Traducción

sábado, 30 de noviembre de 2013

Retórica náufraga


http://us.123rf.com/400wm/400/400/morphart/morphart1205/morphart120500266/13687320-cappellaio-impegnarsi-in-retorica-mad-hatter-sta-raccontando-una-storia-di-alice-e-dei-suoi-amici-al.jpg
¿Cómo dices?
Una vez más, utilizaré una expresión italiana para encabezar mi artículo. No sé vosotros, pero yo ya estoy más que harta de “vendedores de aire frito”. Según el glosario de frases hechas de la Wikipedia, “llámense así los que defienden una idea, un proyecto, un discurso aproximativo, evanescente, privo de sustancia y sin fundamento”. Algunos de nuestros políticos, empezando por los más destacados, como el propio presidente del Gobierno, que miente más que habla, o el supuesto líder de la oposición –que probablemente fue un buen ministro, pero al que sin duda le falta carisma para llegar más allá-, son un magnífico ejemplo de vendedores de aire frito.
Por eso no es de extrañar que Rajoy -visto que ni siquiera sabe lo que es una acotación como el ya tristemente famoso “Fin de la cita”- evite hablar en público y suela delegar dicha responsabilidad en Soraya Sáenz de Santamaría que, lejos de ser una oradora brillante, al menos no aburre a las ovejas. En cuanto a Rubalcaba, él no se escaquea a la hora de comparecer ante los medios, pero está lleno de tics y tampoco se aparta del guion trazado.
Independientemente de cuáles sean vuestras ideas políticas, ¿es que nadie echa de menos la labia de Felipe González o la lengua viperina de Alfonso Guerra? Por no hablar de la cadenciosa solemnidad de Adolfo Suárez, autor de la célebre frase “Puedo prometer y prometo…”, al que apenas recuerdo. Incluso Manuel Fraga, que nunca se distinguió por hablar de forma clara e inteligible, era preferible a los oradores de medio pelo que pululan actualmente por el Congreso de los Diputados, incapaces de subirse a un estrado sin leer de cabo a rabo un discurso preparado de antemano por sus asesores (sólo así se entiende que Ana Botella hiciera el ridículo en Mundivisión con su “relaxing cup of café con leche”) acompañado de movimientos robóticos y desacompasados como los de José Luis Rodríguez Zapatero. Los que más destacan –hablo sólo desde el punto de vista retórico, sin entrar a juzgar su filiación política- no pasan de ser oradores mediocres, como Cayo Lara, Rosa Díez o Susana Díaz. Por más que lo pienso, no logro encontrar ninguno que me entusiasme.

Soy de las que creen que es mejor llamar a las cosas por su propio nombre –“Al pan, pan y al vino, vino”-, pero no veo por qué al adquirir un producto comercial exigimos que esté bien presentado y a la hora de elegir a nuestros representantes políticos durante cuatro largos años no les pedimos que nos doren la píldora con un buen discurso.
Mis alumnos alucinan cuando les digo que la Retórica, o arte de hablar bien, a finales de la Edad Media o durante el Renacimiento era una asignatura destacada e irrenunciable dentro del programa de estudios de cualquier universidad que se preciase. Hoy en día, sin embargo, apenas se le da importancia.
Por supuesto, la retórica no debe andar en detrimento de la verdad ni de la coherencia política. No vale ser un orador tan persuasivo como Obama, que incluso fue capaz de entrar bailando con naturalidad en el David Letterman’s Show, y no cerrar Guantánamo, una de las promesas que le valió su primer triunfo electoral, además de un precipitado y bochornoso Nobel de la Paz. No vale ser un encantador de serpientes como Silvio Berlusconi, que domina como nadie el arte de hechizar a las masas con su palabrerío vacuo, gestos campechanos y bromitas de mal gusto, y utilizar la política para enriquecerse, amén de para satisfacer sus bajos instintos.
Hay que reconocer que los políticos italianos en general –a excepción de su sosísimo primer ministro, Enrico Letta- nos sacan delantera en esto de la retórica. También es verdad que están mucho más entrenados que los nuestros, ya que casi todos los días tienen oportunidad de participar en algún encarnizado y apasionante debate televisivo. ¡Ojalá tuviéramos nosotros aquí a algún político de verbo tan vivo y pintoresco como Antonio Di Pietro, fundador de Italia dei Valori! Aunque si algo no echo de menos –para kamikaze ya tenemos al ex presidente Aznar- es el estilo incendiario y nihilista de Beppe Grillo, impulsor del Movimento 5 Stelle. Que se lo queden los italianos.
¡Vade retro, vendedores de aire frito!

jueves, 28 de noviembre de 2013

Nou concert del QUARTET QUATRE... No us el perdeu!

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Pasión (no correspondida) por Henry Purcell

 http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/0/0b/Sandro_Botticelli_-_La_nascita_di_Venere_-_Google_Art_Project_-_edited.jpg/1280px-Sandro_Botticelli_-_La_nascita_di_Venere_-_Google_Art_Project_-_edited.jpg

Todo el mundo ha visto alguna vez la Venus de Botticelli, pero... ¿quién oído la maravillosa "Venus Song" de mi admiradísimo e idolatrado Henry Purcell? He aquí una versión casera -nunca mejor dicho-:

lunes, 25 de noviembre de 2013

Sé responsable y cállate

En el Día Mundial contra la Violencia de Género, he aquí la portada -con su carpetovetónico título bien a la vista- de un libro recientemente publicado por el Arzobispado de Granada. Como será dicho engendro que incluso Ana Mato ha pedido su retirada...

http://www.andalucesdiario.es/wp-content/uploads/2013/11/libro_sumisa_01.jpg

domingo, 24 de noviembre de 2013

Òpera en abric, guants i bufandeta de llana

Heu vist mai un programa que fan de tant en tant -crec que ja van per la tercera temporada!!!- al Canal 33 que es diu Òpera en texans? Òbviament també el podeu veure a través de Internet; concretament a http://www.tv3.cat/opera-en-texans. És un exemple fantàstic de bona televisió: educativa i entretinguda. A més, el seu presentador i alma mater del programa, l'energètic Ramon Gener, és pura passió.
Us el recomano vivament! Aquest és el primer programa d'Òpera en texans que vaig veure jo:


P.S.: Próxima actuació del QUARTET QUATRE (Montse Mercadal, Ana Gomila, Toni Seguí i Pau Serra) diumenge 8 de desembre a les 19:30h a la "coveta" del Casino de Sant Climent.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Crónica del halconero (IV)

           Desde que publiqué la historia de una antigua compañera de facultad en esta misma sección, muchos han sido los que me han preguntado, a veces incluso con ansia, qué ha sido de Amalia desde entonces. Me sorprende tanto interés por alguien a quien sólo yo conozco personalmente, pero me halaga que su historia, muy representativa de los tiempos aciagos que nos ha tocado vivir, haya logrado suscitar la curiosidad de tantos menorquines a pesar de no tener nada que ver con la isla y sus circunstancias.

            Como ya conté en su día, conocí a Amalia en la Universidad Complutense de Madrid. Ella estudiaba Historia del Arte, por lo que compartíamos facultad, pero sólo teníamos algunas asignaturas en común. Era una alumna excelente, apasionada y voluntariosa, aunque no lo bastante brillante como para encontrar trabajo de algo relacionado con su carrera, cuyo porcentaje de desempleo era descorazonador.
            Amalia vivía en una pensión de mala muerte regentada por su madre, una mujer más bien callada y algo depresiva a la que apenas conocí, con vistas al cruce elevado de Cuatro Caminos. A poco de terminar la carrera, su madre murió y Amalia se vio obligada a vender la pensión. Con el dinero que sacó de la venta, se trasladó a Esquivias (Toledo), de donde provenían sus ancestros, y puso un bar en los bajos del caserón familiar, que también había heredado. Sorprendentemente, la dulce y paciente Amalia, habituada al trabajo intelectual del más alto nivel, se adaptó sin dificultades a su nueva ocupación y al pueblo de su madre, que describía como un lugar lleno de tractores y cazadores de conejos.
Una noche de principios de abril, cuando ya estaba a punto de cerrar el bar, se presentó un hombre maduro, bien trajeado y con gafas que conducía un cochazo descomunal y jamás se parecía separarse de su maletín de ejecutivo. Tras darle de cenar y ofrecerse a hospedarlo en su propio cuarto de invitados, el desconocido –que se había presentado únicamente como Eduardo- se empecinó en que mi amiga lo acompañara a visitar el lago del halconero, una atracción turística local que ella había mencionado durante su conversación en el bar desierto y apenas iluminado.
Eran las tres de la madrugada y en aquel momento, tras haberse mostrado extrañamente confiada con él hasta entonces, Amalia empezó a sentir miedo. Pero, una vez allí, lo único que hizo Eduardo fue arrojar su maletín en mitad de las aguas exclamando algo así como: “¡Qué hermoso es todo…!”.
Mi amiga no me dio muchos detalles sobre lo que sucedió luego. Sólo sé que ocultaron el coche, Eduardo compró ropa nueva, más juvenil y deportiva, y se quedó a vivir en el pueblo. Con ella, pero sin contarle nada de su existencia anterior. A Amalia no parecía importarle demasiado: era feliz así. “Somos almas en precario”, me dijo hace unos meses, “pero hoy en día, ¿quién no lo es?”.

A petición de mis lectores, hace unos días la llamé por Skype. A pesar de la imagen tan poco definida que me devolvía la pantalla del portátil, pude observar que Amalia tenía un aspecto radiante. Llevaba el pelo recogido al desgaire y una de sus sudaderas informes, pero aun así me pareció más hermosa que nunca, algo rellenita y sin duda muy risueña. Mientras hablábamos de nimiedades, eché un vistazo a la habitación en la que se encontraba, pintada de amarillo limón e iluminada por una ventana lateral que quedaba fuera de campo. Al fondo, pude entrever un tapiz de lana gruesa que pendía sobre un sofá acarminado de aspecto acogedor.
-¡Qué bonito!- dije, refiriéndome al tapiz.
-Lo he hecho yo. ¿Reconoces el motivo?- me preguntó con una risita coqueta.
-No, mujer, desde aquí…
-Es el Guidoriccio da Fogliano de Simone Martini.
Yo también lancé una carcajada. Mientras nos reíamos, alguien interpeló a mi amiga desde su izquierda. Era un hombre de voz aterciopelada y rica en matices; supuse que sería Eduardo. Apenas pude entender lo que decía, pero hablaba en un tono pausado que me gustó. Cuando al fin se fue, Amalia se acercó al monitor y me guiñó un ojo.
-No sólo me ha dado por hacer tapices últimamente, ¿sabes?
Cuando se puso en pie y luego de perfil, entendí qué quería decir y me alegré por ella. “Aunque estamos a las puertas del invierno y el cierzo azota con fuerza los campos, nunca había sentido menos frío”, se despidió diciendo.

jueves, 31 de octubre de 2013

Camusiènne

            Hace unos días, un amigo me remitió la enternecedora imagen que acompaña a estas líneas. En ella –propiedad de una tal Hélyette Noguera, una niña más bien seriecita que parece observarnos con desconfianza desde la última fila, señalada con una cruz- se ve a un grupo de escolares de Fort de l’Eau (Argelia, actual Bordj El Kiffan) posando para el fotógrafo en la típica foto de principios o final de curso. Gracias a la pizarrita que tan diligentemente sostiene una de ellas, sabemos que la fotografía data del 13 de octubre de 1958.
Para mí es muy curioso comprobar cómo unos niños que actualmente tendrán la edad de mi padre consiguen despertar mi -por otra parte, bastante acentuado- instinto maternal. ¡Supongo que forma parte de la magia de la fotografía…! A decir verdad, antes de fijarme en el detalle de la pizarrita, pensaba que sería mucho más antigua, de la posguerra española y, sin embargo, es casi dos décadas posterior.
            Pero lo que más me llama la atención es la sinceridad que desprende. Desde la aparición de Photoshop y, sobre todo, de Instagram, que tanto han contribuido la banalización de la fotografía, ya no estamos acostumbrados a ver instantáneas tan naturales, sin filtro ni retoques. A juzgar por los semblantes cariacontecidos de los niños, el soso del fotógrafo se limitó a retratarlos tal como se presentaron ante la cámara en la primera toma, sin intentar hacerles sonreír con el cuento del pajarillo o algo parecido. De hecho, la actitud de los que están sentados en primera fila, de brazos cruzados y con las manos ocultas bajo las axilas, es casi antipática. Muchos tienen ojeras y carita de hambre, llevan cortes de pelo escandalosamente caseros y batas muy dispares. La mayoría son morenos y de la tez cetrina; algunos parecen árabes, como la guapísima niña que ocupa el centro de la fotografía, mientras que otros por su aspecto podrían ser de origen español, y no es aventurado suponer que lo fueran, pues según el pie de foto se apellidan Roig, Juan, Nicolau, Bosch, Sintes… Incluso hay una tal Colette Gomila, que no es otra que la tercera morenita por la derecha en primera fila, con pinta de ser una despistada crónica y algo friolera. El hecho de que muchos alumnos fueran de procedencia española y quizá incluso menorquina -como el propio Albert Camus por parte materna, el centenario de cuyo nacimiento celebramos en estos días- no debe de ser fruto de la casualidad, ya que la escuela se llamaba École Gorrias y estaba regentada por una tal Mme. Ripolle. De hecho, la propia Hélyette Noguera lleva un apellido decididamente poco argelino.
            Cada vez que alguien me habla de esos famosos inmigrantes que les quitan el trabajo a los españoles –¿qué trabajo? Para poder quitárselo, primero tendría que haberlo-, “cobran del paro” sin tener derecho a ello –y eso, ¿cómo se hace?-, vienen a enfermarse a nuestro país con el único propósito de hundir la Seguridad Social y eternizar las listas de espera, infestan nuestras escuelas públicas con sus idiomas incomprensibles, se empeñan en ocultarse tras un velo –como si lucir una cruz al cuello fuera algo muy distinto- y sólo confraternizan entre sí -qué remedio, visto el panorama-, cada vez que alguien me habla de esos famosos inmigrantes, me entran ganas de darle un sopapo. O de enseñarle la foto de estos niños, tan dignos en su pobreza, tan serenos en la aceptación de su destino, tan niños y tan adultos al mismo tiempo. Los mismos niños que cuatro años más tarde, recién estrenada la adolescencia y a consecuencia del turbulento proceso de independencia de Argelia, tendrían que abandonar el país en el que había nacido para instalarse en el país de sus mayores, que no siempre supo acogerlos con los brazos abiertos. De las miradas oscuras e inciertas de estos niños antiguos tenemos, sin duda, mucho que aprender.