Reto a cualquiera a encontrar cualquier otro lugar del mundo en el que se concentren tantos artistas por kilómetro cuadrado como en Menorca... Mientras nazcan iniciativas de estas características (ver para creer: MENORCA PULSAR), seguiré teniendo fe en el ser humano. ¡Feliz 2016 a todos!
"El único hombre que jamás se equivoca es el que nunca hace nada." (J.W. Goethe)
Traducción
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martes, 29 de diciembre de 2015
domingo, 22 de febrero de 2015
Ajedrez o memez
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¡Jaque a la estulticia! |
Pese a no ser más que una ajedrecista mediocre,
impaciente y poco asidua, veo con agrado el inusitado interés que la Comisión
de Educación del Congreso de los Diputados está demostrando recientemente por
el ajedrez, cuya incorporación al malhadado currículum de la LOMCE ha
recomendado al Gobierno. Por mi parte, todo lo que contribuya a incrementar la
escasa capacidad de concentración de nuestros estudiantes -no es cuestión de
edad: sus progenitores me parecen igual de irreflexivos- será bienvenido. Según
los expertos en el tema, que han brotado como setas tras una tormenta, el
ajedrez desarrolla las inteligencias matemática, lingüística y espacial; además
de favorecer la memoria, la empatía, el sentido de la estrategia y la
tolerancia a la frustración. Hasta aquí, nada en contra, sólo falta que
adelgace y alise el cutis para convertirse en la panacea universal contra todos
los males de nuestro tiempo.
Y yo me pregunto, ¿cuántos de esos nuevos adalides del
ajedrez que recomiendan su introducción en todas las etapas educativas predican
con el ejemplo (aunque sólo sea “en la intimidad”, como el catalán de Aznar)?
Llamadme malpensada, pero estoy segura de que más de la mitad de los
congresistas ni siquiera conoce las reglas más elementales del ajedrez y se
limita a defenderlo con la fe del carbonero. Una vez más, es aquello tan
socorrido del “¡Que inventen ellos!” –o que ellos aprendan inglés, que ellos
hagan deporte…-, como si los escolares hubieran de subsanar todos los errores y
carencias de sus ancestros.
Tanto interés por el ajedrez y tanta desidia hacia las Humanidades… A
excepción de las asignaturas lingüísticas, claro. No sé si están al tanto de que la Educación
Artística y la Música, en la LOMCE, han pasado a ser asignaturas optativas
perfectamente evitables a lo largo de toda la vida académica de un determinado alumno
y, para colmo, están colocadas en alternativa al estudio de una segunda lengua
extranjera, con lo cual es de suponer que, dado el papanatismo cultural dominante,
en pocos años quedarán reducidas a gueto de los malos estudiantes. Es decir que
las nuevas generaciones podrán llegar a graduarse sin tener unas mínimas
nociones de lo que son la luz, el color, la forma, el volumen; sin saber
distinguir un óleo de una acuarela, un movimiento artístico de otro, sin haber visitado
un monumento ni puesto los pies en un museo con conocimiento de causa, sin saber
interpretar la estructura de una iglesia, un castillo o un palacio, sin poseer
un mínimo de vocabulario que les permita mantener una conversación elevada, sin
conocer las mil y una anécdotas curiosas de la Historia del Arte, el nombre de
sus principales autores ni de las obras más relevantes… ¿Qué sería de mí
sin “La virgen de las rocas”, Joaquim Mir o la “Ofelia” de Millais? Los jóvenes
españoles podrán graduarse, en definitiva, sin que el arte, la civilización y
la cultura alcancen a salpicarlos jamás. Y luego nos extrañamos de ser los últimos
en el tan cacareado Informe PISA…
Otro día me extenderé sobre las bondades del estudio de
la Música, que me es tan querida, pero hoy quiero terminar con un par de
consideraciones generales. La primera, que para ser educador en Finlandia (como
ya expliqué en mis artículos “Algo huele a podrido en Finlandia I y II”, todavía
legibles a través de mi blog) no sólo se requiere un expediente académico
privilegiado, con una media de calificaciones por encima del 9´5 sobre 10, sino
también saber tocar un instrumento musical, cantar, bailar, actuar
o practicar cualquier otra disciplina artística. Sin más comentarios, ahí lo
dejo, y que cada cual extraiga sus propias conclusiones.
La segunda consideración es que en un mundo en continua
reconversión, donde nada es seguro, encontrar trabajo es ya de por sí una utopía, los contratos indefinidos escasean,
la flexibilidad domina los mercados, los sueldos no están proporcionados al precio
de las hipotecas ni bastan para mantener a la familia y hay que
reinventarse continuamente… la creatividad me parece más necesaria que nunca.
¡Que viva el ajedrez, pues, y aúpa la reina manque pierda!
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sábado, 22 de febrero de 2014
Pseudomúsicos y artistoides
Uno de mis seres queridos afirma que en Menorca todos somos un poquito
artistas. Que en comparación con su pueblo, aproximadamente de las mismas
dimensiones que Es Mercadal, y donde las únicas aficiones que tiene la gente
mayor son ver la televisión e ir a misa, nuestra isla es un auténtico hervidero
de cultura. Aquí, el que no canta escribe y el que no actúa pinta. Obviamente,
no todos los días podemos gozar de la actuación de grandes figuras de la
lírica, por poner un ejemplo que me toca de cerca. Pero, si algunas han salido
de aquí –pienso en Joan Pons o Simon Orfila-, es precisamente porque el
fermento cultural del que hablaba anteriormente lo propicia. Aunque no
imposible, es difícil que un artista de primera categoría salga de la nada más absoluta:
en el desierto sólo florecen cactus.
Siguiendo con el ejemplo
anterior, no es muy habitual que –según una estadística fidedigna- más del 10%
de los menores de edad residentes en un determinado territorio estudie música,
como sucede aquí; sea en el Conservatorio, en academias privadas, en plan
autodidacta o en nuestras magníficas escuelas municipales, de las que tan
orgullosos creo que deberíamos sentirnos. No creo que en ningún otro lugar del
país haya un nivel musical equiparable, que quizá no destaca por su excelencia,
aunque sí por su universalidad.
E incluso mejor que el
frío dato estadístico que acabo de citar, es el hecho de que muchos de esos
“niños con un instrumento a cuestas” –basta apostarse en las inmediaciones del
claustro de El Carme de Maó por las tardes para ver cuántos son- sigan
interesándose por la música una vez convertidos en adultos serios y
responsables. ¿Alguien se ha parado a contar cuántos coros y agrupaciones
corales de todo tipo existen en Menorca? Sin pensarlo demasiado, se me ocurren
más de diez. De hecho, casi todos los fines de semana hay varios conciertos
programados contemporáneamente. Y no sólo de música clásica, eh, sino también
de música pop, rock, heavy, jazz, góspel o canción tradicional. Como dicen los
italianos, “non ci resta che l’imbarazzo della scelta” (sólo nos queda el apuro
de la elección). Por no hablar de la semana de la ópera, que sigue registrando
un llenazo total primavera tras primavera aun a pesar de la crisis... Todo ello
demuestra que nuestra afición por la música no es algo puramente decorativo y
al alcance de unos pocos elegidos, como aporrear el piano para las muchachas de
buena familia, sino una especie un rasgo distintivo de los menorquines.
Aunque lo más hermoso es
sin duda ver la composición de alguno de los coros que he nombrado: una
variopinta mezcla de obreros, campesinos, jubilados, amas de
casa, trabajadores por cuenta propia y funcionarios. Yo he visto ensayar a más
de uno con su uniforme de trabajo, lo que demuestra se puede cantar tan
dignamente con un mono azul salpicado de pintura al agua como embutido en un
esmoquin. De hecho, probablemente sea más cómodo…
Y lo mismo vale para el
resto de las Artes. Como dice ese ser querido al que citaba al principio de mi
artículo, Menorca está llena de pintores, escultores, fotógrafos, poetas y
actores aficionados. ¡Basta echar un vistazo a nuestro alrededor para darnos
cuenta!
Cuando el arte se
convierte en algo cotidiano, crear está al alcance de cualquiera. Y para
muestra, un botón: el año pasado tuve un 4º de ESPA especialmente numeroso que,
en principio, no parecía contar con muchos artistas, ni tan siquiera
aficionados, entre sus filas. Cuando su profesor de Catalán y yo, que además de
ser su entusiasmada tutora les impartía Lengua Castellana y Literatura, les
propusimos grabar un cortometraje sobre el bilingüismo remotamente inspirado en
Romeo y Julieta, pensábamos que nos mandarían a paseo por absurdos y
ambiciosos. Sin embargo, no sólo se prestaron a hacerlo, sino que además quedó
fenomenal (en gran parte gracias al dominio técnico del montador, albañil de
profesión). Se llama “Julieta Calatrava y Romeo Riudavets”, y todavía está
colgado de la Red para quien lo quiera ver (Julieta Calatrava i
Romeu Riudavets). ¿Habría sido posible si viviéramos rodeados de gente que
en su tiempo libre no hace más que ir va a misa y ver la televisión?
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lunes, 7 de octubre de 2013
Wilkie Collins con hielo
Cuando emprendí esta sección en el Última Hora Menorca, hace ya algunos meses, me proponía –además de
homenajear a mi admiradísimo Francisco Ayala, autor de El jardín de las delicias original e inalcanzable- recuperar el
viejo espíritu bastardo de las misceláneas barrocas, que solían imprimirse en
hojas volanderas y trataban de los argumentos más peregrinos. Por ahora he
hablado mucho del TIL, bastante de arte en general y de literatura en
particular, algo de nuestra querida Menorca e incluso me he adentrado, en un
arranque de pura inconsciencia, en las procelosas aguas del folletín
decimonónico con mi “Crónica del halconero” (he aquí la primera entrega: http://anagomila.blogspot.com.es/2013/06/cronica-del-halconero-i.html).
Hoy tengo ganas de ver el vaso medio lleno. Aunque cueste
encontrar algo positivo en la crisis que nos atenaza, estoy convencida de que siempre se puede encontrar algún destello
de claridad en mitad de la más absoluta negrura. Y ese destello de claridad
podría resumirse en la pregunta: “¿Por qué sí?”. La crisis nos ha traído un
cambio de mentalidad que no sólo no me parece negativo, sino del todo necesario
para nuestra supervivencia. En tiempos de vacas gordas, solíamos preguntarnos “¿Y
por qué no?” antes de darnos cualquier capricho absurdo. Ahora nos lo pensamos
dos veces antes de refocilarnos en el consumismo inútil. Si os fijáis, incluso
las marcas blancas de los supermercados más populares han sacado una especie de
inframarca que algunos llaman “básica”, otros “esencial”, y todos sabemos que
no es más que la versión depauperada y cutre de lo que antes echábamos al carrito
indiscriminadamente.
Hemos recuperado el placer de estar en casa, con la familia
o entre amigos, de disfrutar de las cosas sencillas: un paseo por la playa o
por el campo, organizar una barbacoa improvisada, tumbarse a la bartola, asistir
a un concierto público… Tenerlo todo es un espejismo que sólo está al alcance
de unos pocos ricachones (¿o de ninguno?). Cada uno debería analizar de corazón
cuáles son sus verdaderas prioridades. En mi caso, lo tengo muy claro: prefiero
viajar a cambiar de coche, prefiero devorar una buena novela a ver la tele o
navegar por Internet, prefiero mantener mi privacidad a vivir siempre conectada.
También
prefiero trabajar a vivir del cuento en sentido literal; aunque no en sentido
figurado, ya que soy profesora de literatura y, en cierta manera, me gano la
vida contando historias. Y es que a todo el mundo le gustan los cuentos, aunque
no sirvan para nada. No en vano “hablar” viene de “fabulare”… En tiempos de TIL
y de tal, arrimarse a la buena literatura es como arribar a buen puerto.
La crisis ha favorecido el retorno de la literatura de
evasión. ¿Qué son, sino literatura de evasión de la peor calaña, las novelas
esotéricas (El código Da Vinci),
policíacas (la trilogía Millenium),
de vampiros (Crespúsculo) o eróticas (Cincuenta sombras de Grey) que tanto
éxito han recaudado últimamente? Casi todas las que acabo de nombrar son de
ínfima calidad, pero tienen al menos un equivalente digno (como El nombre de la rosa, Las aventuras de
Sherlock Holmes, Drácula o Fanny Hill)
al alcance de carné de usuario de las bibliotecas públicas. ¿Qué es Downton Abbey, sino una revisitación posmoderna
de Retorno a Brideshead? Incluso la
épica polvorienta y herrumbrosa de los antiguos juglares ha revivido en series televisivas
pseudohistóricas como Águila roja, Isabel
o Juego de tronos.
Por último, un consejo: si queréis evadiros de la crisis,
leed mucha literatura entretenida y, a ser posible, bien redactada. A mí
personalmente nada –salvo las ocurrencias de mis hijos- consigue emocionarme
tanto como las últimas páginas de Dublineses
(“He watched sleeply the flakes, silver and dark, falling obliquely against the
lamplight. The time had come for him to set out on his journey westward”), los
poemas más vitalistas de Alberti (“¿A quién nombraré duquesa/ de la naranja
caída?”) o algún relato de Mercè Rodoreda (“En veu baixa”). Acompañad cualquiera
de ellos de un vaso –medio lleno, por supuesto- de vuestra consumición
preferida y… ¡buena lectura!
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