Como dijo Xavier Melgarejo
en su conferencia sobre el sistema educativo finlandés (http://youtu.be/HoY7DYcUgyI) de la que ya hablé hace un par de semanas, los
maestros de allí empiezan todas sus clases con algo llamativo, sorprendente,
contradictorio que, aun sin estar relacionado con el tema del que se vaya a
tratar a continuación, sirva para atrapar y enganchar la atención de sus
alumnos. Mi tergiversación de la mítica frase de Marcelo en Hamlet, “Algo huele a podrido en
Dinamarca”, no es más que eso, un MacGuffin.
Otra gran diferencia entre
el sistema educativo finlandés y el nuestro, que todavía no había comentado, es
que los niños de allí no aprenden a leer hasta los siete años, cuando su
intelecto está totalmente maduro para asumirlo en lugar de “crecer con ello”,
como los nuestros. No sé si es bueno o malo, y no me atrevo a opinar sobre ello
porque soy profe de secundaria, no maestra. Lo que sí tengo claro es que
contribuye a incrementar su ya de por sí excelente dominio del inglés, puesto
que en Finlandia no existe el doblaje y, por lo tanto, todas las series y
películas anglófonas se emiten en versión original subtitulada. Subtítulos que
los niños finlandeses no sabrán leer… ¡hasta los siete años! Así que, entre
tanto, no les queda más remedio que aprender inglés “de oído”. Es decir, que la
televisión finlandesa no sólo no los “deseduca”, como la nuestra, sino que encima
les enseña.
El currículum finlandés
–nuestra LOMCE, para entendernos- es breve e inconcreto para otorgar de mayor
autonomía a los centros y a las instituciones locales, que participan
activamente en su diseño. Las clases son de tres cuartos de hora y están
separadas entre sí por un intervalo de quince minutos durante el cual todos los
alumnos salen al patio, tanto si llueve como si nieva. Los niños finlandeses
juegan muchísimo más que los españoles, que sólo gozan de media hora de patio,
y dada la puntualidad y la seriedad con que afrontan sus clases, desahogados y
con la mente despierta a fuerza de recibir -y propinar- bolazos, las aprovechan
al máximo.
Los maestros están
excelentemente considerados en Finlandia, pues la educación de las nuevas
generaciones es un asunto prioritario para el Estado. Ser maestro allí “viste” mucho,
es una profesión tan prestigiosa como la de médico, economista o notario en
nuestro país. En Finlandia, ¡a nadie se le ocurre pensar que son un hatajo de
vagos…! Entre otras razones porque sólo los mejores estudiantes de secundaria,
aquellos cuya media académica está por encima del 9’5 sobre 10, logran acceder
al equivalente a nuestros actuales grados de Educación Infantil y Educación
Primaria (el antiguo Magisterio).
Otra gran diferencia que
nos separa de los finlandeses y, en mi opinión, nos acerca a los cavernícolas
es la importancia que otorgan a la creatividad en el aula. De hecho, uno de los
requisitos imprescindibles para ser maestro, además de la altísima nota mínima
de la que hemos hablando anteriormente, es saber tocar un instrumento musical,
cantar, bailar, actuar, escribir, pintar, esculpir o practicar cualquier otra
disciplina artística, incluidas las más modernas. Si comparamos esto con la
LOMCE, en que el espacio horario dedicado a la Música y la Plástica se ha
reducido hasta quedar convertidas ambas en un par de optativas perfectamente prescindibles, a vosotros no sé, pero a mí… ¡se me cae la cara de vergüenza!
Pero, ¡cómo podemos ser tan borricos!
A la hora de convertirse
en maestro, en Finlandia también se valora la sensibilidad social. Es decir,
que el aspirante a maestro apoye económicamente a alguna ONG o realice
actividades de voluntariado. Así mismo, el vínculo entre educadores y alumnos
es aun más fuerte que aquí: más que tutores, los maestros finlandeses son como
una segunda madre o padre para sus alumnos. Para soportar semejante carga
psicológica, hay que tener mucha vocación docente, cosa que en nuestro país no creo
que falte. Lo que falta, si me permitís, son recursos materiales, más profesorado
de apoyo, el restablecimiento de unas ratios razonables, mayor voluntad de
mejora por parte de los educadores -¿qué hay de malo en aprender inglés,
compañeros?- y sobre todo reformar nuestro maltrecho sistema educativo de forma
urgente y consensuada. Y en todo esto los finlandeses, al parecer, todavía tienen
mucho que enseñarnos.
Tu artículo es abrumador. Es demasiado bonito, son demasiadas diferencias, estamos demasiado lejos de ese modelo, nuestros políticos no están ahora en ese tipo de planteamientos.
ResponderEliminarCuando Al Gore pasó por España Mariano Rajoy comentó que la cosa esa del cambio climático "no podía transformarse en el gran problema mundial". Imagínate lo que hubiera dicho si hubiera ido a la conferencia de Melgarejo.
¿"La educación no es un tema tan importante"?
¿"Sobre este asunto hay muchas opiniones"?
¿"No se puede dar una visión catastrofista"?
¿"Hay quien no habla español y da conferencias"?
Casi todas son paráfrasis de cosas que dijo en su momento sobre el cambio climático. No me digas que no te doy opciones.
Bromas aparte, me pregunto de dónde les viene a los finlandeses ese cariño por la educación.
¡Ay, Rajoy...! Por más que lo pienso, sigo sin entender cómo han llegado a presidentes del Gobierno personas tan mediocres como él y algún otro que no nombro por no hacer leña del árbol caído.
Eliminar¿De dónde les viene a los finlandeses "ese cariño" por la Educación? Eso quisiera yo saber, más que nada para ir a buscar de inmediato la fuente de tamaño afán de sabiduría, creatividad y perfeccionismo. Es una hipótesis aventurada, pero estoy segura de que si hubiéramos recibido una mejor formación cultural -y la LOMCE, como ya explico en el artículo, no va precisamente por ahí- otro gallo nos cantaría al respecto.
¡Viva el método Waldorf! ¡Viva doña Maria Montessori!
Le voy a pasar tus artículos a cierta persona que ahora duerme porque también es una apasionada de la educación y admiradora de Waldorf y Montessori.
ResponderEliminar¡Perfecto! "Com més serem, més riurem." Buenos días...
Eliminar