"Llévame al huerto", dijo ella, "al huerto de Calixto y Melibea". |
De vez en cuanto surge el debate de
por qué hay leer a los clásicos, como si hiciera falta justificación alguna si
alguien te sorprende con el Quijote
entre las manos, como si fuera una vergüenza o los libros mordieran. Ya sé que
leer no mola y está devaluado como alternativa de ocio, lo guay es perder el
tiempo por Internet, jugar a la Wii o “guasapear” hasta que se te caigan los
pulgares, pero de ahí a tener que inventar alguna excusa si te pillan llorando
a lágrima viva porque se ha muerto Alonso Quijano el Bueno… ¡hay un mundo!
Hay clásicos y clásicos. Algunos te
resultarán tan ásperos como el Ulises
de Joyce o En busca del tiempo perdido, por
citar un par que no he conseguido terminar jamás a pesar de haberlo intentado
en varias ocasiones. Otros simplemente estomagantes, como la Lolita de Nabokov, que me parece aburrido,
repetitivo y pretencioso, sólo apto para viejos verdes en busca de redención
para sus bajos instintos. Otros clásicos, sin embargo, te acogen, te arropan y
te envuelven de inmediato como hubieran sido escritos expresamente para ti,
como si te hubieran estado esperando toda la vida. La Celestina es, en mi opinión, uno de ellos.
Mis consejos para quien se acerque
por primera vez a un clásico son los siguientes:
1)
Ponlo en su lugar. Que le quede bien clarito que
su obligación –como la de todos los libros, por otra parte- es gustarte,
entretenerte, enseñarte algo… que valga la pena leerlo, vaya. No permitas que
nadie te convenza de que estás obligado a apreciarlo sólo porque sea un clásico.
Cada uno tiene sus gustos.
2) ¡Piérdele
el respeto! Es un objeto de consumo, ni más ni menos. Llévatelo a la playa,
mánchalo de café y tíralo contra la pared si te aburre a muerte. El mayor
enemigo de la lectura es su sacralización.
3) Sáltate
la introducción (yo lo hago siempre). No la leas hasta el final porque están
llenas de spoiler, y solamente si el
libro en cuestión te ha gustado y quieres saber más sobre él, su autor, la
época en que fue redactado, su fecha de publicación, etc. Pero recuerda: ningún
análisis sesudo debería “venderte” las bondades que tú mismo no has sido capaz
de encontrar.
4) Busca en
el diccionario únicamente las palabras imprescindibles, no las que puedas
deducir por su contexto (lo mismo te aconsejaría a la hora de leer un libro en
una lengua que no domines). La consulta exhaustiva entorpece la lectura y sólo
produce aborrecimiento.
5) Por la
misma razón, ignora olímpicamente todas las aclaraciones a pie de página que te
parezcan innecesarias, redundantes o pedantescas. A veces, no son más que una
manera subrepticia de encarecer un volumen o alimentar el ego del editor.
Volviendo
a La Celestina, he de decir que
cuando me obligaron a leerla en 2º de BUP, a los quince añitos, no me apeteció
nada. Para empezar porque nos la recomendaron en una de esas ediciones que de
tan negras, apretujadas y respetuosas con la ortografía original resultan
antipáticas incluso a simple vista. ¡El papel-biblia amarillento debería estar
prohibido! Por otra parte, la enorme cantidad de aparato crítico que flanqueaba
el texto tampoco contribuía a facilitar su acceso a los “no iniciados” –es
decir, a los simples lectores, no a los estudiantes de Filología-, aunque ésa
habría de ser precisamente su función. Para colmo, y quien diga lo contrario
miente como un bellaco del Renacimiento, cuesta acostumbrarse al castellano
antiguo en que fue redactada por su autor, Fernando de Rojas, aunque también es verdad que bastan 15-20 páginas para conseguirlo.
Una
vez superadas estas dificultades, que al principio me parecían insoslayables,
he de reconocer que La Celestina me
encantó. ¿Que por qué? Pues por ser tan entretenida, emocionante y cachonda.
Entretenida porque todos sus personajes parlotean sin cesar y andan siempre
zascandileando de casa en casa, de calle en calle, no se están quietos jamás.
De hecho, si se representara respetando fielmente todos los movimientos
escénicos que se citan en ella, el gasto escenográfico sería inasumible para
cualquier compañía teatral; más valdría hacer una película (¡aunque no tan de
cartón piedra como la de Gerardo Vera en 1996, por favor!). Emocionante porque
su trama te atrapa y te exprime sin remedio, exige de ti que participes, que te
pongas de parte de alguno de sus personajes, que te anticipes a sus posibles
jugarretas. La Celestina es ruin, amoral e interesada, pero los que la rodean
no lo son menos: empezando por los dos enamorados, el sin sustancia de Calisto
y la pavisosa de Melibea, y siguiendo por la boba de la madre, el malvado
Sempronio, ese pillo redomado de Pármeno; así como por las dos prostitutas
maquinadoras, Elicia y Areúsa, que a menudo parecen las verdaderas
protagonistas del libro, y los dos matones que se convierten en sus amantes a
la muerte de sus antecesores en el cargo… Tan sólo salvaría a Pleberio, pobre
padre desconsolado, que en su monólogo final, el famoso “Planto”, lamenta la
muerte de su hija y advierte al público “de los engaños de las alcahuetas y
malos y lisonjeros sirvientes”. ¡A buenas horas mangas verdes!
Last
but not least, como dicen los ingleses, La
Celestina me parece profundamente cachonda porque está salpicada de
palabrotas infamantes, alusiones malévolas, bromas con doble sentido y escenas
eróticas como la que enfrenta a la alcahueta con Areúsa, que tiene el período pero
que, aun así, se aprestará a satisfacer los deseos del joven Pármeno, al que Celestina quiere ganar para su causa.
Por
todo ello y mucho más que no diré para no desvelar ningún secreto, deberíais ir
a ver la adaptación de Isabel González, producida por nuestro Orfeó Maonès, del
que tan orgullosos deberíamos sentirnos, que se representará en este mismo
teatro entre el 6 y el 8 de noviembre. ¡Abstenerse niñatos, fanáticos de la Wii
y gente fácilmente escandalizable! Podrían descubrir el placer culpable de conocer
a los clásicos.
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Voilà un article à mettre dans toutes les mains Ana et qui nous fait regretter ( encore une fois) de ne pouvoir assister au spectacle !
ResponderEliminarMerci encore, chère Christine!
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