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lunes, 21 de abril de 2014

El gran armario de la Historia

http://www.modaamimodo.com/wp-content/uploads/Fotolia_28463226_XS.jpg            El martes 15 de abril -especialmente rebautizado para la ocasión como “Sant Jordi anticipat”- asistí a un recital poético de enorme interés para mí, ya que en él participábamos tanto alumnos como profesores de la Escola d'Adults de Mahón. Lo que podría haber sido de un aburrimiento supino, como algunas lecturas públicas a las que asistí cuando iba a la Universidad, no tardó en convertirse en una divertida celebración de la cultura. Y es que la poesía no tiene por qué ser considerada siempre una cosa seria. También puede ser alegre como el “Jardín de Amores”, de Rafael Alberti, que mi alumna Ana leyó con voz de campanilla y expresión risueña. O el inquietante “Waldgespräch” de Joseph von Eichendorff (https://www.youtube.com/watch?v=m3KYNrcdgqA&list=UUi5owLH1SKMk8NynU5PSYKg) que declamaron con entusiasmo Margarita y mi compañero Miquel, entrechocando sus jarras de cerveza bavaresa. O incluso como “Ma l'amore mio non muore” (https://www.youtube.com/watch?v=XAmbjNMWsG0&list=UUi5owLH1SKMk8NynU5PSYKg), un tronchante alegato contra el matrimonio de Ettore Petrolini, costumbrista italiano de principios del XX, autor del célebre Gastone, que escenifiqué yo misma acompañada por los suspiros del público.
            Otros leyeron poemas trágicos, como Bárbara, actriz en ciernes, rabiosa y evocadora, que nos hizo vibrar de emoción con la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández. O Armand, que transmitió como nadie la pena negra de haber perdido un hijo en un par de poemas a la luna de Federico García Lorca.

            La nómina de autores elegidos por nuestros alumnos fue vasta y heterogénea: Bucowski, Maya Angelou, Taheré, Schubert, Miquel Costa i Llobera, mi admiradísimo Antonio Machado... ¡Incluso hubo quien nos contó un relato popular en fang! Casi todos los rapsodas hicieron una pequeña introducción sobre sus autores antes de empezar a declamar, pero... ¿cuántas personas de entre nuestro fantástico público del martes recuerdan todavía quién fue Taheré, a qué se dedicaba principalmente Schubert o a qué época pertenece Petrolini? La experiencia me lleva a pensar que casi ninguna. Los siglos, las épocas o los movimientos artísticos nos resbalan. Como se suele decir: “por un oído me entra y por el otro me sale”.
            ¿Por qué? Pues por lo mismo que ya he mencionado aquí en otras ocasiones: porque la cultura en nuestro país no es precisamente un valor al alza. Nuestra máxima admiración no está reservada a la gente culta, sino a los macarras de gimnasio. ¿Quién puede envanecerse de conocer el significado original del término “Romanticismo”? Casi nadie. Cuatro gatos… ¡Cuatro gatos friquis! Si yo os dijera que “Waldgespräch”, uno de los poemas que he citado antes, en el que un vanidoso conquistador que pasea por el bosque se encuentra con lo que parece ser una inocente doncella a la que por supuesto trata de seducir y a la postre descubre que se trata de la mítica bruja Lorelei que lo hechiza diciendo “Nunca volverás a salir del bosque”, es un poema intensa y radicalmente romántico... ¿me creeríais? Pues lo es. El verdadero Romanticismo, el Romanticismo en sus orígenes, no era rosa ni estilizado, sino tan crudo y negro como la pez. Como bien explicaba mi profesor de Literatura del instituto, a quien tanto debo, es mucho más romántico un barco ruinoso en pleno naufragio que una parejita bien avenida cenando a la luz de las velas. Para entendernos: son mucho más románticos los heavies, los góticos o los emo, que David Bisbal. ¡Y con gran diferencia!
            En mi opinión, la verdadera cultura no es saber que Gustavo Adolfo Bécquer nació en 1836 y murió en 1870, sino utilizar nuestra memoria como un armario... ¡como el gran armario de la Historia! Al igual que no tenemos los calcetines de media colgados de las perchas cual bandera ni los abrigos gruesos embutidos a la fuerza en los cajones finitos, basta con aprender que Bécquer es de mediados del siglo XIX y, por lo tanto, publicó casi toda su obra durante el realismo -que abarca la segunda mitad de dicho siglo- y no durante el Romanticismo, al que por temática y estilo pertenecía. Sólo llegando a este tipo de conclusiones, para lo cual es imprescindible tener la cabeza bien amueblada, se entiende que no tuviera éxito entre sus contemporáneos a pesar de la calidad de sus delicados versos. Para eso sirve “el gran armario de la Historia”: para entender la literatura, el arte y la vida en general, no para memorizar datos sin más.

P.S.: En el recital del año que viene, prometo leer “En el mes de athir”, de K.D. Kavafis.

lunes, 7 de octubre de 2013

Wilkie Collins con hielo

Para Alma, que tanto se extrañaba de verme en el periódico.

            Cuando emprendí esta sección en el Última Hora Menorca, hace ya algunos meses, me proponía –además de homenajear a mi admiradísimo Francisco Ayala, autor de El jardín de las delicias original e inalcanzable- recuperar el viejo espíritu bastardo de las misceláneas barrocas, que solían imprimirse en hojas volanderas y trataban de los argumentos más peregrinos. Por ahora he hablado mucho del TIL, bastante de arte en general y de literatura en particular, algo de nuestra querida Menorca e incluso me he adentrado, en un arranque de pura inconsciencia, en las procelosas aguas del folletín decimonónico con mi “Crónica del halconero” (he aquí la primera entrega: http://anagomila.blogspot.com.es/2013/06/cronica-del-halconero-i.html).
            Hoy tengo ganas de ver el vaso medio lleno. Aunque cueste encontrar algo positivo en la crisis que nos atenaza, estoy convencida de que siempre se puede encontrar algún destello de claridad en mitad de la más absoluta negrura. Y ese destello de claridad podría resumirse en la pregunta: “¿Por qué sí?”. La crisis nos ha traído un cambio de mentalidad que no sólo no me parece negativo, sino del todo necesario para nuestra supervivencia. En tiempos de vacas gordas, solíamos preguntarnos “¿Y por qué no?” antes de darnos cualquier capricho absurdo. Ahora nos lo pensamos dos veces antes de refocilarnos en el consumismo inútil. Si os fijáis, incluso las marcas blancas de los supermercados más populares han sacado una especie de inframarca que algunos llaman “básica”, otros “esencial”, y todos sabemos que no es más que la versión depauperada y cutre de lo que antes echábamos al carrito indiscriminadamente.
            Hemos recuperado el placer de estar en casa, con la familia o entre amigos, de disfrutar de las cosas sencillas: un paseo por la playa o por el campo, organizar una barbacoa improvisada, tumbarse a la bartola, asistir a un concierto público… Tenerlo todo es un espejismo que sólo está al alcance de unos pocos ricachones (¿o de ninguno?). Cada uno debería analizar de corazón cuáles son sus verdaderas prioridades. En mi caso, lo tengo muy claro: prefiero viajar a cambiar de coche, prefiero devorar una buena novela a ver la tele o navegar por Internet, prefiero mantener mi privacidad a vivir siempre conectada.
También prefiero trabajar a vivir del cuento en sentido literal; aunque no en sentido figurado, ya que soy profesora de literatura y, en cierta manera, me gano la vida contando historias. Y es que a todo el mundo le gustan los cuentos, aunque no sirvan para nada. No en vano “hablar” viene de “fabulare”… En tiempos de TIL y de tal, arrimarse a la buena literatura es como arribar a buen puerto.
            La crisis ha favorecido el retorno de la literatura de evasión. ¿Qué son, sino literatura de evasión de la peor calaña, las novelas esotéricas (El código Da Vinci), policíacas (la trilogía Millenium), de vampiros (Crespúsculo) o eróticas (Cincuenta sombras de Grey) que tanto éxito han recaudado últimamente? Casi todas las que acabo de nombrar son de ínfima calidad, pero tienen al menos un equivalente digno (como El nombre de la rosa, Las aventuras de Sherlock Holmes, Drácula o Fanny Hill) al alcance de carné de usuario de las bibliotecas públicas. ¿Qué es Downton Abbey, sino una revisitación posmoderna de Retorno a Brideshead? Incluso la épica polvorienta y herrumbrosa de los antiguos juglares ha revivido en series televisivas pseudohistóricas como Águila roja, Isabel o Juego de tronos.
            Por último, un consejo: si queréis evadiros de la crisis, leed mucha literatura entretenida y, a ser posible, bien redactada. A mí personalmente nada –salvo las ocurrencias de mis hijos- consigue emocionarme tanto como las últimas páginas de Dublineses (“He watched sleeply the flakes, silver and dark, falling obliquely against the lamplight. The time had come for him to set out on his journey westward”), los poemas más vitalistas de Alberti (“¿A quién nombraré duquesa/ de la naranja caída?”) o algún relato de Mercè Rodoreda (“En veu baixa”). Acompañad cualquiera de ellos de un vaso –medio lleno, por supuesto- de vuestra consumición preferida y… ¡buena lectura!