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lunes, 18 de noviembre de 2019

Novedades sobre UN ACTO REFLEJO

  1. Fantástica y detalladísima RESEÑA profesional sobre Un acto reflejo (Último caso del comisario Caravaggio) en https://tunovelanegra.com/resena/resena-de-un-acto-reflejo-de-ana-gomila-domenech/. ¡Mil gracias, Érika! Con lectores tan atentos como tú, da gusto escribir...
  2. CAMBIO de portada y contraportada en la edición en papel. De la anterior -en tonos ocre, granate, azul desvaído y verde apagado- pasamos a estas:



¿Qué opción te gusta más? Coméntalo, por favor.
Te recuerdo que mi novela sigue disponible en Amazon, tanto en papel (https://www.amazon.es/acto-reflejo-comisario-Caravaggio-Comisario/dp/1078494177/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=&sr=) como en versión electrónica (https://www.amazon.es/acto-reflejo-%C3%9Altimo-comisario-Caravaggio-ebook/dp/B07TVZ753T/ref=tmm_kin_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=&sr=).

lunes, 29 de julio de 2019

UN ACTO REFLEJO en prensa

Portada de la edición de bolsillo

Además de la entrevista radiofónica que compartí a través de este blog hace unos días (https://www.ivoox.com/presentacion-onda-cero-un-acto-reflejo-audios-mp3_rf_38353110_1.html), mi nueva novela Un acto reflejo: Último caso del comisario Caravaggio también ha merecido un espacio en prensa.

Ahí va el enlace por si queréis echarle un vistazo al magnífico artículo que le ha dedicado el periodista Lluís Vergés: https://www.menorca.info/menorca/cultura/2019/07/23/662341/ana-gomila-estrena-novela.html. ¡Os lo recomiendo! (casi tanto como leer mi novela, jeje)

martes, 9 de julio de 2019

UN ACTO REFLEJO, la nueva novela de Ana Gomila

 

¿Es posible morir en un lugar tan hermoso? ¿Es posible morir a manos de quien te ama?
¿Vale la pena morir por una idea?, ¿y por un ideal?, ¿y por un ideario...?
¿Es el Arte una manera de eludir la vida, o más bien la mejor forma de celebrarla?



Descúbrelo leyendo el nuevo whodunit de Ana Gomila Domènech, UN ACTO REFLEJO: ÚLTIMO CASO DEL COMISARIO CARAVAGGIO, disponible en Amazon a través de los siguientes enlaces:

domingo, 6 de septiembre de 2015

Un paseo por la música

God Save the Proms!
            Si hay algo que envidio con toda mi alma a los británicos –además del honor de ser compatriotas de Agatha Christie- no es desde luego su inestable y adversa climatología ni las bondades de su cocina, que tuve ocasión de aborrecer durante nuestra última incursión familiar por aquellos lares, sino la pasión con que se entregan a manifestaciones culturales tan elevadas y aparentemente ajenas a los intereses habituales del pueblo como los Proms.
            Los Proms, abreviatura de “The Henry Wood Promenade Concerts presented by the BBC”, son un ciclo de conciertos de música clásica que tienen lugar a diario desde mediados de julio hasta mediados de septiembre en el Royal Albert Hall, un descomunal auditorio elíptico inspirado en los anfiteatros romanos con capacidad para 5.500 personas y ubicado en South Kensington (Londres), no muy lejos de Hyde Park. El término Promenade alude a la posibilidad de “pasearse” por el recinto que tienen los prommers, es decir, los espectadores alojados en las galerías y justo al pie del escenario, cuyas localidades no incluyen asiento a cambio de abonar por ellas un precio irrisorio.
            Algunos conciertos son de corte más clásico, convencional y riguroso. Otros, a pesar de girar en torno a piezas tan antiguas como The King Arthur (1691), de mi idolatrado H. Purcell, derrochan imaginación y son un prodigio de creatividad e irreverencia, justo lo que necesita la música clásica para volver a popularizarse. Y, si no me creen, echen un vistazo al siguiente montaje de dicha semiópera: https://www.youtube.com/watch?v=PmgaQ43xSp8. ¡Seguro que se divertirán!

            También es digno de admiración el entusiasmo con que es acogida -con ondeado de banderas alemanas incluido; sólo faltan los chillidos histéricos de las fans, entre las cuales sin duda me contaría-, la participación de ciertos divos como Andreas Scholl… Pero lo que me llena de una envidia verde, insidiosa y difícil de contener es que el último concierto del ciclo, conocido como The Last Day of the Proms, siempre registre un llenazo de asistencia total, además de ser emitido en directo no sólo por la BBC sino también por casi todas las televisiones anglosajonas. ¿Qué evento cultural tiene un seguimiento comparable en nuestro país? Ya se lo digo yo: ninguno.
            The Last Day tiene un programa más o menos fijo que incluye algunas composiciones clásicas patrióticas al estilo de “Pompa y circunstancia”; la conmovedora “Jerusalem” –de H. Parry, inspirada en un poema del alucinante, alucinado y alucinógeno William Blake, que quizá les suene gracias a la banda sonora de la película Carros de fuego (1981) que, no por casualidad, toma su nombre de uno de sus versos- y una balada escocesa llamada “Auld Lang Syne”, que no es otra que “L’hora dels adéus” con la que aquí se despiden los asistentes a un campamento. Pero lo más hermoso es que estas tres últimas piezas son cantadas por el público al unísono, en pie, con la mano sobre el corazón y sin necesidad de partitura, pues se las saben de memoria (ver para creer: https://www.youtube.com/watch?v=041nXAAn714).
            Aun sin ser británica ni haber asistido jamás en persona –ya quisiera- a semejante apoteosis catártica colectiva, no puedo evitar pensar que en nuestro país no somos capaces de alcanzar semejante grado de exaltación a nivel nacional más que al ganar la final de algún ¿importantísimo? trofeo de fútbol.

            Y hablando de “Jerusalem”, antes de finalizar me gustaría añadir que ésta también fue entonada por los invitados a la boda de Catalina y Guillermo de Inglaterra, así como los propios novios. ¿Quién recuerda a alguna infanta o a nuestro rey actual tarareando siquiera alguna pieza de las “escogidas” para sus respectivos enlaces? Por lo que sé, tan sólo la reina Sofía aprecia la música clásica. Los demás prefieren diversiones más populacheras, como la caza o los toros.
            Si los miembros de la Familia Real, que han recibido una educación esmeradísima y en los mejores colegios, manifiestan semejante desinterés… ¿Qué será de los chavalillos de la LOMCE, para los que la Música y la Educación Plástica no son más que un par de optativas perfectamente evitables durante toda su escolarización? Dejen que, para consolarme, una mi voz a la de Catherine Middleton, mejor: “Bring me my Bow of burning gold;/ Bring me my Arrows of desire:/ Bring me my Spear: O clouds unfold!/ Bring me my Chariot of fire!”.


*         *

Si te ha gustado esta entrada, no te pierdas la siguiente: An English man at the BBC Proms

miércoles, 27 de mayo de 2015

Ser o no ser... ¡Hercule Poirot!

He aquí un nuevo hallazgo para los rendidos admiradores de Agatha Christie y, sobre todo, de su más aborrecida criatura: el pomposo detective belga Hercule Poirot.

viernes, 9 de enero de 2015

#nosinmisecador


Una imagen de "La ratonera", A. Christie
            No. Ni me he vuelto loca durante las vacaciones navideñas –no más de lo que estaba, al menos- ni me he hecho de Twitter, con el blog tengo más que suficiente, gracias. El título es un pequeño guiño a mi amigo Kico, que sostiene que los artículos imprescindibles para salir de viaje son: documentación en orden, dinero, cámara de fotos, cubiertos de plástico, seguro sanitario, una brújula, mapas y planos, despertador, una gorra, repelente contra los mosquitos, pastillas potabilizadoras, un botiquín de primeros auxilios, una buena guía… (el resto de la lista en: http://kicosingps.blogspot.com.es/2014/12/cosas-preparar-antes-de-viajar-checklist.html). Ante semejante despliegue de sentido común y práctico, su mujer y yo solemos chincharlo diciendo que todo eso está muy bien, pero que nosotras sin secador –y el adaptador universal que ha de acompañarlo al extranjero, pues no todos los enchufes son iguales ni utilizan el mismo tipo de corriente- no vamos a ningún sitio. ¡Que ya somos #señorasconrulosenlacabeza, no unas punkies alocadas!
            Aunque nada de todo esto resulta necesario en este período, ya que a estas alturas del año la trampa se ha cerrado una vez más sobre todos nosotros por lo que, a menos que tengas una disponibilidad horaria y económica ilimitada, o te resulte inevitable por motivos médicos, es casi imposible abandonar de la isla a un precio razonable, sin ir rebotando de escala en escala y en un horario en el que valga la pena tomarse la molestia.

            La ratonera (1952), cuyo título original es The mousetrap, es una de las pocas obras de teatro que escribió mi admiradísima Agatha Christie que, sin embargo, era una prolífica autora de novelas, de las que llegó a publicar más de ochenta. Dicha obra teatral tiene la particularidad de que lleva representándose ininterrumpidamente desde su estreno: en el New Ambassadors Theatre hasta 1974 y en el St. Martin’s, situado justo al lado, en pleno Covent Garden londinense, a partir de aquel momento. Cuando estuve en Londres hace unos años, tuve la humorada de asistir a una sesión y, aunque mi nivel de inglés a duras apenas me permitía seguir el desarrollo de la trama, he de confesar que me entusiasmó. No sólo por la obra en sí, uno de los enrevesados rompecabezas propios de su autora, sino sobre todo por el encanto irresistiblemente british que envolvía la función, empezando por el teatro –que parecía una enorme bombonera forrada de terciopelo carmesí- y terminando por el acento estudiadamente oxfordiano de los actores.
             En La ratonera, ocho personajes de diversa extracción social y que aparentemente no se conocen quedan atrapados en una casa de huéspedes durante una tormenta de nieve. Todos están relacionados, de una u otra manera, con la víctima de un crimen cometido recientemente en Londres, por lo que el asesino podría ser cualquiera de ellos. Para colmo, las líneas telefónicas están cortadas y no hay ninguna otra vivienda en varios kilómetros a la redonda. Un segundo crimen perpetrado in situ viene a confirmar nuestra sospecha de que uno de los presentes tiene sed de venganza. Y según la canción infantil “Tres ratones ciegos”, utilizada por Agatha Christie como hilo conductor de la trama, alguien más debería morir todavía…

            Así es como me siento yo cuando llega el otoño y los únicos lugares a los que podría desplazarme para “cambiar de aires” son Barcelona y Palma de Mallorca, ya que ni Madrid ni Valencia, con un único vuelo diario pagado a precio de oro aun con descuento residente, me parecen alternativas viables.
            Mientras no resolvamos este problema, ningún profesional de renombre –que no sea isleño- querrá establecerse aquí, ningún interino permanecerá entre nosotros más allá de los años preceptivos, nuestros hijos no querrán volver cuando terminen de estudiar fuera y, sobre todo, seguiremos pensando que viajar es un capricho de ricachones ociosos en lugar de una verdadera necesidad. Conocer otras realidades es la mejor escuela de tolerancia que se me ocurre. Y no es que en Menorca se esté mal, ¡todo lo contrario!, si fuera así no habría batallado tanto para vivir aquí, pero detesto el “efecto ratonera” que fatalmente conllevan los meses invernales.
            ¿Entendéis ahora por qué me gusta tanto leer? Pues porque es la única manera de evadirse cómodamente y gratis que nos queda. #todossomoselcondedemontecristo

P.S. Aquí hallaréis un interesante artículo, cuya lectura os recomiendo, sobre el mismo tema: http://menorca.info/opinion/cartas-del-lector/2015/489926/som-reserva-aquesta-biosfera.html

sábado, 15 de noviembre de 2014

It's English time!


Cotsworld's cottage
            Cuando llega el frío, me suele dar un ataque de anglofilia aguda, quién sabe por qué... Quizá porque inconscientemente asocio las primeras lluvias del otoño con la literatura anglosajona que tanto me gusta. En cuanto los escalofríos me recorren el espinazo, saco el anorak del armario –una especie de redingote negro relleno de plumas con el que parezco un murciélago gigante, ya lo sé, pero “ande yo caliente y ríase la gente”- y me entran ganas de releer a Agatha Christie.
            Este año he procurado diversificar lecturas: en lugar de desempolvar alguno de los 81 tomos de que constan las apasionantes obras completas de Dame Agatha, encargué un ejemplar de The monogram murders a través de Amazon y lo devoré nada más recibirlo. Los crímenes del monograma, como ha sido traducida al español, es una nueva novela detectivesca protagonizada por el belga más famoso de todos los tiempos –con permiso de Jacques Brel, Georges Simenon, Tintín y los pitufos-, Hercule Poirot. Pero, para desgracia de sus rendidos admiradores, entre los cuales me encuentro, no se trata de una nueva entrega de sus investigaciones en sentido estricto, ya que no es un manuscrito inédito de Mrs Christie, sino una respetuosa imitación de la escritora y poetisa inglesa Sophie Hannah, permitida y fomentada por los ávidos herederos de la primera.

            De la misma manera que Torquay, ciudad natal de la Christie, me decepcionó, también lo ha hecho Los crímenes del monograma; aunque no lo suficiente para que me arrepienta de haberla leído. Para empezar, porque es casi tan entretenida como las novelas originales. En segundo lugar, porque el brumoso ambiente del Londres de entreguerras está impecablemente bien reproducido, ningún detalle moderno desentona. Además, Sophie Hannah ha tenido la honestidad de no intentar adueñarse del bigotudo Poirot, sino que se limita a utilizarlo como un deus ex machina que ayuda al verdadero protagonista, un tal Edward Catchpool, fruto de su propio magín, en el transcurso de una enrevesada investigación criminal.
      Una fría noche de 1920, dos mujeres y un hombre aparecen envenenados en sus respectivas habitaciones de hotel con un gemelo de camisa metido en la boca a modo de firma por parte del asesino. La clave del misterio enseguida se desplaza a un acomodado suburbio próximo a la capital, donde las habladurías entorno al comportamiento de un pastor anglicano produjeron una lamentable cadena de suicidios años atrás.
            La resolución del misterio no es evidente, pero tampoco tan descabellada como suele serlo en las verdaderas novelas de Agatha Christie, lo cual le resta gran parte de su gracia. El personaje de Hercule Poirot tampoco está muy bien trazado, que digamos. Se le describe como un engreído insoportable, pero sin la punzante ironía que caracteriza al original. Y el comisario Catchpool sólo es un pálido remedo del fiel y sensato Hastings. El estilo de Hannah, por otro lado, es de lo más plano, sin los rasgos de genialidad que caracterizan al de Agatha Christie, chapucera y apresurada como ella sola, pero cuyas descripciones poco tienen que envidiar a las de Pío Baroja, por citar a otro gran impresionista del lenguaje.
            Sin ser una completa pérdida de tiempo, Los crímenes del monograma no es más que una entretenida falsificación, en definitiva. ¡Desde aquí me propongo a los herederos de Dame Agatha para “perpetrar” la siguiente!

P.S. No quiero terminar sin recomendar algo de música antigua para acompañar la lectura de Los crímenes del monograma: “Flow my tears”, una de las Lacrimae más sentidas de John Dowland, autor del primer Barroco inglés, y una de las piezas más famosas del período, tanto en su versión instrumental como en la definitiva, para voz y laúd. Si la interpretación de Valeria Mignaco es buena, la de Andreas Scholl es aun mejor. En cualquier caso, abstenerse de escuchar la de Sting, tan facilona y empalagosa que apenas la se reconoce. ¡Si el pobre Dowland levantara la cabeza! ¿O era Agatha Christie...? “Exiled for ever, let me mourn;/ Where night's black bird her sad infamy sings,/ There let me live forlorn.”

domingo, 5 de octubre de 2014

¡Suéltame, bicho!


Edward Hooper en la noche americana.
            Sí, lo confieso: no sólo he caído en la tentación de leer el último bestseller del verano, La verdad sobre el caso Harry Quebert, sino que encima lo he devorado en dos tardes a pesar de sobrepasar las seiscientas páginas. En mi descargo podría decir que lo he leído en italiano, por lo que podría fingir que lo he hecho con intención de mejorar mi competencia en dicha lengua, pero con ello correría el riesgo de que mi querida amiga Noemí me desmintiera de inmediato, ya que estábamos juntas cuando lo descubrí, abandonado sobre la última balda del “Raconet del Bookcrossing” de la escuela en la que ambas trabajamos, y sabe perfectamente que no había ningún ánimo de mejora por mi parte, sino pura y simple curiosidad malsana. 
            Que soy un ratón de biblioteca lo sabe cualquier que me conozca o que se haya asomado alguna vez a esta sección. Lo que quizá no sabían es que albergo todo tipo de prejuicios snob hacia los libros superventas, y no me avergüenzo de ello. El día que lea alguno que aprecie de verdad, prometo cambiar de idea al respecto, pero eso todavía no ha sucedido. Así que, de momento, coincido con Juan Goytisolo, autor de obras maestras tan indigestas como Señas de identidad o Reivindicación del conde don Julián, en que los superventas son "fenómenos literarios, productos que siempre han existido y gracias a los cuales las editoriales pueden permitirse el lujo de publicar textos literarios, y escritores como yo podemos existir”. A lo que para rematar añadió: “¡Bienvenida sea la literatura de consumo! Sería de mal gusto si un parásito criticase el cuerpo del que se alimenta!”.
            Otra indudable virtud de los superventas es acercar la lectura a eso que los periodistas suelen llamar “el gran público”. Desde luego, prefiero que la gente lea cualquier cosa, incluso el execrable –por machista y mal escrito- Cincuenta sombras de Grey, a que no lea en absoluto. Al menos así cabe la esperanza de que algún día lleguen a caer en sus manos Fanny Hill (1748) o El amante de lady Chatterley (1928), mucho más modernas y divertidas en su planteamiento, además de mejor redactadas que el bodrio pseudoerótico de E.L. James.

            Por ahora, el único autor superventas con el que disfruto –¡y no poco, he de confesarlo!- es Agatha Christie, por la cual siento un cariño y un respeto que nada tienen que ver con lo sucinto de su estilo, sino con su inteligencia, capacidad de observación y el intenso amor por la vida que transmiten sus novelas.
            El médico, que se empeñó en que leyera una compañera de instituto, me pareció plana y previsible, a pesar de sus buenas intenciones. El código da Vinci es absolutamente increíble desde cualquier punto de vista y está redactada con el piloto automático. En cuanto a la saga de Crepúsculo, puede me hubiera gustado cuando aún era una pobre adolescente granujienta, pero leída en la actualidad me parece ñoña, aburrida e inverosímil. Para colmo, la protagonista no hace más que “hiperventilar”, lo cual me pone muy nerviosa.
            El único superventas que he logrado apreciar es la primera entrega de Millenium (en la segunda, Lisbeth Salander se pasa de inmortal y la tercera sólo es apta para leguleyos). Los hombres que no amaban a las mujeres no sólo es entretenida y está bien escrita, sino que los ambientes que describe son evocadores, sus personajes atractivos y la trama cobra sentido al final, como debe ser en todo policiaco que se precie. Únicamente me sobra el afán naturalista de su autor por enumerar todas las veces que la protagonista se ducha o engulle Billy’s Pan Pizza (¿product placement?).
           
            ¿Que qué me ha parecido La verdad sobre el caso Harry Quebert? Pues que, como la mayoría de superventas, apela sin reparos a los instintos más básicos del lector. Una vez más, la víctima principal es una chica joven, atractiva y algo ligerita de cascos, aunque con espíritu de geisha. En la trama hay otra víctima, una anciana que fue asesinada la misma noche en que la nínfula despareció, de la que ni el propio autor parece acordarse. Los adjetivos brillan por su ausencia y, los pocos que aparecen, son siempre los mismos. Por otra parte, los fragmentos de la supuesta obra maestra de Harry Quebert transcritos en la novela son pretenciosos y de una cursilería empalagosa. Para colmo, su desenlace es una incoherente acumulación de golpes de efecto, tan parecida a los complicados mecanismos de orfebrería de Agatha Christie como una traca a un reloj.
            La verdad sobre el caso Harry Quebert es como comerse una hamburguesa: algo que sin duda apetece, pero de lo que te arrepientes de inmediato… Así pues, habrá que leerla, ¿no? (Al terminar, les aconsejo que la emprendan con algún intrigante novelón de Wilkie Collins: les gustará más y no lleva cebolla.)

miércoles, 10 de septiembre de 2014

The Hercule's Poirot murderer

Narrado por la cadenciosa y oxfordiana voz de David Suchet, el Hercule Poirot televisivo, aquí tenéis un entretenidísimo y bien fundado documental sobre la misteriosa vida de la reina del misterio... ¡Agatha Christie! Nada mejor para ir abriendo boca ante la inminente publicación de Los crímenes del monograma. ¿Habéis reservado ya vuestro ejemplar? Obviusly, I do it.