![]() |
La fantasmagórica Belchite |
Incerta glòria, cuyo
título está tomado de una evocadora cita de Shakespeare, es la opera magna y
casi única de Joan Sales, el simpatiquísimo fundador del Club Editor, que fue
quien “descubrió” a Mercè Rodoreda para el gran público. Incerta glòria
fue editada por primera vez en 1956 y sucesivamente ampliada hasta 1971, año en
que apareció su versión definitiva. Según la acertada sinopsis de la
Viquipèdia, es una tetralogía que tiene “com a teló de fons la guerra civil
espanyola en el front i la rereguarda del bàndol republicà” y está construida
de modo fragmentario y contrapuntístico (como El cuarteto de
Alejandría de L. Durrell), a base de cartas, diarios y confesiones varias
de los protagonistas.
La acción gira en torno a cuatro personajes bien distintos en cuanto a
carácter, extracción social y tipo de educación recibida, pero íntimamente
relacionados entre sí: Lluís de Brocà i Ruscalleda, teniente en el frente de
Aragón, narrador de la primera parte; Trini Milmany, compañera sentimental de
éste y madre de su único hijo, que sufre la guerra desde una Barcelona
martirizada por las bombas de la aviación enemiga, cuyos efectos describe en
sus copiosas cartas; Juli Soleràs, amigo de ambos, que se convertirá en el
tercer vértice de un extraño triángulo amoroso, y el seminarista Cruells,
testigo alucinado y narrador de las vivencias de los otros tres.
La
primera vez que leí Incerta
glòria, siendo adolescente, me impresionaron sobre todo dos ambientes: el
páramo aragonés –árido, ocre, acre, seco y salpicado de muladares- en el que se
desarrollan tanto la batalla del Ebro como los amoríos de Lluís con “la
carlana”, y la Barcelona exhausta, hambrienta y acobardada en la que tratan de
sobrevivir Trini y su hijito.
Pero más aún que los ambientes me impresionó el personaje de Soleràs, uno de
los más enigmáticos, interesantes y contradictorios que he conocido tanto en mi
vida real como en mi segunda vida paralela como “novelera”. Aunque nunca toma
la palabra directamente, su influencia acaba convirtiéndose en un leivmotiv
obsesivo para los demás, empezando por el lector. Para colmo, las diversas
opiniones que circulan sobre él no concuerdan en absoluto. Según Lluís, Juli
Soleràs es un tipo sucio, desaliñado, extravagante, a ratos incluso absurdo y
más bien feúcho; mientras que para Trini es un ser fascinante, un modelo de
coherencia ideológica, y oculta un tesoro de ternura que acabará por
conquistarla. El bueno de Cruells, entre tanto, se limita a trotar tras él sin
comprenderlo, como un perrillo faldero.
Me habría
encantado ver si la adaptación teatral de Àlex Rigola, que ha cosechado
excelentes críticas, consigue plasmar todo este riquísimo microcosmos, pero por
desgracia no podrá ser. Tendré que conformarme con leer Incerta glòria
por enésima vez…
DOMINGO 14.- Una vez fuera del hospital, con el convaleciente
atiborrado de antibióticos, pero tan animoso y parlanchín como siempre, quiero
terminar este artículo complaciendo la petición de uno de mis escasos pero
entusiastas seguidores, que me retó a que hablara de la ciudad más horrorosa
que haya visitado jamás.
No me extenderé sobre ella porque no lo merece, pero aquí os la dejo en forma
de acertijo para el fin de semana: es una ciudad francófona belga de mediano
tamaño que, a pesar de encontrarse en un enclave privilegiado, a dos pasos de
lugares tan hermosos como Trier o Colmar, es la más inhóspita, desangelada,
gris y falta de atractivo que he visto… ¡No me extraña que Simenon saliera
huyendo de ella y se refugiara en París! Recorriendo sus lúgubres iglesias, sus
plazas de cemento y sus orillas sucias a mí también me entraron ganas de matar
a alguien, aunque sólo fuera a través de una novela. Y es que la belleza es una
cosa tan rara, efímera y volátil como “the uncertain glory of an April day”.