Traducción

domingo, 8 de junio de 2014

"Alle psallite cum luya"

Aunque no tan divertida y, desde luego, mucho menos heavy que la de Subway to Sally (http://anagomila.blogspot.com.es/2014/04/bona-nit.html), aquí tenéis nuestra humilde versión del motete medieval "Alle psallite cum luya", perteneciente al Códice de Montpellier. ¡Esperamos que os guste!

viernes, 6 de junio de 2014

Primer artículo de "El jardín de las delicias"

Algunos seguidores me han pedido que recupere el primer artículo de "El jardín de las delicias", que aún no estaba colgado en mi blog. No recuerdo la fecha exacta en que fue publicado, pero debió de ser a finales de abril o principios de mayo 2013, poco después de Sant Jordi, en el extinto Última Hora Menorca. No es gran cosa, pero al menos sirve para entender el título de dicha sección.

Presentación

            ¿Qué es una miscelánea? Según Wikipedia, se trata de un “género literario perteneciente a la didáctica que se dio principalmente durante el Renacimiento y el Barroco en España (...), y consiste en una colección de materiales heterogéneos que sólo tienen en común suscitar el interés del compilador y del público (...), mezclando la opinión, la instrucción y la diversión”.
            Esta nueva sección quincenal llamada “El jardín de las delicias” no pretende ser didáctica, no… ¡tranquilos! La didáctica la dejo para mi trabajo como profesora de educación secundaria. Tampoco estamos ya en el Renacimiento, aunque estemos asistiendo al renacimiento de valores trasnochados como el trueque o el reciclaje a ultranza; ni en el Barroco, aunque la desesperanza y el pesimismo de nuestra época nos acerquen a él. Lo más acertado de la definición de Wikipedia aplicada a esta sección es la parte que dice que una miscelánea es “una colección de materiales heterogéneos que sólo tienen en común suscitar el interés del compilador”, ya que no me propongo consagrar esta sección a un único tema, y ni muchísimo menos a uno de los tradicionalmente considerados femeninos -salud, belleza, cocina…-, que no me interesan gran cosa y de los cuales no entiendo lo suficiente para atreverme a pontificar sobre ellos. El tema de esta sección irá variando en función de lo que atraiga mi peregrina atención en cada momento. Y si con ello consigo “suscitar el interés del público” de vez en cuando... ¡mejor que mejor, claro! Tema sorpresa, por lo tanto, aunque es previsible que os aturda a menudo cotorreando sobre libros, música o viajes, que es lo que más me gusta en esta vida, después de estar con mis hijos.

            Para empezar, me gustaría contaros una anécdota literaria que me parece un excelente punto de partida para esta sección, que no se llama así en homenaje al precioso tríptico de “El Bosco” que ilustra estas líneas, sino por la deliciosa -¡nunca mejor dicho!- miscelánea homónima de mi admirado escritor granadino Francisco Ayala, fallecido en 2009 a los 103 años.
            El jardín de las delicias de Francisco Ayala consta de dos secciones. No me extenderé divagando acerca de la primera, “Diablo mundo”, que es divertidísima, a ratos incluso tronchante; sino acerca de la segunda, “Días felices”, que me resulta intensamente conmovedora. En ella, su autor va desgranando recuerdos de infancia, de amor o de viajes, breves pinceladas de vida que se apoyan en las ilustraciones y fotografías incluidas en la parte central del libro.
            Entre estas últimas está la que da lugar a la anécdota que os quiero contar en este artículo. En ella se ve a un Francisco Ayala cincuentón frente a la verja de un ruinoso palacete modernista. “¡Qué dolor, esa decrepitud, ese abandono! La casa tiene mi misma edad: en lo alto de su frente ostenta la cifra de 1905; y no tanto esa fecha como el estilo del edificio evoca el mundo aquel en que, hace tantísimo tiempo, vi yo la luz primera. En vano procuraría describirla con palabras”. El texto concluye diciendo: “Probablemente, ya el año que viene no existirá más mi chalet secreto, y nadie ha de recordar su pasada existencia. Acaso perdure todavía un poco su imagen en aquella fotografía que yo tengo, y en la memoria que tú puedas guardar de esta tarde en que te he llevado a presenciar su final decadencia”.
            En una visita a Salamanca, hará unos quince años y teniendo yo poco más de veinte, me di de bruces con él tras la catedral antigua de Salamanca, escondido en un callejón de bajada. Su estado seguía siendo tan desolador y lamentable como lo describía Francisco Ayala en “El chalet art nouveau, pero lo más alarmante es que ya había superado la fina línea imaginaria que separa una encantadora propiedad algo ajada, pero susceptible de reforma, de una inversión a fondo perdido. Tras acariciar levemente su verja herrumbrosa, me alejé con el corazón encogido de tristeza.
            Pero, a pesar de lo mal que hablan de ella, la vida también te da sorpresas agradables de vez en cuando. Pocos años después volví a Salamanca y lo encontré completamente remozado, convertido en un coqueto Museo de Art Nouveau y Art Déco (www.museocasalis.org). Por aquel entonces acababan de abrir y tenían tan pocos visitantes que aún les preguntaban a través de qué medio habían sabido de la existencia de dicho museo. Al llegar mi turno, dije que gracias a una miscelánea de Francisco Ayala. La chica de la taquilla me miró de hito en hito. “¿Qué es eso?”, me preguntó. Hasta me daba vergüenza explicarlo, ya que por un momento me sentí como una de esas histéricas que todavía lloran frente a la tumba de Jim Morrison en el cementerio parisino de Père-Lachaise. Algo más tarde, mientras contemplaba la magnífica colección de muñecas novecentistas del museo, noté que alguien me espiaba tras uno de los expositores más cercanos a la puerta. Y, al marcharme, la taquillera me retuvo diciendo: “Perdona, ¿te importaría esperar un momentito? El director quiere hablar contigo”. Éste apareció de inmediato, se presentó –yo volvía a sentirme tan avergonzada que fui incapaz de retener su nombre ni su aspecto físico- y me dijo que él también era un ferviente admirador de Francisco Ayala, que yo era la primera y única persona que había acudido al museo atraída por El jardín de las delicias hasta el momento, que había invitado al propio Ayala a la inauguración y el pobre no había podido asistir por motivos de salud, pero que le había prometido visitar el museo en cuanto se repusiera… ¡y me hizo una entrada gratuita a perpetuidad! No creo que en toda la historia de la museística se ha visto jamás a una mujer tan coloradota y feliz con una entrada en la mano.

viernes, 30 de mayo de 2014

Algo huele a podrido en Finlandia (I)

            ¿O era en Dinamarca? Habría que preguntárselo al centinela del castillo de Elsinor… Bromas aparte, el pasado 9 de mayo Xavier Melgarejo, psicólogo, pedagogo y experto en el sistema educativo finlandés, impartió una ilustrativa conferencia en la sala multifuncional de Es Mercadal a la que no pude asistir pero que, gracias a mi compañero Ramon, he podido ver grabada (disponible en el siguiente enlace de YouTube: http://youtu.be/HoY7DYcUgyI).

            En ella, Melgarejo sorprendió a sus oyentes diciendo que los excelentes resultados de Finlandia en las pruebas PISA no son debidos a la cantidad de dinero por alumno que el Estado invierte en Educación, inferior a la nuestra, ni al número de horas lectivas que se imparten habitualmente. Según el psicólogo, su éxito se basa en una consideración moral, en una cuestión de valores: los finlandeses piensan que la infancia es el bien más preciado del país y que su educación es un asunto prioritario a nivel nacional del que se responsabiliza toda la sociedad en su conjunto, no sólo las familias y la escuela. Aunque sin duda ayuda que la ratio de alumnos por aula sea de diecisiete en lugar de los casi treinta con los que nos encontramos por estos lares, lo fundamental no es eso, sino la importancia que se otorga a la Educación.
Además, los horarios laborales finlandeses contribuyen y no poco a la tan cacareada conciliación familiar. Parece ser que la mayoría de los habitantes de Finlandia sólo trabaja hasta las cuatro de la tarde, en perfecta coincidencia con el horario escolar de sus hijos, ya que “quedarse a comedor” –cuyo servicio es íntegramente financiado por el Estado- es obligatorio: así se aseguran de que todos los niños del país ingieran al menos una comida caliente y equilibrada al día. Por otra parte, las medidas de conciliación familiar de que gozan son pura ciencia ficción al lado de las nuestras, tanto durante el embarazo como una vez nacida la criatura. Y allí nadie da por hecho que la única que debe conciliar es la mujer, lo cual también es fundamental. En nuestro país –y en Italia, y posiblemente en otros países mediterráneos igual de atrasados en este sentido- a nadie se le ocurre preguntarle a un futuro papá si piensa dejar de trabajar por aquel entonces, ni le mira mal si renuncia “motu proprio” a parte de su permiso, ni le sugiere que se acoja a alguna reducción de jornada… Personalmente, sólo conozco a dos hombres que hayan pedido una excedencia para cuidar de sus hijos. Juzguen ustedes mismos en base a su experiencia cercana y ojalá que alguien pueda contradecirme, aunque lo dudo.

            En Finlandia, viene a decir Melgarejo durante su conferencia, el fracaso escolar se considera como una consecuencia directa de la pobreza. Un niño que no duerme en un lugar bien acondicionado, que no come lo suficiente ni de buena calidad… un niño así, no rinde en clase por motivos evidentes. De hecho, su modelo de Estado es tan intervencionista en lo relativo a la infancia que manda asistentes sociales a todos los hogares, no sólo a aquellos con factores de riesgo de exclusión, para controlar que los recién nacidos crezcan en el ambiente más adecuado para su correcto desarrollo. La actuación de los servicios sociales en caso de que no lo sea es inmediata y fulgurante, y generalmente consiste en conceder generosas ayudas.
            Melgarejo se vanagloriaba de haber visto gente con maletas en las bibliotecas de Finlandia y no para salir de viaje, sino para llenarlas de libros en préstamo. He de decir en nuestro descargo que yo, personalmente, nunca he visto “gente con maletas” en la magnífica biblioteca de Maó, pero sí con carritos de la compra y bolsas reciclables… ¡y de las grandes! Es verdad que siempre somos los mismos ratoncillos, pero a base de dar buen ejemplo, quizá lleguemos a popularizar la lectura. Las bibliotecas finlandesas son auténticos centros de agregación social, como el ágora griega. Contaba Melgarejo que los finlandeses van tanto a la biblioteca como nosotros de terrazas; aunque es verdad que, en su caso, la metereología no invita a disfrutar de su tiempo de ocio al aire libre, también he de apostillar que lectura y diversión no son incompatibles: pocas cosas me gustan tanto en la vida como tostarme al sol cual lagartija con un novelón apasionante entre las manos. De hecho, la última vez que devoré uno de un tirón –Cela s’appelle l’aurore, del injustamente olvidado Emmanuel Roblès-, me quemé como un cangrejo de río escaldado. Lo cual me lleva a pensar que cualquier plan, por apetecible que parezca, siempre es susceptible de mejora. En la próxima ocasión: buena lectura, solecito y… ¡protector 25!