La
expresión italiana “andare in tilt” alude, según el prestigioso
diccionario Treccani, al bloqueo automático que sufren las máquinas
tragaperras tipo flipper
o pinball
al intentar hacer trampa golpeándolas o inclinándolas a un lado
para que la bolita se deslice hacia donde nos interesa. Por
extensión, dicha expresión se utiliza coloquialmente en Italia para
decir que alguien o algo ya no puede más, ha sufrido un
cortocircuito o se ha quedado bloqueado.
Hace
días que, cuando hablo por teléfono o a través de la Red con
nuestros queridos amigos italianos, les resumo la situación
educativa actual diciéndoles que “è andata in tilt”. Aun
considerando nuestros problemas con el trilingüismo como una
discusión bizantina -ya que ellos son orgullosamente monolingües y
su inglés es tan patético como el nuestro, pero lo exhiben sin
complejos-, con dicha expresión me entienden perfectamente. Si un
puñado de italianos que ni siquiera se dedican a la enseñanza
pueden hacerlo, ¿por qué es tan difícil hacérselo entender a
nuestras autoridades “competentes”? No todos estamos en contra
del TIL, pero hasta el profesor más optimista es consciente de que
nuestro nivel general de inglés -salvo honrosas excepciones, claro
está- no es el adecuado ni suficiente para impartir ninguna
asignatura. Ni las eufemísticamente bautizadas como “instrumentales
no lingüísticas” (Sociales, Naturales y Matemáticas) ni las
tradicionalmente apodadas “marías”, como Educación Física,
Educación Plástica o Música, que en mi opinión ya están
injustamente relegadas en nuestro sistema educativo actual, pero aun
lo estarán mucho más si llega a implantarse la fatídica LOMCE. De
hecho, estoy convencida de que si todos los responsables de la
crispadísima situación actual hubieran recibido una mayor formación
artística y musical cuando eran pequeñitos -¿os los
imagináis...?-, probablemente no estaríamos como estamos.
¿Tanto
cuesta entender que (también) es cuestión de tiempo? Dadnos unos
años -no más de dos o tres, diría yo, dada la innata tendencia a
saltarse plazos del españolito medio- y para entonces habrá
suficientes profesores preparados para impartir sus clases en un
inglés, si no envidiable, por lo menos decente. A partir de ahí,
todo irá rodado. Es cierto que el camino se hace andando, sí, pero
también lo es que no se puede empezar la casa por el tejado. Los
docentes necesitamos apoyo y formación, no una escalada de
desplantes chulescos ni ceses indiscriminados. Ya sé que dos o tres
años en términos electorales son demasiados, pero, si lo que de
verdad os interesa es mejorar la Educación y no colgaros medallas
ajenas, tenéis que entender que ningún idioma se aprende de la
noche a la mañana, y menos al nivel suficiente para impartir una
clase con dignidad. Y si no estáis de acuerdo, ¿quién es el guapo
que se atreve a darnos ejemplo -dicen que “Obras son amores y no
buenas razones”- pronunciando su próximo discurso en inglés?
¿Bauzà, nuestra estimada consellera...? Y que no se olvide de
tomarse una “relaxing
cup of
café con leche” antes de hacerlo, por favor, no vaya a
atragantarse.
Entretanto,
podríamos aprovechar esos dos o tres años para hacernos un
replanteamiento serio, general y conjunto del sistema educativo y,
sobre todo, de los valores que animan a nuestra sociedad; volver a
rebajar las ratios de alumnos por aula contratando a los docentes
necesarios para que todo fluya con normalidad, recuperar -aun con las
debidas modificaciones- los antiguos programas de atención a la
diversidad y refuerzo, etc. Y, por lo que respecta al catalán y el
castellano, lo que hace falta en mi opinión es un cambio de
mentalidad general. Meternos en la cabeza de una vez que ambos
idiomas no sólo no han de ser enemigos, sino aliados. El
conocimiento del uno no sólo no perjudica ni rebaja el conocimiento
del otro, sino que lo enriquece y complementa. Debemos seguir
insistiendo en que vivir en una comunidad bilingüe no es una
desgracia, sino una enorme suerte. Aprender catalán aun viniendo de
fuera no es imposible, ni tan siquiera complicado, y facilita la vida
a todos los niveles: laboral, cultural, afectivo... Mejorar el
castellano “de Can Peni” -¿quién sería el tal “Peni”?,
siempre me lo he preguntado- que se habla en Menorca tampoco estaría
de más, entretanto.
Vive
y deja vivir, habla y deja hablar, estudia... ¡y deja estudiar!
Huyamos de los talibanes de ambos extremos y centrémonos en lo que
verdaderamente importa: utilizar las lenguas, todas las que seamos
capaces de aprender, como medio de comunicación interpersonal e
instrumento para acceder a algo mucho más grande.
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