per la difussió al Menorca! Necessitam donar a conèixer, com més millor, les propostes per millorar el sistema educatiu. A finals d´agost ens trobam a Es Mercadal per presentar el pacte, els dies 26 i 27. A veure si tenim la sort de conèixer-te.
ResponderEliminarDe res! Gràcies a vosaltres per convidar en Xavier Melgarejo. A finals d'agost seré a Menorca, compteu amb mi pel que volgueu.
EliminarUn artículo fabuloso. Educar es un acto social, no solamente familiar o de la escuela. Si no logramos una transformación de base (que puede durar décadas), la pésima situación de la educación (y de la crianza) en España se va a quedar igual.
ResponderEliminarPor cierto, bonita, ¿tú no escuchas a los dermatólogos o qué? ¡Factor 50+! :D Para mí los veranos son terraza o playa, libro, sol y cerezas. ¡No hay nada mejor!
Los dermatólogos deben tener un déficit de vitamina D impresionante. Me los imagino a todos escuchimizados y deprimidos, mascullando advertencias sobre los peligros de la radiación solar desde alguna oscura cueva bajo el mar del Norte. Yo tomo y seguiré tomando el sol con protección 25 porque tengo miedo de contraer raquitismo que, como bien sabes tú que me conoces, siempre acecha.
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