Puerto de Levanzo (Islas Égades, Sicilia) |
¿Qué es lo que determina tan claramente la
mediterraneidad de esta foto? ¿Lo azul del cielo, la escasa vegetación que
salpica las colinas del fondo, la blancura de los edificios, el hecho de que
tengan azoteas en lugar de tejados -señal inequívoca de que llueve poco-, un
cierto aire de decadencia, el tono calizo de las rocas del puerto o la
transparencia del mar? ¡Quién sabe…! En cualquier caso, y a juzgar por la
fotografía, parece ser que Levanzo es tan inequívocamente mediterránea como
nuestra querida islita.
Apenas conozco otro mar que no sea el Mediterráneo,
sobre todo el trecho que va desde Tarifa hasta la Costiera Amalfitana, al sur
de Nápoles. En él me siento como en casa, cosa que jamás me ha sucedido en
el norte de Europa, a pesar de haberme gustado mucho algunas de las ciudades
que he visitado por allí. Probablemente sea por culpa de factores tan peregrinos
como la falta de sol o la escasa variedad de la cocina, pero siempre hay algo
que acaba por repelerme si estoy más de quince días.
Sin embargo, y aunque nunca he puesto los pies en
Grecia, me reconozco en todas y cada una de las canciones de Mikis Teodorakis que
Maria del Mar Bonet versionó para su disco-homenaje El·las (1993). Jamás he estado en Egipto, pero la Alejandría
decadente y voluptuosa que describe Konstantinos P. Kavafis en sus poemas
–recomiendo especialmente la traducción de Carles Riba- o Lawrence Durrell en El cuarteto de Alejandría no me es tan
ajena como lo fueron en su día Praga, Bristol o Estocolmo, por citar tres
ciudades hermosas que me dejaron indiferente. Asimismo, tampoco conozco Argelia
–qué más quisiera-, pero al leer los relatos de Camus me siento más
identificada con su “país de polvo y chumberas” que con ningún otro… Seguramente
por la misma razón por que me emociono con la “Chanson hebraïque” de Ravel y no
con el Peer Gynt de Edvard Grieg, aun
reconociéndole el mérito.
¿Qué tenemos en común los habitantes del
Mediterráneo? Sin pensarlo demasiado, que cada cual haga su propia
lluvia de ideas, me vienen a la mente palabras como hedonismo, indolencia,
fatalismo, informalidad, falta de responsabilidad individual e incoherencia.
A los mediterráneos nos gustan el buen vino y la buena mesa, estar de tertulia con
los amigos o la familia, echarnos la siesta, bañarnos en el mar, las veladas
interminables… A veces, basta un tímido rayo de sol en primavera para hacernos
felices.
La indolencia y el fatalismo son la cara triste de
dicho fenómeno. La naturaleza que nos rodea es tan pródiga que no hace falta
esforzarse gran cosa para obtener lo que uno necesita. El Mediterráneo nos
malcría como una madre consentidora, quizá por eso seamos tan impuntuales, gritones,
maleducados y mostremos tan escaso respeto por lo ajeno, incluido lo que pertenece
a la comunidad en su conjunto. Quizá por eso seamos tan reacios a admitir nuestras
culpas; los mediterráneos siempre sabemos a quién señalar o tenemos una mala excusa
preparada. Todo, hasta lo que afecta y tiene su origen en un único
individuo, es achacable a los políticos, los banqueros o al pagano de turno.
Es hora de que el
Mediterráneo nos dé un buen tirón de orejas, ¿no creéis? Mar de mares, mal de
mares, mar de males… ¡Mare Nostrum!