Nadie es más digno que yo. |
Lo que casi
nadie sabe todavía es que ya no es posible matricularse en ningún centro
educativo público de Baleares simplemente con el pasaporte, como sucedía hasta
mediados de diciembre. ¿Qué por qué? Pues porque dicha opción, de la noche a la
mañana y sin aviso previo, ha desaparecido del programa informático de gestión
educativa por orden de algún superior inidentificable e inidentificado en
virtud de una nueva interpretación de la misma Ley de Extranjería que hasta
ahora lo permitía.
Los extranjeros
que quieran matricularse a partir de ahora tendrán que presentar el DNI, cosa
que implica haber obtenido previamente la nacionalidad española (que requiere
entre dos y cinco años de residencia probada en nuestro país), o el NIE. Éste
último, en la práctica diaria, no es tan sencillo de obtener como parece
leyendo el listado de requisitos publicados en la web oficial. O al menos no
para los extranjeros en situación irregular, pues para que te lo otorguen hay
que poder justificar “los motivos de la solicitud”, es decir, que vives en
España o trabajas aquí. Con el corazón en la mano, decidme: ¿cuántos ciudadanos
de la antigua Europa del Este, magrebíes, ecuatorianos, filipinos,
subsaharianos u orientales en general pueden presumir de tener un contrato de
alquiler registrado o una vivienda en propiedad? ¿Y un contrato laboral
estable y regular…? Muchos, los más desarraigados, no lo tienen. Y ésos,
precisamente, son los más necesitados de la formación que a partir de ahora les estará vedada.
Todo el que
haya vivido en el extranjero sabe que “tra il dire ed il fare, c’è di mezzo il
mare” o, lo que es lo mismo, de la teoría a la práctica hay un abismo de
triquiñuelas legales y vacíos legislativos. Yo misma tardé tres años y medio en
que me asignaran un médico de cabecera en Roma, aun siendo ciudadana
comunitaria y de carácter más bien combativo. Así como también estuve
impartiendo clases de español para extranjeros durante años con un contrato
draconiano que retenía el 30% de mi misérrimo sueldo con la excusa de que servía
para pagar los impuestos en mi país que, dicho sea de paso, jamás ha llegado a
percibir una sola lira del equivalente italiano a nuestro INSS. Tampoco vi
jamás un contrato de alquiler regular y convenientemente registrado ante las
autoridades; por macabro que suene, puedo decir que he vivido cinco años en
tres casas distintas oficialmente habitadas por muertos.
Vivir en el
extranjero una temporada no sólo sirve para aprender idiomas, sino que además
es una escuela de tolerancia excepcional. Nadie que haya pasado por la
experiencia de tener que repetir una y otra vez cómo se pronuncia su nombre, de
explicar que Mallorca y Menorca no están lo bastante cerca como para
desplazarse a nado de una a otra, que aquí también llueve y hace frío en
invierno, que no basta añadir una ese al final de cada palabra para hablar en
castellano –así como no basta añadir una “i” y agitar las manos para hablar en
italiano-, que la paella no es el plato típico de toda España ni el flamenco su
baile nacional, aunque quizá sean los más representativos… Nadie que haya
pasado por esto puede seguir creyéndose el centro del universo.
No hay como
coger el decrépito metro en Roma pasadas las diez de la noche para que se te
pasen las ganas de seguir diciendo chorradas sobre los inmigrantes que vienen a
nuestro país a quitarnos el trabajo y a colapsar las listas de espera de la
Seguridad Social. Sólo hace falta pararse a observar sus rostros -algunos
sucios, muchos cansados, todos ellos dignos de respeto- para entender que nadie
emigra por capricho, sino por necesidad. Que a nadie le gusta morirse de hambre,
ni ser perseguido por motivos ideológicos, étnicos o religiosos, ni ver morir a
tus hijos por cualquier nimiedad. ¿Acaso no emigraron nuestros mayores a causa
de la carestía o de las represalias políticas? Algunas localidades del norte de
Argelia podrían contarnos mucho al respecto.
Sencillamente fabuloso.
ResponderEliminarGràcies, reina!
EliminarMolt bé, Ana!
ResponderEliminarGràcies per comentar(-me)!
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