Erik Johansson? |
"El único hombre que jamás se equivoca es el que nunca hace nada." (J.W. Goethe)
Traducción
viernes, 31 de enero de 2014
Un pizzico di follia
Si te apetece escuchar una magnífica interpretación -percusiones sobre caja incluidas- de "La follia" de Vivaldi, un renacentista que ya apuntaba maneras románticas, clica sobre este enlace: The English Concert
sábado, 25 de enero de 2014
Purcell F.C.
Cumpliendo
con mis propósitos de Año Nuevo, que ya detallé en esta misma sección, hoy me
propongo hablaros de mi compositor preferido, Henry Purcell (1659-1695). Absténgase
de leerlo cualquier mente cargada de prejuicios malsanos contra la música
clásica, o contra la cultura en general. Si alguna vez os habéis sentido tan
marcianos como yo misma a causa de vuestros gustos y aficiones, si alguna vez
habéis abominado del pop facilón y similares, este artículo es para vosotros,
pedantes sin remisión.
Hoy
no pienso andarme con tonterías ni disimulos. No sólo me encanta leer –sí, ¿qué
pasa?-, sino que además me chifla la música clásica, tururú. ¡Ojalá se pudiera
hablar de ello con la misma despreocupada naturalidad con la que se comenta un
partido del Barça o del Real Madrid…! Pero, en nuestro país, haciendo
confesiones de este tipo te expones, como mínimo, a la conmiseración ajena.
Si todos los músicos de todos los tiempos formaran una liga yo sería, sin
duda alguna, del Purcell Fútbol Club. Como algunos
ya sabéis, Purcell –pronúnciese “pársel”, no como “porcell”- no sólo fue un
músico genial, sino que tiene un repertorio tan variado como apasionante.
Hace unos años
pasamos quince días en el suroeste de Inglaterra, concretamente en Cornualles y
Gales, siguiendo las supuestas huellas del rey Arturo. Tanto a mi marido como a
mí nos sorprendió la simpatía y la calidez con que nos acogieron los británicos
a pesar de que nuestro rudimentario inglés apenas nos permitía comunicarnos con
ellos. Los amables dueños del pub a
las afueras de Exeter donde estuvimos alojados unos días, por ejemplo, siempre
tenían un rato para piropear a nuestra hija, enseñarle un cachorrillo,
interesarse por nuestra procedencia o sugerirnos alguna visita. Pero lo que más
nos impresionó fue que no se dejaran abatir por la continua llovizna que bañaba
las ferias costeras ni por el viento que azotaba inmisericordemente las playas,
en las que eran capaces de permanecer horas y horas cazando cangrejos con una
facilidad pasmosa. De hecho, demostraban estar siempre de un humor excelente
aun en mitad del temporal.
Purcell no era
galés ni de Cornwall, sino londinense. Pero, a juzgar por su música, debía de
ser tan vitalista, excéntrico y charlatán como sus actuales compatriotas, ya
que resulta alegre hasta cuando escribe música para funerales (véase la marcha
que escribió para las exequias de María I de Inglaterra, apodada “Bloody Mary”
por su afición a mandar quemar en la hoguera a sus acérrimos enemigos, los anglicanos).
A continuación,
trazaré un breve, desordenado e incompleto itinerario por su obra, que aún no
conozco lo suficiente para ser rigurosa ni exhaustiva, y que tengo la impresión
de que es un pozo sin fondo de diversión y enriquecimiento intelectual. Si
queréis seguirme, deberíais armaros de un ordenador con una buena conexión a
Internet y, sobre todo, que tenga o se le puedan acoplar unos altavoces de
calidad. Una columna musical necesita banda sonora. ¡Poned YouTube a trabajar,
vamos!
La
primera vez que me hablaron de Purcell fue en un cursillo de iniciación a la
ópera que impartía Juan Mercadal, más conocido como “Nito Xuquí”. Fue él quien
me descubrió el final de Dido y Eneas,
una ópera de la que había oído hablar, pero que no había escuchado jamás. Hay
que tener el corazón de piedra para no conmoverse hasta las lágrimas con la sentida
interpretación que Maria Ewing hace de la muerte de Dido en su “When I am laid
in earth”…
Pocos años
después llegó “We the spirits of the air”, un precioso duetto para dos sopranos que descubrí gracias a un concierto
participativo y que posteriormente he tenido el placer de cantar junto a mi
profesora de la Escuela Municipal de Música de Maó, Montse Mercadal. Mascullada
en una iglesia románica, a la luz de las velas, como la encontraréis en
YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=qqZviYJ94Q8), resulta sin duda impresionante.
A continuación
vino “Cold song”, primero en la interpretación del contratenor alemán Andreas
Scholl, insuperable desde el punto de vista técnico, y luego en la del cantante
punk ya fallecido Klaus Nomi -con la
que suelo ilustrar el Barroco ante mis queridos alumnos-, tan desconcertante
como su propio atuendo: mocasines de hebilla y tacón, medias tupidas, capa
oscura, jubón acuchillado de color rojo sangre, una gorguera digna de Felipe II
y maquillado como un payaso triste, pero cantada con toda la contenida emoción
de un hombre que se sabía tan moribundo como el genio del frío que protagoniza
dicha aria. “Cold song”, de todas maneras, no es más que una de las numerosas perlas
de la semiópera King Arthur, entre
las que aconsejo el dueto patriótico “Round thy coasts”, seguido de las
fanfarronadas del bajo y de la delicada balada “Venus song”, que también he
perpetrado en algún concierto.
Últimamente
escucho a menudo las Canciones de taberna
y capilla, una divertidísima
colección de cánones, fugas y rondós de aire goliárdico.
¡Alé, alé, alé Purcell
F.C.!
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sábado, 18 de enero de 2014
Goliárdico Purcell
¡Atención a esta nueva maravilla purcelliana que he descubierto gracias al blog de Pablo Rodríguez Canfranc soledadtengodeti.blogspot.com.es (muy recomendable, por otra parte)! Se llama Canciones de taberna y de capilla, y es una auténtica gozada.
Ahí van las dos que más me han gustado. Abrid bien las orejitas... y espero que disfrutéis tanto como yo.
martes, 14 de enero de 2014
Cara sposa
¿Qué versión os gusta más? ¿Andreas Scholl con su voz aterciopelada, aunque algo sorda, y su técnica absolutamente impecable? ¿Philippe Jaroussky con el hilito de voz mejor administrado del mundo? ¿O el más "machote" de los contratenores actuales, David Daniels? Se admiten todo tipo de comentarios y contrarréplicas. Especialmente por parte de Haendel, claro...
jueves, 9 de enero de 2014
Un mal necesario
Qué solas, algunas... |
No sé si recordaréis
que, cuando Carme Chacón y Soraya Sáenz de Santamaría –que en materia de aborto
guarda un inexplicable silencio- renunciaron a parte de su permiso por
maternidad para volcarse en sus rampantes carreras políticas fueron muy
criticadas; sobre todo por parte de las mujeres que, en mi opinión, son las que
más tendrían que haberlas apoyado. Al igual que a nadie se le ocurre criticar a
un recién estrenado padre por pasarse ocho horas al día en su puesto de
trabajo, ajeno al terrible trajín que conlleva un bebé de pocos meses, tampoco
deberíamos ensañarnos con las mujeres que se resisten a ser únicamente gallinas
cluecas. Como bien puntualizó por aquel entonces la actual vicepresidenta del
Gobierno, disfrutar de un permiso por maternidad es un derecho, no una
obligación.
No hace falta
ser gay para estar a favor del
matrimonio homosexual ni de que las parejas del mismo sexo puedan adoptar un
niño. Pues igual sucede con el aborto, que no es ninguna obligación para el que
no “comulgue” –nunca mejor dicho- con ello, sino un derecho para quien no encuentre
otra solución y tenga redaños para hacerlo. Dudo mucho que yo personalmente fuera
capaz: tendría demasiado miedo de arrepentirme a posteriori. Creo que sólo sería capaz de hacerlo en caso de
violación o de grave malformación fetal o de que mi primer embarazo me hubiera sorprendido
siendo demasiado joven… ¡y ni siquiera estoy segura de ello! Pero ése es mi
credo personal, que no tiene por qué ser universal ni obligatoriamente compartido.
Sin embargo, estoy a favor de que cada una pueda abortar libremente y siguiendo
la voz de su propia conciencia, sin mayor intervención por parte del Estado que
la de garantizarle los cuidados necesarios antes, durante y después del aborto
en sí.
Abortar no es
plato de buen gusto para nadie. Como bien decía Elvira Lindo en una columna
reciente, nadie alardea de haberlo hecho. Y, sin embargo, el aborto voluntario
–por no hablar del indeseado- es mucho más frecuente de lo que pensamos. Yo
misma sería capaz de citar cuatro casos que la discreción me impide nombrar con
mayor detalle. Conozco y respeto a las cuatro implicadas; ninguna de ellas me
parece especialmente egoísta, y todas han sido madres amorosas y responsables
con anterioridad o bien posteriormente. Y para ninguna de las ellas fue una
decisión tomada a la ligera.
Por otra parte,
ninguna ley sobre el aborto será del todo justa ni estará completa hasta que
incluya un paquete de medidas para obligar al padre a ejercer de tal. Obligar a
un hombre a reconocer y responsabilizarse de su propio hijo cuesta tiempo,
dinero y fortaleza de ánimo, cosa que no está al alcance de cualquiera. Obligar
a una mujer a ser madre, no cuesta nada: basta con forzarla a seguir adelante
con un embarazo que no ha buscado ni desea. Se nota que la nueva/vieja ley del aborto es una ley pensada y aplicada
por hombres, desde el ministro de Justicia español hasta los médicos –y no
médicas, que todavía son un bien escaso- que tendrán que dar su beneplácito
para que una mujer pueda abortar, aun en unos supuestos que no pueden ser más
restrictivos.
José Luis
Gallardón ha dicho en conferencia de prensa que él no permitiría que su mujer
abortase si estuviera embarazada de un bebé con graves malformaciones. En su
caso, no me extraña. Pero, como no es difícil imaginar, muy pocas de las
mujeres que abortan tienen detrás a una tan familia rica y poderosa como la de
Gallardón. Es más, la mayoría no tienen a nadie que pueda ayudarlas a cuidar de
un hipotético niño con malformaciones: ni una santa esposa que haya antepuesto
la maternidad a su propia carrera, ni suficiente dinero para contratar los
servicios de una interna, ni tan siquiera unos abuelos jóvenes, complacientes y
cercanos. Me temo que eso no está en su perfil. Como no está en el perfil de la
mayoría de las madres de este país. Con la nueva ley, abortar -como estudiar un
grado universitario-, se ha convertido en algo que sólo está al alcance de unos
pocos, de los que tengan suficiente dinero para pagarse un billete al
extranjero y la estancia en una clínica privada.
Cuando se aprobó
la ley sobre el matrimonio homosexual, yo todavía vivía en Italia. Para
escándalo de algunos de mis alumnos de entonces, manifesté sentirme muy
orgullosa de mi país por haber aprobado dicha ley, así como de la de reproducción
asistida, que tanto nos envidian (no en vano los vuelos Roma-Barcelona de la
Ryanair estén llenos de parejas italianas en edad fértil). Últimamente, sin
embargo, sólo siento vergüenza.
(Si te ha gustado este artículo -recientemente publicado en el periódico MENORCA en mi sección quincenal "El jardín de las delicias"- y estás de acuerdo con él, difúndelo como puedas, por favor: cuantos más seamos, más posibilidades tendremos de cambiar el mundo.)
(Si te ha gustado este artículo -recientemente publicado en el periódico MENORCA en mi sección quincenal "El jardín de las delicias"- y estás de acuerdo con él, difúndelo como puedas, por favor: cuantos más seamos, más posibilidades tendremos de cambiar el mundo.)
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