
"El único hombre que jamás se equivoca es el que nunca hace nada." (J.W. Goethe)
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viernes, 13 de mayo de 2016
Lectura dramatizada de "Las coles del cementerio", de Pío Baroja

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domingo, 22 de febrero de 2015
Ajedrez o memez
![]() |
¡Jaque a la estulticia! |
Pese a no ser más que una ajedrecista mediocre,
impaciente y poco asidua, veo con agrado el inusitado interés que la Comisión
de Educación del Congreso de los Diputados está demostrando recientemente por
el ajedrez, cuya incorporación al malhadado currículum de la LOMCE ha
recomendado al Gobierno. Por mi parte, todo lo que contribuya a incrementar la
escasa capacidad de concentración de nuestros estudiantes -no es cuestión de
edad: sus progenitores me parecen igual de irreflexivos- será bienvenido. Según
los expertos en el tema, que han brotado como setas tras una tormenta, el
ajedrez desarrolla las inteligencias matemática, lingüística y espacial; además
de favorecer la memoria, la empatía, el sentido de la estrategia y la
tolerancia a la frustración. Hasta aquí, nada en contra, sólo falta que
adelgace y alise el cutis para convertirse en la panacea universal contra todos
los males de nuestro tiempo.
Y yo me pregunto, ¿cuántos de esos nuevos adalides del
ajedrez que recomiendan su introducción en todas las etapas educativas predican
con el ejemplo (aunque sólo sea “en la intimidad”, como el catalán de Aznar)?
Llamadme malpensada, pero estoy segura de que más de la mitad de los
congresistas ni siquiera conoce las reglas más elementales del ajedrez y se
limita a defenderlo con la fe del carbonero. Una vez más, es aquello tan
socorrido del “¡Que inventen ellos!” –o que ellos aprendan inglés, que ellos
hagan deporte…-, como si los escolares hubieran de subsanar todos los errores y
carencias de sus ancestros.
Tanto interés por el ajedrez y tanta desidia hacia las Humanidades… A
excepción de las asignaturas lingüísticas, claro. No sé si están al tanto de que la Educación
Artística y la Música, en la LOMCE, han pasado a ser asignaturas optativas
perfectamente evitables a lo largo de toda la vida académica de un determinado alumno
y, para colmo, están colocadas en alternativa al estudio de una segunda lengua
extranjera, con lo cual es de suponer que, dado el papanatismo cultural dominante,
en pocos años quedarán reducidas a gueto de los malos estudiantes. Es decir que
las nuevas generaciones podrán llegar a graduarse sin tener unas mínimas
nociones de lo que son la luz, el color, la forma, el volumen; sin saber
distinguir un óleo de una acuarela, un movimiento artístico de otro, sin haber visitado
un monumento ni puesto los pies en un museo con conocimiento de causa, sin saber
interpretar la estructura de una iglesia, un castillo o un palacio, sin poseer
un mínimo de vocabulario que les permita mantener una conversación elevada, sin
conocer las mil y una anécdotas curiosas de la Historia del Arte, el nombre de
sus principales autores ni de las obras más relevantes… ¿Qué sería de mí
sin “La virgen de las rocas”, Joaquim Mir o la “Ofelia” de Millais? Los jóvenes
españoles podrán graduarse, en definitiva, sin que el arte, la civilización y
la cultura alcancen a salpicarlos jamás. Y luego nos extrañamos de ser los últimos
en el tan cacareado Informe PISA…
Otro día me extenderé sobre las bondades del estudio de
la Música, que me es tan querida, pero hoy quiero terminar con un par de
consideraciones generales. La primera, que para ser educador en Finlandia (como
ya expliqué en mis artículos “Algo huele a podrido en Finlandia I y II”, todavía
legibles a través de mi blog) no sólo se requiere un expediente académico
privilegiado, con una media de calificaciones por encima del 9´5 sobre 10, sino
también saber tocar un instrumento musical, cantar, bailar, actuar
o practicar cualquier otra disciplina artística. Sin más comentarios, ahí lo
dejo, y que cada cual extraiga sus propias conclusiones.
La segunda consideración es que en un mundo en continua
reconversión, donde nada es seguro, encontrar trabajo es ya de por sí una utopía, los contratos indefinidos escasean,
la flexibilidad domina los mercados, los sueldos no están proporcionados al precio
de las hipotecas ni bastan para mantener a la familia y hay que
reinventarse continuamente… la creatividad me parece más necesaria que nunca.
¡Que viva el ajedrez, pues, y aúpa la reina manque pierda!
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viernes, 13 de junio de 2014
Algo huele a podrido en Finlandia (y II)
Como dijo Xavier Melgarejo
en su conferencia sobre el sistema educativo finlandés (http://youtu.be/HoY7DYcUgyI) de la que ya hablé hace un par de semanas, los
maestros de allí empiezan todas sus clases con algo llamativo, sorprendente,
contradictorio que, aun sin estar relacionado con el tema del que se vaya a
tratar a continuación, sirva para atrapar y enganchar la atención de sus
alumnos. Mi tergiversación de la mítica frase de Marcelo en Hamlet, “Algo huele a podrido en
Dinamarca”, no es más que eso, un MacGuffin.
El currículum finlandés
–nuestra LOMCE, para entendernos- es breve e inconcreto para otorgar de mayor
autonomía a los centros y a las instituciones locales, que participan
activamente en su diseño. Las clases son de tres cuartos de hora y están
separadas entre sí por un intervalo de quince minutos durante el cual todos los
alumnos salen al patio, tanto si llueve como si nieva. Los niños finlandeses
juegan muchísimo más que los españoles, que sólo gozan de media hora de patio,
y dada la puntualidad y la seriedad con que afrontan sus clases, desahogados y
con la mente despierta a fuerza de recibir -y propinar- bolazos, las aprovechan
al máximo.
Los maestros están
excelentemente considerados en Finlandia, pues la educación de las nuevas
generaciones es un asunto prioritario para el Estado. Ser maestro allí “viste” mucho,
es una profesión tan prestigiosa como la de médico, economista o notario en
nuestro país. En Finlandia, ¡a nadie se le ocurre pensar que son un hatajo de
vagos…! Entre otras razones porque sólo los mejores estudiantes de secundaria,
aquellos cuya media académica está por encima del 9’5 sobre 10, logran acceder
al equivalente a nuestros actuales grados de Educación Infantil y Educación
Primaria (el antiguo Magisterio).
Otra gran diferencia que
nos separa de los finlandeses y, en mi opinión, nos acerca a los cavernícolas
es la importancia que otorgan a la creatividad en el aula. De hecho, uno de los
requisitos imprescindibles para ser maestro, además de la altísima nota mínima
de la que hemos hablando anteriormente, es saber tocar un instrumento musical,
cantar, bailar, actuar, escribir, pintar, esculpir o practicar cualquier otra
disciplina artística, incluidas las más modernas. Si comparamos esto con la
LOMCE, en que el espacio horario dedicado a la Música y la Plástica se ha
reducido hasta quedar convertidas ambas en un par de optativas perfectamente prescindibles, a vosotros no sé, pero a mí… ¡se me cae la cara de vergüenza!
Pero, ¡cómo podemos ser tan borricos!
A la hora de convertirse
en maestro, en Finlandia también se valora la sensibilidad social. Es decir,
que el aspirante a maestro apoye económicamente a alguna ONG o realice
actividades de voluntariado. Así mismo, el vínculo entre educadores y alumnos
es aun más fuerte que aquí: más que tutores, los maestros finlandeses son como
una segunda madre o padre para sus alumnos. Para soportar semejante carga
psicológica, hay que tener mucha vocación docente, cosa que en nuestro país no creo
que falte. Lo que falta, si me permitís, son recursos materiales, más profesorado
de apoyo, el restablecimiento de unas ratios razonables, mayor voluntad de
mejora por parte de los educadores -¿qué hay de malo en aprender inglés,
compañeros?- y sobre todo reformar nuestro maltrecho sistema educativo de forma
urgente y consensuada. Y en todo esto los finlandeses, al parecer, todavía tienen
mucho que enseñarnos.
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xavier melgarejo
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