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Una imagen de "La ratonera", A. Christie |
No. Ni me he vuelto loca durante las vacaciones navideñas
–no más de lo que estaba, al menos- ni me he hecho de Twitter, con el blog
tengo más que suficiente, gracias. El título es un pequeño guiño a mi amigo
Kico, que sostiene que los artículos imprescindibles para salir de viaje son:
documentación en orden, dinero, cámara de fotos, cubiertos de plástico, seguro
sanitario, una brújula, mapas y planos, despertador, una gorra, repelente contra
los mosquitos, pastillas potabilizadoras, un botiquín de primeros auxilios, una
buena guía… (el resto de la lista en: http://kicosingps.blogspot.com.es/2014/12/cosas-preparar-antes-de-viajar-checklist.html).
Ante semejante despliegue de sentido común y práctico, su mujer y yo solemos
chincharlo diciendo que todo eso está muy bien, pero que nosotras sin secador
–y el adaptador universal que ha de acompañarlo al extranjero, pues no todos
los enchufes son iguales ni utilizan el mismo tipo de corriente- no vamos a
ningún sitio. ¡Que ya somos #señorasconrulosenlacabeza, no unas punkies alocadas!
Aunque nada de todo esto resulta necesario en este
período, ya que a estas alturas del año la trampa se ha cerrado una vez más
sobre todos nosotros por lo que, a menos que tengas una disponibilidad horaria y
económica ilimitada, o te resulte inevitable por motivos médicos,
es casi imposible abandonar de la isla a un precio razonable, sin ir rebotando
de escala en escala y en un horario en el que valga la pena tomarse la molestia.
La
ratonera (1952), cuyo título original es The mousetrap, es una de las pocas obras de teatro que escribió mi
admiradísima Agatha Christie que, sin embargo, era una prolífica autora de
novelas, de las que llegó a publicar más de ochenta. Dicha obra teatral tiene la
particularidad de que lleva representándose ininterrumpidamente desde su
estreno: en el New Ambassadors Theatre hasta 1974 y en el St. Martin’s, situado
justo al lado, en pleno Covent Garden londinense, a partir de aquel momento. Cuando
estuve en Londres hace unos años, tuve la humorada de asistir a una sesión
y, aunque mi nivel de inglés a duras apenas me permitía seguir el desarrollo de
la trama, he de confesar que me entusiasmó. No sólo por la obra en sí, uno de los enrevesados
rompecabezas propios de su autora, sino sobre todo por el encanto irresistiblemente british que envolvía la función, empezando
por el teatro –que parecía una enorme bombonera forrada de terciopelo carmesí- y terminando por el acento estudiadamente oxfordiano de
los actores.
En La
ratonera, ocho personajes de diversa extracción social y que aparentemente
no se conocen quedan atrapados en una casa de huéspedes durante una tormenta
de nieve. Todos están relacionados, de una u otra manera, con la víctima
de un crimen cometido recientemente en Londres, por lo que el asesino podría
ser cualquiera de ellos. Para colmo, las líneas telefónicas están cortadas y no hay
ninguna otra vivienda en varios kilómetros a la redonda. Un segundo crimen
perpetrado in situ viene a confirmar nuestra
sospecha de que uno de los presentes tiene sed de venganza. Y según la canción
infantil “Tres ratones ciegos”, utilizada por Agatha Christie como hilo
conductor de la trama, alguien más debería morir todavía…
Así es como me siento yo cuando
llega el otoño y los únicos lugares a los que podría desplazarme para “cambiar
de aires” son Barcelona y Palma de Mallorca, ya que ni Madrid ni Valencia, con
un único vuelo diario pagado a precio de oro aun con descuento residente, me
parecen alternativas viables.
Mientras no resolvamos este
problema, ningún profesional de renombre –que no sea isleño- querrá
establecerse aquí, ningún interino permanecerá entre nosotros más allá de los
años preceptivos, nuestros hijos no querrán volver cuando terminen de estudiar
fuera y, sobre todo, seguiremos pensando que viajar es un capricho de ricachones
ociosos en lugar de una verdadera necesidad. Conocer otras realidades es la
mejor escuela de tolerancia que se me ocurre. Y no es que en Menorca se esté
mal, ¡todo lo contrario!, si fuera así no habría batallado tanto para vivir
aquí, pero detesto el “efecto ratonera” que fatalmente conllevan los meses invernales.
¿Entendéis ahora por qué me gusta
tanto leer? Pues porque es la única manera de evadirse cómodamente y gratis que
nos queda. #todossomoselcondedemontecristo
P.S. Aquí hallaréis un interesante artículo, cuya lectura os recomiendo, sobre el mismo tema: http://menorca.info/opinion/cartas-del-lector/2015/489926/som-reserva-aquesta-biosfera.html
P.S. Aquí hallaréis un interesante artículo, cuya lectura os recomiendo, sobre el mismo tema: http://menorca.info/opinion/cartas-del-lector/2015/489926/som-reserva-aquesta-biosfera.html