- Marta Villalonga, 1r premio en la 58ª edición del Concurso de Jóvenes Talentos de Relato Corto "Coca-Cola": http://www.iesjoanramis.org/nova/76-secretaria/730-premis-coca-cola-2018.html
- "Poesía eres tú" (2º de ESO D y su minirrecital de poesías de cosecha propia): http://www.iesjoanramis.org/nova/76-secretaria/734-poesia-eres-t%C3%BA-2018.html
- "Cómpramelo, cómpraselo" (parodias de anuncios del Taller de Lectoescritura en castellano de 1º de ESO): http://www.iesjoanramis.org/nova/76-secretaria/741-compratelo-compramelo-2018.html
- Proyecto COMUNICANDO (2º de ESO D en colaboración con 1º de Primaria A del CEIP Mare de Déu de Gràcia): http://www.iesjoanramis.org/nova/76-secretaria/745-proyecto-comunicando-2018.html
"El único hombre que jamás se equivoca es el que nunca hace nada." (J.W. Goethe)
Traducción
Mostrando entradas con la etiqueta bécquer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta bécquer. Mostrar todas las entradas
lunes, 4 de junio de 2018
Últimas tropelías en el insti
Ahí van los enlaces que os llevarán a cotillear que se cuece -o, mejor dicho, qué "cocemos" mis alumnos de la ESO y yo- últimamente en el IES Joan Ramis i Ramis de Mahón.
Etiquetas:
#anagomila,
ana gomila,
ana gomila domènech,
bécquer,
eso,
ies joan ramis,
Lengua castellana y literatura,
lengua castellana y literatura de ESO,
poesía,
poesía eres tú
sábado, 29 de noviembre de 2014
El rayo de luna
capaz de
leerme hasta cuando no escribo.
Sorprendentemente
mi último artículo en esta misma sección, titulado “It’s English time!”, ha
provocado una halagadora avalancha de comentarios en mi blog (que aprovecho,
entre otras cosas, para “prolongar” la vida de los artículos que publico en el Menorca). La mayoría de estos
comentarios hablan sobre la crisis, con la que mi artículo apenas tenía
relación, pero que todo lo cubre con su opaco velo. El primero, sin embargo,
que es de una antigua compañera del cole, otra profesora de lengua y
literatura, no versa sobre la crisis, sino sobre algo mucho más divertido. Transcribo
un significativo fragmento a continuación: “Definitivamente, tenemos gustos literarios
diferentes. ¡Con lo que molan las hermanas Brontë! ¿No me negarás que esos
páramos ingleses no son también una típica estampa otoñal? :D”. A lo cual respondí:
“¡Lo cortés no quita lo valiente! Heathcliff es uno de los grandes tíos buenos
de la Historia de la Literatura anglosajona y yo lo vi primero, aunque sólo sea
porque tengo más años. ;-P”.
Todo
esto, que puede parecer un simple intercambio de chorradas entre dos profes locas,
tiene un digno colofón en la contrarrespuesta de mi ex compañera: “Los
personajes victorianos llaman la atención por ser oscuros, y precisamente en
esa oscuridad radica su atractivo; ésta es la conclusión que saqué después de
estudiar, leer y releer literatura anglosajona de los siglos XIX y XX durante
todo un curso. ¡Vivan las optativas suicidas!”.
Dejando
aparte los gustos personales de cada uno, mi pregunta de hoy es: ¿es posible
enamorarse de un personaje literario? Yo pienso que sí, por qué no. De la misma
manera, y en el mismo grado, en que existe mucha gente prendada del
protagonista de una película –aunque esto es mucho más fácil, ya que lo encarna
un actor de carne y hueso, como Robert Pattinson- o incluso del mamarracho
asesino de un videojuego. Por no hablar de todos los ilusos capaces de
“colgarse” de un mentiroso perfil de Facebook…
Por más
que la vida se empeñe en malearnos, la candidez sigue siendo parte inherente
del ser humano, no me cabe duda, especialmente durante la adolescencia y
primera juventud. Sólo así se explican los madrugones que se pegan ciertas fans
para conseguir una foto o una dedicatoria de su héroe, llámese Justin Bieber o
Tom Cruise… Fotos cuya calidad nada tiene que ver con las tropecientas mil que
podrá conseguir por cualquier otro medio a su alcance -empezando por algo tan
pedestre como Google Imágenes-, pero que tienen la gracia de estar tomadas por
ellas con su propia cámara. ¡Le vi, me miró, se acercó a mí para hacerse un
autorretrato! Ay, cuánto le quiero, me tiene loca…
Si yo tuviera
que elegir a los personajes más atractivos de la Historia de la Literatura
anglosajona, por ejemplo, siguiendo la deriva anglófila del artículo que citaba,
destacaría al sensato Gabriel Oak de Lejos
del mundanal ruido –que en mi imaginación siempre tendrá la melena oscura,
las facciones rotundas y los ojos de color aguamarina de Alan Bates-, al nostálgico narrador de Retorno a Brideshead, al apasionado y
apasionante Heathcliff de Cumbres
borrascosas, al enigmático Mr Darcy de Orgullo
y prejuicio o al guardabosques de El
amante de lady Chatterley (por razones que no escaparán a nadie que haya
leído el libro). ¿Qué es el tal Mr Grey, de Cincuenta
sombras…, sino un descolorido alfeñique en comparación con todos los que
acabo de citar? Según mi corresponsal, “A mí me parece mucho más erótico el
Henry de Adiós a las armas, o el
pobre desgraciadito de La sombra del
ciprés es alargada, que muchos de los protagonistas a los que se muestra
casi como semidioses, tal vez sea porque, una vez más, se trata de un personaje oscuro”.
Querida
Bel, seguramente lo nuestro tiene un nombre que empieza por las palabras
“complejo de” y se estudia en las facultades de Psicología. Quizá algún día nos
lleven al manicomio con las manos atadas a la espalda, pero entretanto… ¿quién
nos impide ser felices cual adolescentes sonadas? ¿No es hermoso vivir de
ilusión, enamorarse de un rayo de luna, como el pobre Bécquer?
Enlaces sobre este artículo
Enlaces sobre este artículo
Etiquetas:
alan bates,
bécquer,
brönte,
charles ryder,
facebook,
heathcliff,
jeremy irons,
justin bieber,
lady chatterley,
literatura victoriana,
mr darcy,
mr grey,
psicología,
robert pattinson,
sean bean,
tom cruise
lunes, 21 de abril de 2014
El gran armario de la Historia

Otros leyeron poemas trágicos, como
Bárbara, actriz en ciernes, rabiosa y evocadora, que nos hizo vibrar de emoción
con la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández. O Armand, que transmitió como
nadie la pena negra de haber perdido un hijo en un par de poemas a la luna de
Federico García Lorca.
La nómina de autores elegidos por
nuestros alumnos fue vasta y heterogénea: Bucowski, Maya Angelou, Taheré,
Schubert, Miquel Costa i Llobera, mi admiradísimo Antonio Machado... ¡Incluso
hubo quien nos contó un relato popular en fang! Casi todos los rapsodas
hicieron una pequeña introducción sobre sus autores antes de empezar a
declamar, pero... ¿cuántas personas de entre nuestro fantástico público del
martes recuerdan todavía quién fue Taheré, a qué se dedicaba principalmente
Schubert o a qué época pertenece Petrolini? La experiencia me lleva a pensar
que casi ninguna. Los siglos, las épocas o los movimientos artísticos nos
resbalan. Como se suele decir: “por un oído me entra y por el otro me sale”.
¿Por qué? Pues por lo mismo que ya
he mencionado aquí en otras ocasiones: porque la cultura en nuestro país no es
precisamente un valor al alza. Nuestra máxima admiración no está reservada a la
gente culta, sino a los macarras de gimnasio. ¿Quién puede envanecerse de
conocer el significado original del término “Romanticismo”? Casi nadie. Cuatro
gatos… ¡Cuatro gatos friquis! Si yo os dijera que “Waldgespräch”, uno de los
poemas que he citado antes, en el que un vanidoso conquistador que pasea por el
bosque se encuentra con lo que parece ser una inocente doncella a la que por
supuesto trata de seducir y a la postre descubre que se trata de la mítica
bruja Lorelei que lo hechiza diciendo “Nunca volverás a salir del bosque”, es
un poema intensa y radicalmente romántico... ¿me creeríais? Pues lo es. El
verdadero Romanticismo, el Romanticismo en sus orígenes, no era rosa ni
estilizado, sino tan crudo y negro como la pez. Como bien explicaba mi profesor
de Literatura del instituto, a quien tanto debo, es mucho más romántico un
barco ruinoso en pleno naufragio que una parejita bien avenida cenando a la luz
de las velas. Para entendernos: son mucho más románticos los heavies, los góticos o los emo, que David Bisbal. ¡Y con gran
diferencia!
En mi opinión, la verdadera cultura
no es saber que Gustavo Adolfo Bécquer nació en 1836 y murió en 1870, sino
utilizar nuestra memoria como un armario... ¡como el gran armario de la
Historia! Al igual que no tenemos los calcetines de media colgados de las
perchas cual bandera ni los abrigos gruesos embutidos a la fuerza en los
cajones finitos, basta con aprender que Bécquer es de mediados del siglo XIX y,
por lo tanto, publicó casi toda su obra durante el realismo -que abarca la
segunda mitad de dicho siglo- y no durante el Romanticismo, al que por temática
y estilo pertenecía. Sólo llegando a este tipo de conclusiones, para lo cual es
imprescindible tener la cabeza bien amueblada, se entiende que no tuviera éxito
entre sus contemporáneos a pesar de la calidad de sus delicados versos. Para
eso sirve “el gran armario de la Historia”: para entender la literatura, el arte y la vida en general, no para memorizar
datos sin más.
P.S.:
En el recital del año que viene, prometo leer “En el mes de athir”, de K.D.
Kavafis.
Etiquetas:
Alberti,
bécquer,
bisbal,
eichendorff,
emo,
Escola d'Adults de Maó,
góticos,
heavies,
kavafis,
literatura,
lorca,
machado,
miguel hernández,
petrolini,
recital,
romanticismo,
sant jordi,
schubert,
taheré
domingo, 25 de agosto de 2013
El poder de la belleza
El
arzobispo Turpín, lugarteniente de Carlomagno, sospechó que la
macabra pasión de su emperador era debida a algún hechizo
extraordinario y examinó el cadáver de la muchacha alemana con
detenimiento. Bajo su lengua muerta, encontró una misteriosa
sortija. El arzobispo se la puso para satisfacer su curiosidad y,
desde aquel mismo instante, la actitud de Carlomagno cambió por
completo: mandó enterrar a la muchacha con un mohín de repugnancia
y empezó a dedicarle sus ternezas al obispo. Entonces este, para
huir de situación tan embarazosa, lanzó el anillo a las profundas
aguas del lago de Constanza. Como resultado de dicha acción,
Carlomagno se enamoró perdidamente del lago y jamás quiso volver a
separarse de él.
¿Qué
se proponía Calvino abriendo su conferencia con semejante historia?
¿Qué conclusiones se pueden extraer de ella? En mi modesta opinión,
ninguna. Tan sólo demostrar el poder de la palabra; poner de
manifiesto cómo la serena belleza de un relato, a pesar de
transcurrir en una época pseudomítica y un lugar remoto para los
“harvardianos”, es capaz no sólo de captar la atención de sus
oyentes, sino también de suscitar emociones. Me imagino a los
jóvenes estudiantes de entonces escuchando embelesados lo que no es
más que un cuento evocador. ¿O es más que eso? Quién sabe.
En
casi todos mis grupos de alumnos, sobre todo a principios de curso,
surge alguno, erigido en improvisado portavoz de sus compañeros, que
me pregunta para qué sirve la literatura y por qué razón deberían
dedicar sus esfuerzos a estudiarla “si todo el mundo sabe que no
sirve para nada”. Curiosamente, nadie ha cuestionado jamás en mis
clases la utilidad de profundizar en el estudio de la lengua
castellana, a pesar del poco interés inicial del que hacen gala mis
queridos alumnos en mejorar su ortografía -¡cuánto mal han hecho
los correctores supuestamente intuitivos...!-, ampliar su
vocabulario, ya que “Hablar demasiado bien es de friquis y yo no
quiero que la gente me margine”, o pulir su dicción (bastante
relajada en la mayoría de los casos).
Nada
sirve para todo y todo sirve para nada. Es inútil hacer la cama si
esta noche volverás a deshacerla, pero también es inútil vivir si
al final has de morirte. Es una cuestión de actitud, de querer pasar
por la vida como un mueble que otros cambian de sitio cuando les
place o les conviene, o decidir disfrutarla plenamente.
La
literatura sirve, en primer lugar, para aprender mucho más y más
aprisa que viendo la televisión o navegando sin rumbo por Internet.
En segundo lugar, pero no menos importante, para divertirse.
Obviamente, para eso no vale cualquier libro leído en cualquier momento.
Todo tiene su momento y su lugar. Al igual que a ningún cinéfilo
obsesivo le gustan todas las películas que se han rodado desde los
inicios del séptimo arte, incluso al ratón de biblioteca más enfermizo no
le gustan todos los libros que se han escrito desde los albores de la
civilización. Yo, que estoy muy cerca de serlo, jamás he logrado
acabar el dichoso Ulises
de James Joyce -a pesar de que me toca hacer referencia a él todos
los años- ni pasar del soporífero primer tomo de En
busca del tiempo perdido.
Y no pasa nada. No puedes asegurar que no te guste leer porque ningún
maestro o profesor de secundaria haya acertado todavía con tus
gustos. Todo llegará. O, mejor dicho, llegará sólo si te empleas a
fondo en conseguirlo.
Leer
desarrolla la sensibilidad y hace que comprendamos mejor la Historia
y cualquier otra forma de Arte como la música, la pintura o la
arquitectura. No hace falta llegar a emborracharse de belleza como
Stendhal en Florencia para disfrutar de un buen libro, para sentir
algo parecido al vértigo. Además, ¡te permite viajar a otros
lugares, e incluso en el tiempo, completamente gratis! ¿Quién no ha
vuelto a la tenebrosa Edad Media con “El monte de las ánimas”,
de Gustavo Adolfo Bécquer, se ha sentido intrigado por la bellísima
viuda negra de “El clavo”, de Pedro Antonio de Alarcón, o se
emocionado con la tosca compasión de Pachizurra en “Las coles del
cementerio”, de Pío Baroja?
Leed
que os gustará. Con crisis o sin ella, leer sigue siendo fácil,
accesible y barato (y no de todas las formas de ocio se puede decir
lo mismo...). ¡Que vivan las bibliotecas!
Etiquetas:
alarcón,
baroja,
bécquer,
bibliotecas,
carlomagno,
harvard,
italo calvino,
james joyce,
lago de constanza,
lezioni americane,
marcel proust,
sacro imperio romano,
stendhal,
turpín
Suscribirse a:
Entradas (Atom)