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domingo, 9 de octubre de 2016

El DUET FUSA al claustre de Sant Francesc (Maó)

Aquí teniu el nostre concert d'ahir al pati -que, apart de ser preciós, té una acústica fantàstica- del Museu de Menorca.
Per desgràcia, els nostres pobres videos casolans només són un pàl·lid reflex, tant del concert en sí com de la màgia que s'hi creà... Especialment a "We the spirits of the air" on, candela encesa en mà, vaig duetar amb na Montse des del misteriós pou central.
Moltíssimes gràcies al públic assistent per haver vingut i tantdebò que torni, sempre més abundant i entusiasta!!
Salut i bona música

viernes, 15 de agosto de 2014

Nosotros, los fantasmas (III)


Durante un par de minutos, volvió a cantar para él como cuando eran jóvenes y soñaban con viajar por todo el mundo, colmándolo de belleza. Él sería su representante y ella actuaría en los mejores teatros del país, ante un público sensible y rendido ante su arte. Creadores de belleza, eso es lo que querían ser; aquella sería su misión en la vida. Y, en cierta manera, lo habían conseguido. Pero ni ella solía actuar en grandes teatros ni pasaba de ser una sopranillo competente a la que sólo llamaban para dar la réplica en un dueto a alguna cantante famosa, reforzar cuerdas de coro en grandes producciones o rellenar el segundo reparto de una ópera. Quizá él tuviera más suerte con sus lámparas modernistas y fueran realmente apreciadas.
-We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend
Terminó su improvisada actuación repitiendo el estribillo con acento lúgubre, como un espectro.
-Bravissima! –exclamó él, batiendo las palmas en un sordo aplauso- Casi das miedo.
-La oscuridad ayuda a que suene más tétrico. ¿Sabes? Hace unos años interpreté este mismo dueto a la luz de las velas, en una pequeña iglesia románica del suroeste de Francia. Fue algo excepcional… ¡Jamás había cantado tan bien! Y no creo que vuelva a hacerlo, el tumor me ha dejado bastante desballestada.
Ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays.
-¿Tienes hijos? –preguntó ella, deteniendo su mirada sobre los dos niños magrebíes con los que compartían compartimento, que dormían plácidamente junto a su madre.
-Tengo una chiquilla de once años, el año que viene irá al instituto, pero apenas la veo. Su madre no hace más que ponerme pegas.
-¡Vaya! Lo siento.
-Ya ves, cosas que pasan. De hecho, creo que nunca figuré entre sus planes.
-¿Cómo se llama la niña?
-Lucía.
-Un nombre precioso.
-Ella también lo es. ¿Y tú…?
-Yo no tengo hijos. Al parecer, mi marido y yo no éramos incompatibles en ese sentido. Supongo que por eso acabamos separándonos.
-¿Era tu representante?
-No, ni siquiera le gustaba la música. La verdad es que regentaba una farmacia.
Sin saber muy bien por qué, ambos se echaron a reír al mismo tiempo.
-¿Un farmacéutico? –inquirió él, tratando de contener las carcajadas.
-¡Un farmacéutico, sí! –repuso ella en pleno ataque de hilaridad- ¿Qué te esperabas?
-Nunca te habría imaginado casada con alguien que no tuviera relación con la música…
-La verdad, yo tampoco –confesó mientras se secaba las lágrimas con una esquina de su pañuelo-. ¿Aún eres fiel a nuestra vieja y querida ciudad?
-Pues claro –afirmó con orgullo-. Y tú, ¿dónde vives ahora?
-Tengo un pequeño apartamento en un burgo medieval rehabilitado, cerca de Pamplona. No es muy espacioso, pero…
-¿Por qué me dejaste? –la interrumpió él.
-¿Cómo?
-Ya me has oído –añadió endureciendo su tono de voz.
¿Cómo había podido ser tan ingenua?, ¿cómo había podido pensar ni por un momento que se libraría de su interrogatorio? Los perros de caza jamás sueltan su presa. Cease to languish now in vain since never be loved again. Al contrario de lo que parecía haberle sucedido a él, con el correr de los años tenía la sensación de haberse ido volviendo cada vez más frágil, y tan transparente como el cristal; ya ni siquiera se sentía segura de su talento, que en ocasiones se le antojaba únicamente fruto de la técnica.
-No lo sé. Quizá porque me querías demasiado –aventuró con voz temblorosa.
-¿Y eso es malo?
-Con veinte años puede llegar a parecer peligroso.
Al escucharla decir esto, él se encerró en un mutismo teñido de rencor.
-Oye –le espetó tras unos instantes de indecisión, inclinándose hacia él y apoyando una mano sobre su rodilla-, ¿qué más da eso ahora? ¡Han pasado veinte años! No seas chiquillo, no le des más vueltas.
-Nunca he querido a nadie tanto como a ti –confesó él, ablandándose.
-Ni yo –se oyó decir a sí misma con estupefacción-. Pero, ¡a quién le importa eso ahora…!

Primer capítulo en: "Nosotros, los fantasmas (I)"
Segundo capítulo en:  "Nosotros, los fantasmas (II)"

jueves, 7 de agosto de 2014

Nosotros, los fantasmas (II)


-Perdóname. No quería ser tan brusco –le oyó mascullar de improviso.
Ella abrió los ojos, aunque tardó en acostumbrarse de nuevo a la penumbra algodonosa que envolvía el compartimento.
-¿Qué has dicho?
-Que me perdones. No pretendía asustarte.
Ella asintió. Y algo parecido a una sonrisa aleteó sobre la comisura de sus labios. Él le devolvió el gesto abiertamente.
-¿Cómo estás? –le preguntó él tras una pausa en la que sólo se oyó el traqueteo del tren y la respiración acompasada de sus acompañantes, que parecían a punto de conciliar el sueño.
-Bastante bien. Aunque he estado enferma últimamente.
-¿Qué fue?
-Un tumor. Benigno, por suerte.
-Lo siento.
A continuación, ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes.
-No te preguntaré si te has convertido en cantante profesional porque ya lo sé. Hoy en día es muy fácil seguir la vida de una persona…
Al oír esto, experimentó una leve sensación de mareo, aunque no supo identificar si era debida al desconcierto que le producía que hubiera continuado interesándose por ella o por la vergüenza que sentía a causa de la mediocridad incontestable de su carrera.
-¿Te he asustado? –preguntó él.
-Un poco –respondió ella, azorada.
-No hablemos más.
-No, no… Cuéntame de ti. ¿Sigues doblando anuncios?
-No. Eso se acabó. Ahora soy artesano. Hago lámparas art nouveau e incluso alguna que otra vidriera por encargo. No me va mal, parece que ese tipo de objetos se han puesto de moda últimamente. Donde mejor se venden es en las ferias de anticuariado. Ahora mismo voy a una. Llevo los catálogos y unas muestras en el furgón de cola. Y tú, ¿adónde te diriges?
-A M***. Me han contratado para que actúe en la reapertura del teatro lírico. Lleva un montón de años cerrado por obras.
-Sí, ya lo sé. Concursé para hacerles los nuevos apliques de los palcos… Era un diseño muy bonito, en forma de tulipán translúcido, pero no ganó. ¿Y qué vas a cantar?
-La carta de amor de Monteverdi y un dueto de Purcell que canto desde hace años.
-¿Lo conozco yo? –inquirió con avidez.
-Puede que sí. Se llama “We the spirits of the air”, de Purcell.
Tarareó la primera estrofa de la segunda voz pianissimo para no despertar a la familia árabe, que ya dormía plácidamente:
-We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend.
Justo en ese momento, se apagaron las luces del pasillo y tan sólo quedaron encendidas las de emergencia. En la semipenumbra ambarina del vagón, ambos parecían más jóvenes.
-¿Qué hora es? –se sorprendió ella.
-Las doce, creo. ¿Cómo sigue? –quiso saber él, con aire soñador.
Apenas había cambiado desde los últimos veinte años. Seguía llevando el pelo largo y recogido en una coleta, unas gafas de montura ligera y ropa oscura, desastrada e informal. Con los años parecía haber adquirido consistencia: no sólo físicamente, sino también a nivel moral. Ya no se le veía tan torpón y atolondrado como veinte años atrás. Al parecer había empuñado el timón en el último momento, virando frente a la escollera.
-¿Cómo sigue el qué?
-Tu dueto.
-¿De verdad quieres que te lo cante?
-Sí.
Ella aspiró con firme delicadeza, como si quisiera llenarse los pulmones de un exquisito aroma volátil, o polvo de hadas.
--We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend. Greatness clog’d with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays…
Su hermosa voz, algo más grave, impostada y artificial que antaño, pero sin duda no lo suficiente para sofocar la intensa emoción que producía escucharla, se deslizó con dulzura en el interior del vagón, inundándolo gradualmente como si de una gigantesca pecera se tratara. Las notas de Purcell aleteaban en su interior como peces colorados y ávidos de movimiento.
-Cease to languish, cease to languish then in vain, since never, never, never, never, never to be loved again… 

Primer capítulo en: "Nosotros los fantasmas (I)"

lunes, 4 de agosto de 2014

Nosotros, los fantasmas (I)

“Hemos soñado tanto que ya no somos de aquí.” (Novalis)

            Tras muchos años de viajar a lo largo y ancho de la vía férrea española, había llegado a la conclusión de que los compartimentos de primera clase varían mucho de un tren a otro, pero los de segunda parecen todos cortados por el mismo patrón: oscuros, polvorientos, incómodos, anticuados, con los mismos asientos estampados semiabatibles, los mismos reposacabezas sucios y las mismas puertas que no cierran. Después de tantos años, y sobre todo si viajaba de noche, como en aquella ocasión, solía entrar a ciegas en el primer compartimento en el que vislumbrara un asiento libre junto a la puerta para no tener que despertar a nadie cada vez que quisiera ir al baño o visitar el vagón-comedor; sólo así se entiende que se sentara frente a él sin darse cuenta inmediatamente de quién era.

            ¿Cuánto tiempo tardó en reconocerlo? No lo sabía, pero sin duda no fue hasta después de acomodarse. Sólo entonces sus ojos se encontraron con los de él a través de la penumbra que envolvía el vagón, cuando ya era demasiado tarde para fingir que se había equivocado de sitio con naturalidad, sin quedar como una cobarde. Como solía suceder veinte años atrás, por puntual que ella llegara a sus citas, él siempre se le había adelantado, como si no tuviera nada mejor que hacer que esperarla en una esquina y regodearse en la idea de volver a estrecharla entre sus brazos. Aunque, en esta ocasión, su encuentro fue puramente fortuito e indeseado.
¿Cuánto tardó en reaccionar? Seguramente su mente, e incluso su aletargado corazón, tardaron mucho menos que su rostro, acostumbrado al fingimiento de la escena, en evidenciar algo parecido al sobresalto. La mirada de él era inequívocamente hostil, como si lo primero que hubiera recordado al verla fuera la tarde en que lo abandonó, aquella patética tarde en que ella, que se había prometido a sí misma no llorar ni perder la calma, había terminado chillando fuera de sí que no lo aguantaba más, que estaba harta de sus altibajos, que estar con él iba contra la estabilidad que necesitaba para seguir desarrollando su incipiente carrera artística, y que el amor apasionado e incondicional que él le demostraba continuamente había acabado por agobiarla, como si no tuviera más remedio que quererle, como si no tuviera otra opción que la de permanecer junto a él, amarrada al timón de un barco a punto de estrellarse contra los escollos.
-¿Qué pasa? ¿Es que ya no te acuerdas de mí? –masculló ella torpemente, sonriendo con timidez. Veinte años atrás se habría ruborizado, pero en aquella ocasión estaba segura de no haberlo hecho.
-Hola –respondió él con su voz ronca habitual.
Los otros ocupantes del vagón, una familia árabe formada por una joven madre tocada con un pañuelo, una niña de ojos oscuros como cuentas de azabache y un chiquillo algo menor de aspecto adormilado, no daban muestras de entenderles ni de querer entablar conversación con ellos. El tren abandonó la estación y las últimas luces de la coqueta ciudad de provincias en que vivía actualmente se alejaron al ritmo traqueteante del tren. El crepúsculo había cubierto las suaves colinas de los alrededores con un manto de terciopelo violáceo salpicado de reflejos anaranjados. No tardarían en adentrarse en la meseta.
-¿Vas hasta la última estación? –le preguntó irracionalmente y deseando con todas sus fuerzas que contestara que no tardaría en descender.
-No, pero casi. ¿Te molesta? –le espetó él en tono furibundo.
-¡No, claro que no! –exclamó ella, arrellanándose en su asiento.
-No tenemos por qué hablar.
-Eso por supuesto.
Exhausta por los agotadores ensayos de los últimos días y su inesperado reencuentro, ella cerró los ojos. Quizá si apretaba los párpados con fuerza él desaparecería, acabaría por convertirse en una ilusión óptica, en un holograma. Pero fue en vano: incluso a solas con su conciencia, seguía examinándola con expresión severa desde el asiento de enfrente. ¡Qué mala suerte habérselo encontrado, qué fatalidad…! Un escalofrío le recorrió el espinazo a pesar del calor que empezaba a dejarse sentir en el interior del compartimento umbrío.