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viernes, 24 de abril de 2015

De lectura obligatoria

http://images.teinteresa.es/libros/Juan-Goytisolo-politicos-consideran-prescindible_TINIMA20120908_0180_5.jpgReproduzco a continuación el magnífico discurso de aceptación del premio Cervantes 2014 del no menos magnífico escritor Juan Goytisolo... ¡cervantinamente perfecto y cervantescamente recomendable!

Discurso de Juan Goytisolo
Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2014
A la llana y sin rodeos
En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes
conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El
encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a
triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede
a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a
la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del
segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor.
A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de
escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos,
“ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar
mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera
y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese
al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. La vejez de lo nuevo se
reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de
la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y
teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante
décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. Quienes
adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato
en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la
fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras
ni épocas.
“Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe
Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la
institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de
ella me reconforta en mi conducta y labor. Desde la altura de la edad, siento la
aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil
celebración.
Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La
mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista
de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico
no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y
ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo
con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces
ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición!
Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas,
incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a
abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad
cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el
territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía.
Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema
que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la
tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las
identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias.
En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y
comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas
probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su
vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las
estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus
negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el
barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en
1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos
de la sociedad?
Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentos cervantinos
hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el
propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya
lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras
indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos,
y más de un siglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden las
conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la
burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos,
muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos
años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”:
ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en
silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo.
Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa
“exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a
las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de
Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe
distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de
las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas
mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre.
Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y
socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos
de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad
que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería
financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma
por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos
inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.
Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos
resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción,
precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes
como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho
encontrará siempre un refrán para defenderla.
El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis
social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra
Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la
del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede
ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de
una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el
ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas
reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la
encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su conciencia del tiempo “devorador y
consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera
Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en
boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se
despliega hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso
Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los
poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como
una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos
evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella.
Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no
nos resignamos a la injusticia.

domingo, 22 de febrero de 2015

Ajedrez o memez


¡Jaque a la estulticia!
            Pese a no ser más que una ajedrecista mediocre, impaciente y poco asidua, veo con agrado el inusitado interés que la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados está demostrando recientemente por el ajedrez, cuya incorporación al malhadado currículum de la LOMCE ha recomendado al Gobierno. Por mi parte, todo lo que contribuya a incrementar la escasa capacidad de concentración de nuestros estudiantes -no es cuestión de edad: sus progenitores me parecen igual de irreflexivos- será bienvenido. Según los expertos en el tema, que han brotado como setas tras una tormenta, el ajedrez desarrolla las inteligencias matemática, lingüística y espacial; además de favorecer la memoria, la empatía, el sentido de la estrategia y la tolerancia a la frustración. Hasta aquí, nada en contra, sólo falta que adelgace y alise el cutis para convertirse en la panacea universal contra todos los males de nuestro tiempo.
            Y yo me pregunto, ¿cuántos de esos nuevos adalides del ajedrez que recomiendan su introducción en todas las etapas educativas predican con el ejemplo (aunque sólo sea “en la intimidad”, como el catalán de Aznar)? Llamadme malpensada, pero estoy segura de que más de la mitad de los congresistas ni siquiera conoce las reglas más elementales del ajedrez y se limita a defenderlo con la fe del carbonero. Una vez más, es aquello tan socorrido del “¡Que inventen ellos!” –o que ellos aprendan inglés, que ellos hagan deporte…-, como si los escolares hubieran de subsanar todos los errores y carencias de sus ancestros.

            Tanto interés por el ajedrez y tanta desidia hacia las Humanidades… A excepción de las asignaturas lingüísticas, claro. No sé si están al tanto de que la Educación Artística y la Música, en la LOMCE, han pasado a ser asignaturas optativas perfectamente evitables a lo largo de toda la vida académica de un determinado alumno y, para colmo, están colocadas en alternativa al estudio de una segunda lengua extranjera, con lo cual es de suponer que, dado el papanatismo cultural dominante, en pocos años quedarán reducidas a gueto de los malos estudiantes. Es decir que las nuevas generaciones podrán llegar a graduarse sin tener unas mínimas nociones de lo que son la luz, el color, la forma, el volumen; sin saber distinguir un óleo de una acuarela, un movimiento artístico de otro, sin haber visitado un monumento ni puesto los pies en un museo con conocimiento de causa, sin saber interpretar la estructura de una iglesia, un castillo o un palacio, sin poseer un mínimo de vocabulario que les permita mantener una conversación elevada, sin conocer las mil y una anécdotas curiosas de la Historia del Arte, el nombre de sus principales autores ni de las obras más relevantes… ¿Qué sería de mí sin “La virgen de las rocas”, Joaquim Mir o la “Ofelia” de Millais? Los jóvenes españoles podrán graduarse, en definitiva, sin que el arte, la civilización y la cultura alcancen a salpicarlos jamás. Y luego nos extrañamos de ser los últimos en el tan cacareado Informe PISA…

            Otro día me extenderé sobre las bondades del estudio de la Música, que me es tan querida, pero hoy quiero terminar con un par de consideraciones generales. La primera, que para ser educador en Finlandia (como ya expliqué en mis artículos “Algo huele a podrido en Finlandia I y II”, todavía legibles a través de mi blog) no sólo se requiere un expediente académico privilegiado, con una media de calificaciones por encima del 9´5 sobre 10, sino también saber tocar un instrumento musical, cantar, bailar, actuar o practicar cualquier otra disciplina artística. Sin más comentarios, ahí lo dejo, y que cada cual extraiga sus propias conclusiones.
            La segunda consideración es que en un mundo en continua reconversión, donde nada es seguro, encontrar trabajo es ya de por sí una utopía, los contratos indefinidos escasean, la flexibilidad domina los mercados, los sueldos no están proporcionados al precio de las hipotecas ni bastan para mantener a la familia y hay que reinventarse continuamente… la creatividad me parece más necesaria que nunca. ¡Que viva el ajedrez, pues, y aúpa la reina manque pierda!

lunes, 21 de octubre de 2013

Tontos de capirote


http://sobreleyendas.com/wp-content/uploads/2009/07/burro.jpg
Tonto el que lo lea... ¿o no?
            Los capirotes no sólo son esos conos de cartón con los que se enderezan las caperuzas de los penitentes en Semana Santa. En tiempos no muy lejanos, también se imponían como castigo a los alumnos menos aplicados.
            Hace un par de semanas se publicaron los resultados del último informe de la OCDE, que evalúa el nivel de comprensión lectora y matemáticas de la población en edad laboral. Como no podía ser de otra manera, estamos en el furgón de cola de los llamados países occidentales. De hecho, somos los peores en matemáticas y los penúltimos en comprensión lectora, únicamente superados por mis queridos amigos italianos. Según este informe, la mayoría de adultos españoles no saben hacer operaciones matemáticas sencillas con decimales -como sumar o restar precios, por ejemplo-, ni calcular porcentajes –imprescindibles para comprobar la veracidad de las supuestas ofertas con que nos tientan continuamente-. También son incapaces de relacionar textos entre sí y, por lo tanto, de contrastar distintas fuentes de información. No sé si os dais cuenta, pero todo esto nos convierte en un rebaño de ovejitas fácilmente manipulables por unos pocos “ilustrados”.
            Curiosamente, no parece ser cuestión de dinero, ya que España invierte en Educación por alumno algo más que la media europea. Tampoco podemos atribuirlo a la cantidad de horas lectivas que reciben anualmente los nuestros: a los finlandeses se les imparte un tercio menos y, no obstante, se disputan los primeros puestos del informe con los nipones. Ni siquiera nos queda el consuelo de echarle la culpa a la elevada ratio de alumnos por aula, ya que la nuestra es inferior a la media.

            Dichos resultados no me sorprenden en absoluto, pues sé por experiencia propia que muchos adultos, puestos frente a un sencillísimo texto periodístico, no saben distinguir las ideas principales de las secundarias, ni resumirlo sin recurrir al “corta-pega” típico de quien abusa de los ordenadores, atribuyéndoles cualidades que no tienen (sirven para ordenar información y además lo hacen estupendamente, pero no para seleccionarla en nuestro lugar). La mayoría confunden subrayar con colorear al fluorescente, repiten una y otra vez las mismas expresiones por falta de vocabulario específico, sólo saben acentuar de forma “intuitiva” –con resultados tan nefandos como los de los correctores automáticos de los dispositivos móviles- y no conocen otro signo de puntuación que no sea la coma, salpimentada sin más criterio que “Si aquí no respiro, me ahogo”.
            Todo lo que acabo de decir, en realidad, no es grave. Hay que ser consciente de que, por desgracia, no todo el mundo tiene la misma capacidad intelectiva ni las mismas oportunidades materiales de estudiar. No es grave… ¡siempre y cuando se tenga propósito de enmienda! El primer paso para ello sería asumir los propios errores y carencias en lugar de enmascararlos o restarles importancia, como hace mucha gente; sólo así podremos ponerles remedio. Por eso me niego a sustituir el rotulador rojo por el verde –menos ofensivo- a la hora de corregir, como propugnan algunas teorías pedagógicas. Mis alumnos y yo lo llamamos irónicamente “el boli de la vergüenza”. “¡Venga, sacad el boli de la vergüenza!”, les conmino siempre con voz cavernosa al terminar un dictado. Se parten de la risa mientras lo extraen de las profundidades del estuche, pero a continuación se autocorrigen sin hacer trampa. Avergonzarse de uno mismo cuando uno se lo merece no sólo no tiene nada de malo, sino que es incluso saludable.
            La culpa de todo ello, en mi opinión, no es únicamente del sistema educativo español, que dista mucho de ser perfecto, cierto es, sino sobre todo de nuestro aun más deficiente sistema de valores, cuyo lema podría ser “Leer es de frikis, ser empollón no mola nada”. Lo guay es tener músculos, no cerebro. Nuestra sociedad no admira a las personas cultas ni que hacen gala de buena educación, así como los artistas sólo se juzgan a partir del volumen de negocio que consigan generar a su alrededor. No está bien visto asistir a un concierto de música clásica que no sea, al mismo tiempo, un evento social multitudinario, como la ópera. Ni al teatro, a no ser que vayas a escuchar a los monologuistas de El club de la comedia y programas similares (que me encantan, la cosa no va contra ellos). Ir de exposiciones, ¡valiente memez! Sólo visitamos museos cuando vamos de viaje y únicamente si no hay ningún parque temático en las inmediaciones. Entre Eurodisney y el Musée d’Orsay de París, el primero gana por goleada.
Vivimos en un país de cafres, estoy convencida. Lo más triste es que todo esto no sólo no va a mejorar con la LOMCE, sino que empeorará sin remedio, ya que la Música y la Plástica sólo son optativas en cualquier nivel académico, y para colmo están colocadas en alternativa a una segunda lengua extranjera. ¿Qué padre en su sano juicio y con los valores de los que acabo de hablar va a permitir que su adorado hijito aprenda música en lugar de alemán? Y luego nos extrañamos de que la OCDE nos ponga capirote y hasta orejas de burro… 

martes, 14 de mayo de 2013

LOMCE = kk

Beethoven empipat contra el ministre, no us sembla?
Dijous passat no vaig poder fer vaga, donat que el de Secretaria forma part dels serveis mínims que cada centre ha de garantir en aquests casos, però per un cop a la vida -només crec en les "vagues a la japonesa"- he de dir que em vaig quedar amb les ganes.
Què es pot dir que encara no s'hagi dit mai sobre una llei tan manifestament malgirbada com la LOMCE o "llei Wert"? Tothom critica que sigui sexista -doncs es proposa establir concerts amb escoles privades que mantenen llurs alumnes separats per sexe-, mercantilista -doncs no sembla que es proposi cap altre objectiu que no sigui abastir de mà d'obra barata el mercat laboral- i poc integradora -doncs fa desapareixer gairebé totes les mesures compensatòries de la desigualtat.
Tot això és veritat, sí, però encara s'hi pot afegir més... Us feu fixat que l'Educació Plàstica i la Música són perfectament evitables durant tota la Primària i tota la Secundària, i sempre s'han d'estudiar en alternativa a una segona llengua estrangera? Quin pare preocupat pel futur econòmic del seu estimat fillet deixarà que triï una d'aquestes dues "maries", que és el que sempre se les ha considerat en un país d'ignorants com el nostre, en lloc d'aprendre alemany o xinès? Cap ni un, ja us ho dic jo!
Fa uns anys vaig tenir com alumne d'Espanyol per a Estrangers un suís encantador del cantó germanoparlant que es deia Alexander. L'Alexander detestava solemnement la música clásica, ni li agradava ni poc ni gens i no n'escoltava mai. Però sabia a quina època va viure i a quin moviment pertanyia Beethoven, per a quins instruments havia escrit, i fins i tot el número de sonates de que consta el seu catàleg. A quin curs del Grau Professional del Conservatori ens hauríem d'enfilar per trobar qualcú que sapigués tant com ell sobre un tema que ni tan sols no l'interessava aqui, a Badoquilàndia...?